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Los apodos de los condes de Castilla

por Javier Iglesia Aparicio
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Estatua de Diego Rodríguez Porcelos en el arco de Santa María de Burgos

No todos los condes de Castilla han conseguido un apodo o sobrenombre que vaya ligado a su nombre. Únicamente aquellos más conocidos, con mayor importancia o que fueron protagonistas de algún hecho singular o de algún cantar de gesta han pasado a la historia acompañados de un apodo. En este artículo repasamos qué condes tienen un apodo y cuál es su significado.

Diego Rodríguez, Porcelos (c.870-885)

Ninguna crónica histórica o documento del siglo IX cita el sobrenombre Porcelos acompañando a la figura del segundo conde de Castilla y fundador de Burgos y de Ubierna. Diego Rodríguez permanece sin apodo hasta que 250 años más tarde las leyendas empiezan a llamarlo así, incluso sustituyendo a su apellido. Es la crónica del obispo Rodrigo Jiménez de Rada la primera en hacerlo: «Sub isto comes Didacus Porcelli populavit Burgis […]» y desde entonces en vez de Diego Rodríguez se le llamó Diego Porcelos.

Estatua de Diego Porcelos en Burgos, de Juan de Ávalos (1983)
Estatua de Diego Porcelos en Burgos, de Juan de Ávalos (1983)

Su origen y significado es completamente incierto y existen numerosas propuestas etimológicas basadas únicamente en la semejanza de las palabras.Algunas fueron apuntadas por Enrique Flórez en su obra España Sagrada:

  • Un patronímico de origen romano y que daría lugar al apellido Porcelos.
  • Derivaría de la palabra latina procella, borrasca o tempestad, porque eso es lo que el conde Diego supuso para los musulmanes.
  • Ambrosio de Morales, historiador del siglo XVI, dice que el apellido viene de porcelli, manada de lechones, pues su madre lo parió con otros seis, al igual que hacen las puercas al parir siete hijos
  • Según Luis Alfonso de Carvallo, historiador del siglo XVII, el apellido provendría de la localidad asturiana de Porcelo, cercana a Gijón.
  • Para otros historiadores de los siglos XVII y XVIII como Francisco de Berganza y Prudencio de Sandoval el apelativo procede del monasterio de San Millán de Porcillis. Este monasterio es donado en el 998 por Vela González al monasterio de San Félix de Oca, a su vez perteneciente a San Millán de la Cogolla. Se desconoce su ubicación aunque se supone situado en la zona de Oca.

Fernán González, el Buen Conde (931-970)

De nuevo, el sobrenombre no se origina en su época histórica. Este apelativo aparece por primera vez en El Poema de Fernán González, escrito en el siglo XIII. En dicho poema aparece este apelativo en 33 ocasiones. La primera vez en la estrofa 237, en plena profecía, es el monje Pelayo quien así le llama:«Fago te, el buen conde, de tanto sabidor, // que quiere tu fazienda guiar el Criador»

A partir de ese momento, el sobrenombre de El Buen Conde se consolida en romances y otras obras literarias para acompañar a Fernán González, al legendario y mítico hacedor de la independencia castellana y como emblema de buen gobernante, justo con los suyos y animoso contra sus enemigos.

Estatua de Fernán González en plaza de Oriente de Madrid
Estatua de Fernán González en plaza de Oriente de Madrid

García Fernández, el de las Manos Blancas (970-995)

El hijo de Fernán González, uno de los mejores estrategas militares de su tiempo, que tuvo que sufrir las acometidas de Almanzor, recibió un curioso apelativo: el de las Manos Blancas. De nuevo, es bastante posterior pues aparece por primera vez en la prosificación que de la Leyenda de la Condesa Traidora se realiza en la Primera Crónica General de Alfonso X, escrita antes de 1289.  En él se presenta al conde como un caballero apuesto, valiente y con las más hermosas manos que jamás hombre tuvo, tales que llegaba a sentir vergüenza de este hecho y se las enguantaba cada vez que realizaba una visita y había mujeres presentes. Así dice el apartado 730 de dicha crónica:

«730. Capítulo de cómo el conde Garçi Fernández casó con la primera muger de las dos que ovo

Este conde Garçi Ferrández, de que vos fablamos, era grant cavallero de cuerpo et muy apuesto, et avie las más fremosas manos que nunca fallamos que otro omne ovo, en manera que muchas vegadas avie vergüenna de las traer descubiertas por ello, et tomava ý enbargo; et cada que entrava en logar ó estava muger de so amigo o de so vasallo siempre metie unas luvas en las manos. […]»

De ahí el apelativo de manos blancas pues, en la Edad Media el ideal de belleza era tener la piel lo más blanca posible. Por eso unas manos hermosas eran unas manos blancas, símbolo, además, de que no se trabajaba con ellas y, por lo tanto, se era noble o de alta alcurnia.

Medallón de García Fernández en la Plaza Mayor de Salamanca
Medallón de García Fernández en la Plaza Mayor de Salamanca

Sancho García, el de los Buenos Fueros (995-1017)

El penúltimo de los condes castellanos recibió el apelativo de el de los Buenos Fueros. La primera mención de este apelativo aparece en el libro III de la Crónica Najerense (siglo XII): «El conde Sancho, apodado el Bueno porque otorgó buenos fueros, a quien ochocientos caballeros castellanos, nacidos todos de matrimonio legítimo y nobles de padre y madre, por su propia voluntad le reindieron vasallaje […]». Y así se quedó a partir de entonces y se recoge en el epitafio de su tumba en el monasterio de San Salvador de Oña (varios siglos posterior a su muerte): «Sancius hic comes populis dedit optima jura […]». Aquí el conde Sancho que concedió al pueblo buenos fueros […].

Estatua de Sancho García en Oña
Estatua de Sancho García en Oña

Se supone que este apodo se debe a que Sancho García concedió fueros a numerosas poblaciones castellanas situadas en la frontera del Duero, tras el período de paz que siguió a la desaparición de Almanzor y sus hijos ʿAbd al-Malik y ʿAbd al-Raḥmān, a partir del 1008. Sin embargo, no han llegado hasta nuestros días más que dos confirmaciones de inmunidades a ciertos impuestos concedidas a Nave de Albura (actualmente una barriada de Miranda de Ebro) y a las aldeas burgalesas de San Zadornil, Berbeja y Barrio. Es cierto que durante mucho tiempo se le han atribuido fueros o confirmaciones de éstos como los de Término (actual Santa Gadea del Cid), Palenzuela, Cervatos, Sepúlveda y Peñafiel pero para la mayoría de los historiadores actuales son documentos apócrifos, falsificados o interpolados.

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