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Historia Roderici o Gesta Roderici Campidoctis

por Javier Iglesia Aparicio
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Íncipit (fol. 75r.º) de la Historia Roderici (Hic incipit Gesta Roderici Campidocti, miniado en tinta roja) del códice conservado en la Biblioteca de la Real Academia de la Historia, signatura 9/4922 (olim A-189), que contiene los textos: Chronica Naiarensis Historia Wambae Historia Roderici Ordo regum Naiarensis

La Historia Roderici (o Gesta Roderici Campidocti) es una crónica biográfica de Rodrigo Díaz de Vivar escrita en latín en el siglo XII, probablemente entre 1188​ y 1190, por un autor de la zona de La Rioja, presumiblemente najerense.​ Es la biografía más antigua del Cid y constituye la base del conocimiento actual sobre su figura. Se considera la fuente principal de los hechos del magnate castellano.

Los capítulos 1 a 6 relatan sumariamente los primeros treinta años de la vida de Rodrigo hasta su boda con Jimena Díaz en 1074. En los capítulos 7 a 24 se cuentan con más pormenor las proezas de Ruy Díaz hasta su primer destierro y su servicio (1081-1086) al rey taifa de Zaragoza Al-Mutamán.

Los tres capítulos siguientes relatan con brevedad los sucesos ocurridos entre 1086 y 1088: su regreso a Castilla y la reconciliación con su rey Alfonso VI. Los capítulos comprendidos entre el 28 y el 64 narran hazañas del segundo destierro del Cid desde 1089 hasta la conquista de Valencia (1094). A continuación el hilo de la crónica se interrumpe en una laguna que afecta a los años que van del 1095 al 1096.

Por fin, los capítulos 65 a 75 refieren los acontecimientos sucedidos entre 1097 y 1099, año de la muerte del Campeador. La obra finaliza con un epílogo, los capítulos 76 y 77, que prolonga el relato hasta la caída de Valencia a manos de los almorávides en 1102.

Íncipit (fol. 75r.º) de la Historia Roderici (Hic incipit Gesta Roderici Campidocti, miniado en tinta roja) del códice conservado en la Biblioteca de la Real Academia de la Historia, signatura 9/4922 (olim A-189), que contiene los textos: Chronica Naiarensis Historia Wambae Historia Roderici Ordo regum Naiarensis
Íncipit (fol. 75r.º) de la Historia Roderici (Hic incipit Gesta Roderici Campidocti, miniado en tinta roja) del códice conservado en la Biblioteca de la Real Academia de la Historia, signatura 9/4922 (olim A-189)

Traducción de la Historia Roderici o Gesta Roderici Campidoctis realizada por Emma Falque Rey y publicada en Boletín de la Institución Fernán González, año LXII, n.º 201, 1983, págs. 339–375.

1. Puesto que las acciones humanas que se desarrollan en el curso de los años, si no se reflejan fielmente en la relación de los acontecimientos, sin duda se hunden en la oscuridad del olvido, por esto decidimos mantener a la luz de este escrito el recuerdo del linaje de Rodrigo Díaz, varón muy noble y guerrero, y de las campañas que valerosamente llevó a cabo.

2. Su genealogía es la siguiente: Laín Calvo engendró muchos hijos; entre ellos se contaron Fernando Laínez y Bermudo Laínez. Fernando Laínez engendró a Laín Fernández, Bermudo Laínez engendró a Rodrigo Bermúdez, Laín Fernández engendró a Nuño Laínez, Rodrigo Bermúdez engendró a Pedro Fernández, y a una hija, de nombre Eylo. Nuño Laínez recibió a esta Eylo como esposa y engendró de ella a Laín Núñez. Laín Núñez engendró a Diego Laínez. Diego Laínez engendró a Rodrigo Díaz el Campeador de la hija de Rodrigo Álvarez, hermano de Nuño Álvarez, que tuvo el castillo de Amaya y otras muchas regiones. Rodrigo Álvarez tuvo el castillo de Luna y las regiones de los de Mormojón, Moradillo, Cellorigo y Curiel, y muchas villas en la llanura. Su mujer fue doña Teresa, hermana de Nuño Laínez de Relias.

3. Diego Laínez, padre de Rodrigo Díaz el Campeador, arrebató a los navarros con grande y fuerte valor el castillo que se llama Ubierna, Urbel y La Piedra. Luchó con los referidos navarros en el campo de batalla y los venció, de suerte que, una vez conseguido el triunfo sobre ellos, nunca más pudieron derrotarle. A su muerte, Rodrigo Díaz su hijo le sucedió en la heredad paterna.

4. Sancho, rey de Castilla y señor de Hispania, le crió esmeradamente y le armó caballero, ciñéndole la espada. Cuando el rey Sancho marchó a Zaragoza y luchó con Ramiro, rey de Aragón, en Graus donde le venció y dio muerte, llevó consigo a Rodrigo Díaz que estuvo presente en la campaña y en el triunfo. Después de tal victoria, el rey Sancho regresó a Castilla.

5. Éste distinguía a Rodrigo Díaz con su predilección y amistad de tal manera que lo nombró alférez de todo su ejército. Así creció Rodrigo y se convirtió en guerrero muy fuerte y Campeador en el palacio del rey Sancho. En las batallas que el rey Sancho libró con el rey Alfonso en Llantada y Golpejera, donde le venció, Rodrigo Díaz llevó el pendón real del rey Sancho y se destacó y sobresalió entre todos los soldados de su ejército. Cuando el rey Sancho puso cerco a Zamora, se dio el caso que Rodrigo Díaz, luchó solo contra quince soldados del bando contrario que le atacaban, siete de los cuales iban armados con lorigas; de éstos mató a uno, hirió y derribó en tierra a dos, y a todos los demás los puso en fuga con ánimo decidido. Después luchó con Jimeno Garcéz, uno de los mejores de Pamplona, y le venció. Luchó también con igual suerte con un sarraceno en Medinaceli al que no sólo venció sino que mató.

6. Después de la muerte de su señor el rey Sancho, que le crió y le demostró muy gran amistad, el rey Alfonso le recibió como vasallo con honores y le tuvo en la corte en gran estima y consideración. Le dio como esposa a doña Jimena, su sobrina, hija del conde Diego de Oviedo, de la cual tuvo hijos e hijas.

7. Más tarde, el rey Alfonso le envió como emisario al rey de Sevilla y al de Córdoba a cobrar sus parias. Eran entonces enemigos Mu’tamid, rey de Sevilla y Muẓaffar, rey de Granada. Estaban con el rey de Granada García Ordóñez, Fortún Sánchez, yerno de García rey de Pamplona, Lope Sánchez, hermano de Fortún Sánchez y Diego Pérez, uno de los mayores de Castilla. Cada uno de éstos vino con su ejército a luchar contra el rey de Sevilla. Cuando Rodrigo Díaz llegó junto a Mu’tamid, en seguida se le anunció que el rey de Granada se dirigía con la ayuda de los cristianos contra Mu’tamid y su reino. Entonces envió una carta al rey de Granada y a los cristianos que estaban con él diciéndoles que en consideración a su señor, el rey Alfonso, desistieran de atacar al rey de Sevilla y de entrar en su reino. Pero ellos, confiados en la multitud de su ejército, no sólo no quisieron oír sus ruegos, sino que incluso los des-preciaron. Llegaron, pues, saqueando todo aquel territorio, hasta el castillo que se llama Cabra.

8. Al oír y cerciorarse de ello, Rodrigo Díaz al punto salió a su encuentro con su ejército y allí libró con ellos cruel combate; la lucha entablada entre ellos duró desde la mañana hasta el mediodía. Se produjo una gran matanza y carnicería en el ejército del rey de Granada,tanto de sarracenos como de cristianos, hasta que todos, vencidos y en desorden, huyeron del rostro de Rodrigo Díaz. Fueron capturados en este combate el conde García Ordóñez, Lope Sánchez. Diego Pérez y otros muchos de sus caballeros. Después de conseguir este triunfo, Rodrigo Díaz los tuvo presos tres días. Luego les quitó las tiendas y todo su botín y así les permitió que se fueran perdonándoles la vida.

9. Rodrigo victorioso volvió a Sevilla. Mu’tamid le dio los tributos del rey Alfonso y añadió a ellos regalos y muchos presentes para que se los entregara al rey. Después de aceptar los mencionados regalos y tributos y una vez que se firmó la paz entre Mu’tamid y el rey Alfonso, regresó muy honrado a Castilla y a la corte de su señor el rey. A causa de tal triunfo y de la victoria que le otorgó Dios, muchos, tanto parientes como extraños, movidos por la envidia le acusaron ante el rey de cosas falsas y fingidas.

10. Vuelto Rodrigo a Castilla con tal honor, el rey Alfonso se dirigió enseguida con su ejército al territorio de los sarracenos que le era rebelde para luchar contra ellos y extender y pacificar su reino. Rodrigo entonces permaneció enfermo en Castilla. Entretanto llegaron los sarracenos e irrumpieron en el castillo denominado de Gormaz, donde consiguieron no poco botín. Al tener noticias de esto Rodrigo, movido por una gran ira y tristeza dijo: «Perseguiré a esos merodeadores y quizás les dé alcance». Así, reunido su ejército y bien armados todos sus soldados, saqueando en el reino de Toledo y arrasando la tierra de los sarracenos, hizo prisioneros a siete mil, entre hombres y mujeres, les quitó valerosamente todas sus pertenencias y riquezas, y las llevó a su casa.

11. Cuando el rey Alfonso y los magnates de su corte escucharon este hecho de Rodrigo, recibieron la noticia molestos y, acusándole los cortesanos se lo echaron en cara por la envidia que le tenían, diciendo al rey de común acuerdo: «Rey y señor, no le quepa duda a vuestra majestad de que Rodrigo hizo esto para que los sarracenos nos matasen a todos nosotros que andábamos entonces por su tierra devastándola,y pereciéramos allí». El rey, airado y encolerizado injustamente por esta malintencionada y envidiosa acusación, le arrojó de su reino.

12. Aquél, después de salir de Castilla, se dirigió a Barcelona dejando a sus amigos sumidos en la tristeza. Luego marchó a Zaragoza donde reinaba Muqtadir (b.Hud)… muerto en Zaragoza. Su reino fue dividido entre sus dos hijos, Mu’tamin y al-Hayib. Mu’tamin reinó en Zaragoza, su hermano al-Hayib en Denia. Este Mu’tamin apreciaba mucho a Rodrigo, y le puso en lugar destacado colocándole al frente de su reino y de todo su territorio, y tomándole en todo de consejero. Surgió entonces entre Mu’tamin y su hermano al-Hayib un enfrentamiento duro y muy cruel hasta el punto de fijar un lugar y día para pelear entre ellos. Sancho, rey de Aragón y de Pamplona, y Berenguer, conde de Barcelona, iban en el séquito de al-Hayib prestándole ayuda. Con Mu’tamin estaba Rodrigo Díaz, que le servía fielmente, y cuidaba y protegía su reino y su tierra, por lo que el rey Sancho y el conde Berenguer, sobretodo, le tenían envidia y maquinaban contra él.

13. En cuanto al rey Sancho escuchó que Rodrigo Díaz quería ir de Zaragoza a Monzón, juró que de ningún modo se atrevería a hacer esto. Al conocer Rodrigo el juramento del rey, herido en su amor propio, plantó sus tiendas con la totalidad de su ejército ante los ojos de sus enemigos, es decir, ante todo el ejército de al-Hayib. Y al día siguiente, en presencia del rey Sancho entró en Monzón, pero el rey no se atrevió a hacerle frente. Entretanto decidieron Mu’tamin y Rodrigo restaurar y fortificar el antiguo castillo denominado de Almenar, lo cual llevaron a cabo enseguida. Luego se desató otra vez la rivalidad entre Mu’tamin y su hermano al-Hayib hasta el punto de declararse la guerra.

14. Al-Hayib se reunió con el conde Berenguer, con el conde de Cerdaña, con el hermano del conde de Urgel y con señores de Besalú, del Ampurdán, del Rosellón y de Carcasona y decidió con ellos que todos marcharían en su compañía y sitiarían el mencionado castillo de Almenar, lo cual se llevó a cabo inmediatamente. Lo sitiaron y lucharon contra él durante muchos días hasta que les faltó el agua a los que estaban en la fortaleza.

15. Rodrigo se encontraba entonces en el castillo conocido por el nombre de Escarp que está situado entre dos ríos, el Segre y el Cinca y que había tomado antes valerosamente, después de hacer prisioneros a todos sus moradores. Estando, pues, allí, envió un legado a Mu’tamin para anunciarle la tribulación y el aprieto del castillo de Almenar y decirle que todos los que estaban en el referido castillo estaban cansados, muy… y en situación critica. De nuevo esto excitó el orgullo de Rodrigo quien envió otros legados con cartas a Mu’tamin para que socorriera a la fortaleza que había construido. Mu’tamin marchó enseguida al encuentro de Rodrigo y se reunió con él en el castillo de Tamarite donde celebraron su consejo. Mu’tamin recomendaba a Rodrigo que atacase a los enemigos que sitiaban la fortaleza de Almenar, pero él le respondió: «Es mejor que le pagues su tributo a al-Hayib para que deje de sitiar el castillo, antes que emprender la lucha con él, porque viene con una gran hueste». Mu’tamin se avino a esto gustosamente. Rodrigo envió en seguida un emisario a los mencionados condes y a al-Hayib para que, después de aceptar el tributo, se alejaran del referido castillo. Pero ellos no quisieron hacer caso de sus palabras ni dejaron de asediar la fortaleza. Regresó el emisario a Rodrigo y le contó todas las cosas que había oído de ellos.

16. Él, montado en cólera, mandó tomar las armas a todos sus soldados y prepararse con valentía para la lucha. Así pues, marchó con su ejercito hasta aquel lugar en que se encontraron frente a frente los condes, al-Hayib y Rodrigo. Los combatientes de uno y otro bando dispusieron sus tropas en orden de batalla y lanzándose impetuosamente con enorme vocerío iniciaron el combate, pero, pronto al-Hayib y los condes huyeron retirándose vencidos y en desorden del rostro de Rodrigo. La mayor parte murió, y tan sólo unos pocos consiguieron huir. Todo su botín y pertenencias pasaron legalmente a poder de Rodrigo, quien, después de conseguir la victoria, se llevó cautivos al conde Berenguer y a sus soldados al castillo de Tamarite y allí los puso en manos de Mu’tamin. Pero a los cinco días los dejó volver libres a su tierra.

17. Rodrigo Díaz regresó con Mu’tamin a Zaragoza y allí fue recibido por los habitantes de aquella ciudad con gran honor y máxima veneración. Mu’tamin puso a Rodrigo al frente de su reino y de todo su territorio en los días de su reinado prefiriéndolo a su propio hijo, de tal manera que era como el señor de todo aquel reino, y lo enriqueció con innumerables regalos y con muchos presentes de oro y plata.

18. Pasados muchos días, sucedió que un plebeyo de nombre Abu-l-Falak, que entonces gobernaba la fortaleza de Rueda cercana a Zaragoza, se separó junto al mencionado castillo de la jurisdicción y dominio del rey Mu’tamin y se rebeló en favor de Muẓaffar (b.al-Aftas), tío de Mu’tamin que había sido encerrado por su hermano Muqtadir en el mencionado castillo. Por esta causa, Muẓaffar pidió insistentemente al emperador Alfonso que le auxiliara. Al conocer esto, el emperador Alfonso le envió al infante Ramiro, al conde Gonzalo y a otros muchos señores con un gran ejército para que fueran en su ayuda. En cuanto llegaron, convinieron con Muẓaffar en enviar a rogar al emperador que viniera el mismo. Así sucedió. Él al punto se presentó con su ejército y permaneció allí pocos días.
Entretanto murió Muẓaffar. Abu-l-Falak, el rebelde del castillo de Rueda, decidió con el infante Ramiro entregar la plaza al emperador Alfonso. Éste, del que venimos hablando, llegó ante el emperador y habló con él en son de paz, pero con engaño, suplicándole con muchos ruegos que fuera al mencionado castillo y entrara en él. Antes que el emperador, que estaba cerca, llegara, permitió Abu-l-Falak a los capitanes del emperador que entraran en la plaza. Pero tan pronto como entraron, se descubrió enseguida el engaño y traición de Abu-l-Falak: los caballeros e infantes que guardaban el castillo atacaron a los capitanes del emperador arrojándoles piedras y peñascos y mataron a muchos de aquellos nobles. El emperador regresó a su campamento muy apesadumbrado.

19. Cuando tuvo noticia de este suceso, Rodrigo que estaba en Tudela, se dirigió al emperador. Este le recibió honoríficamente y enseguida le pidió que le siguiera a Castilla. Rodrigo le siguió, pero el emperador movido por una gran envidia y con perversas intenciones, maquinó en su corazón desterrarlo. Rodrigo dándose cuenta de esto, no quiso ir a Castilla sino que, separándose del emperador, se volvió a Zaragoza donde el rey Mu’tamin se apresuró a recibirle.

20. Después de esto la divina clemencia concedió al emperador Alfonso una gran victoria: tomó valerosamente la ciudad de Toledo, ínclita ciudad de España, asediada durante mucho tiempo y tomada por asalto al fin después de siete años, y la sometió a su poder juntamente con las villas de alrededor y sus tierras.

21. Entretanto, el rey Mu’tamin mandó a Rodrigo Díaz que, después de reunir a sus soldados, entrara con él en tierras de Aragón para saquearlas, lo cual se hizo así. Saquearon, pues, la tierra aragonesa, la despojaron de sus riquezas y de sus habitantes, y llevaron a muchos prisioneros. Después de cinco días regresaron victoriosos al castillo de Monzón. En aquel momento estaba Sancho, el rey de Aragón, en su territorio, pero de ningún modo se atrevió a oponerles resistencia.
Después de hacer esto, Rodrigo Díaz invadió los dominios de al-Hayib, hermano de Mu’tamin y los saqueó, infiriéndole muchos daños y pérdidas,sobre todo en las montañas de Morella y los territorios colindantes. Pues no dejó en aquella tierra casa sin destruir ni heredad sin saquear. Luchó contra la fortaleza de Morella, subió hasta la puerta del castillo e hizo en él gran daño. Entretanto Mu’tamin le pidió por medio de mensajeros y cartas que reedificase el castillo llamado de Olocau cerca de Morella. Enseguida volvió a levantarlo y lo construyó, abasteciéndolo de todo lo necesario, tanto de hombres como de armas.

22. Por su parte, el rey al-Hayib, al tener noticia de esto, se dirigió al rey de Aragón, Sancho, y le presentó las mayores quejas de Rodrigo. Los dos decidieron ayudarse y defender valerosamente sus reinos y sus tierras de Rodrigo, y por último presentarle audaz batalla campal. Reunieron ambos sus ejércitos y plantaron sus tiendas junto al Ebro. Rodrigo estaba cerca de ellos. Enseguida el rey Sancho envió legados a Rodrigo para que se retirara sin demora de aquel lugar en que estaba y no permaneciera allí más tiempo. El no quiso de ninguna manera obedecer su orden, sus palabras y sus recomendaciones, sino que, haciendo caso omiso, dio a los enviados esta respuesta: «Si el rey mi señor quiere pasar en paz por donde estoy,yo le serviré gustoso, no sólo a él, sino a todos sus hombres. Además si quiere, le daré cien de mis soldados que le sirvan y le acompañen en su camino». Los legados volvieron al rey y le refirieron las palabras de Rodrigo.

23. Cuando el rey Sancho escuchó que Rodrigo no había querido hacer caso de sus palabras ni se había marchado del lugar en que estaba, muy indignado montó en cólera y a toda prisa llegó con al-Hayib casi hasta el campamento de Rodrigo quien al ver esto, juró resistirles y no huir ante ellos y permaneció allí con firmeza. Al día siguiente, el rey Sancho y al-Hayib se armaron junto con sus hombres y alinearon sus tropas en orden de batalla frente a ellos. Al entablarse el combate, se luchó durante largo tiempo, pero, al fin, el rey Sancho y al-Hayib se dieron a la fuga y, vencidos y en desorden, huyeron del rostro de Rodrigo, que les persiguió durante un buen trecho cogiendo a muchos de ellos prisioneros.
Entre los cautivos se hallaban: el obispo Raimundo Dalmacio, el conde Sancho Sánchez de Pamplona, el conde Nuño Suárez de León, Anaya Suárez de Galicia, Calvet de Sobrarbe, Íñigo Sánchez, señor de Monclús, Simón García de Boíl, Pepino Aznar y García Aznar su hermano, Laín Pérez de Pamplona, nieto del conde Sancho, Fortún Garcez de Aragón, Sancho Garcez de Alcócer, Blasco Garcez, mayordomo del rey y García Díez de Castilla. Además de éstos hizo prisioneros a más de dos mil que luego dejó ir libres a su tierra. A éstos los cogió luchando valerosamente y saqueó su campamento y se apoderó de todo su botín. Después de realizar esto, volvió a Zaragoza victorioso con gran cantidad de bienes, llevando consigo a aquellos nobles cautivos. Mu’tamin, sus hijos y una gran multitud de la ciudad de Zaragoza, hombres y mujeres, alegrándose y regocijándose en su victoria le salieron al encuentro hasta la villa que se llama Fuentes que está a unos ciento cincuenta estadios de la ciudad.

24. Rodrigo Díaz permaneció allí en Zaragoza hasta la muerte de Mu’tamin. Muerto éste, le sucedió en el reino su hijo Musta’in, con el que vivió Rodrigo con máximo honor y veneración en Zaragoza nueve meses.

25. Al cabo de éstos, volvió a Castilla, su patria, donde le recibió alegre el rey Alfonso con grandes honores. Luego le dio el castillo denominado de Dueñas con sus habitantes, el de Gormaz, lbeas, campoo, Eguña, Briviesca y Langa, que está en las Extremaduras, con todos sus alfoces y sus habitantes.

26. Además le otorgó el perdón y la concesión escrita en su reino y confirmada con el sello real, estipulando que todas las tierras o castillos que pudiese ganar a los sarracenos, en tierra de éstos, le pertenecerían enteramente y luego a sus hijos, a sus hijas y a toda su descendencia, por derecho hereditario.

27. Las guerras que llevó a cabo Rodrigo junto con sus soldados y aliados, y sus noticias, no están todas escritas en este libro.

28. En la era 1127 (año 1089) en el tiempo en que los reyes suelen salir con su ejército para hacer la guerra y conquistar tierras rebeldes, partió el rey Alfonso de la ciudad de Toledo y marchó en expedición con su ejército. El Campeador permanecía entonces en Castilla, pagándoles la soldada a sus hombres.

29. Repartida la soldada y congregado su ejército en Castilla, alrededor de siete mil hombres de todas las armas, llegó hasta las Extremaduras, hasta el río denominado Duero y atravesándolo mandó plantar sus tiendas en el lugar que se llama Fresno. Marchó luego con sus mesnadas y llegó hasta el lugar llamado Calamocha. Allí acampó, celebró la Pascua de Pentecostés y allí le llegaron los emisarios del rey de Albarracín pidiendo que ambos se vieran. Una vez realizada la entrevista, el rey de Albarracín se hizo tributario del rey Alfonso y así permaneció en paz.

30. Rodrigo marchó de allí y llegó a las cercanías de Valencia. Colocó su campamento en el valle que se llama Torres que está junto a Morviedro. En aquel momento el conde de Barcelona, Berenguer, acampaba con todo su ejército junto a Valencia cercándola y fortificaba Yuballa y Liria como baluartes frente a ella. Tan pronto como oyó el conde Berenguer que se aproximaba Rodrigo el Campeador, se quedó muy temeroso, pues ambos eran adversarios. En cambio, los soldados del conde Berenguer, jactándose, proferían muchas injurias y burlas de Rodrigo y le amenazaban con capturarle y ponerle en prisión o matarlo, lo cual no pudieron llevar a efecto después. Este comentario llegó a oídos de Rodrigo, quien por temor a su señor el rey Alfonso no quiso luchar con el conde porque era pariente del rey. El conde Berenguer, aterrado, dejó en paz Valencia y a toda prisa se dirigió a Requena, luego continuó hasta Zaragoza y por último volvió con los suyos a su tierra.

31. Rodrigo permaneció en el lugar donde había plantado sus tiendas luchando con sus enemigos de los alrededores. Luego levantó el campamento, se fue a Valencia y acampó allí. Reinaba entonces en Valencia al-Qadir, quien al punto le envió sus legados con muchos regalos e innumerables presentes y se hizo tributario de Rodrigo. Esto mismo hizo el alcaide de Murviedro. Después el Campeador se marchó de allí y subió a las montañas de Alpuente, atacó, venció y saqueó su tierra. Permaneció allí no pocos días. Luego se marchó de allí y plantó su campo en Requena, donde estuvo bastante tiempo.

32. Más adelante tuvo noticias de que Yūsuf (b.Tashufin), rey de los almorávides, y otros muchos reyes sarracenos de Al-Ándalus habían llegado con los almorávides a sitiar la fortaleza de Aledo, que entonces poseían los cristianos. Los mencionados reyes sarracenos sitiaron y atacaron la fortaleza hasta que les faltó el agua a los que estaban dentro y la defendían. En cuanto el Rey Alfonso supo esto, escribió una carta a Rodrigo para que, tan pronto como la leyese, fuera con él a auxiliar urgentemente la fortaleza de Aledo y a socorrer a los que estaban sitiados luchando contra Yūsuf y todos los sarracenos que cercaban el referido castillo. Rodrigo les dio esta respuesta a los mensajeros del rey que le habían llevado la carta: «Que venga el rey, mi señor, como prometió, porque yo estoy dispuesto de buena fe y con recta intención a socorrer aquella fortaleza según su mandato. Suplico a su majestad se digne confirmarme su llegada, ya que le place que yo le acompañe».

33. El Campeador al punto salió de Requena y llegó a Játiva. Allí le salió al encuentro un emisario del rey Alfonso que le dijo que el rey estaba en Toledo con un gran ejército y una gran hueste de soldados de caballería y de infantería. Al escuchar esto, Rodrigo se dirigió al lugar que se llama Onteniente. Allí acampó hasta conocer la llegada del rey. Pues aquél le había ordenado por medio de emisarios que le esperase en Villena ya que le había dicho que pasaría por ese lugar.
Entretanto, para que su ejército no pasara hambre, estaba allí esperando al rey. Desde aquel lugar envió Rodrigo sus exploradores a Villena y a los alrededores de Chinchilla para que, en cuanto tuvieran noticia de la llegada del rey, se la anunciaran sin demora. Mientras que los exploradores esperaban su llegada, bajó por otro camino y llegó al río. Cuando se enteró Rodrigo que el rey ya había pasado adelantándosele, se entristeció mucho.
Al punto tomó con su ejército la dirección de Hellín; él iba delante de sus soldados, deseoso de conocer la verdad acerca del paso del rey. Al enterarse de que era cierto su paso, al punto dejó su ejército que venía detrás de él y llegó con unos pocos a Molina. Yūsuf , rey de los sarracenos, todos los otros reyes de los musulmanes de Al-Ándalus y los otros almorávides que estaban allí, al tener noticias de la llegada del rey Alfonso, dejaron en paz la fortaleza de Aledo, se dieron a la fuga enseguida y, aterrados por temor al rey, huyeron en desorden de su rostro antes de que llegara. Cuando Rodrigo llegó a Molina, ya el rey, viendo que de ningún modo podía alcanzar a los sarracenos, había tomado con prisa el camino de vuelta a Toledo con su ejército. Rodrigo regresó muy triste a su campamento que estaba en Elche. Allí dejó marchar a sus casas a algunos de sus soldados, que había llevado consigo desde Castilla.

34. Entretanto, los castellanos, envidiosos de Rodrigo, le acusaron ante el rey, diciéndole que no era un vasallo fiel, sino traidor e infame. Mintiendo le acusaban de que no quiso salir al encuentro del rey, ni ir en su auxilio, para que los sarracenos lo matasen y a todos los que estaban con él. El rey, habiendo escuchado una falsa acusación de tal tipo, movido y abrasado por una gran ira, mandó enseguida que le quitaran los castillos, las villas y todo el honor que había recibido de él. Además mandó confiscar sus propias heredades y, lo que es peor, ordenó que su mujer y sus hijos fueran encarcelados, atados cruelmente, y dispuso que fueran tomados el oro, la plata y todo cuanto se pudiera encontrar de sus bienes. Rodrigo al conocer con toda certeza que el rey se había encolerizado con él por los engañosos vituperios y falsas acusaciones de sus enemigos y que le había infligido tan grande y tal injuria y tan inaudita deshonra por las imputaciones de éstos, envió enseguida al rey a uno de sus más leales caballeros, para que le defendiera de la injusta y falsa acusación y lo excusara ante aquél.
Éste, presentado ante el rey, su señor, dijo estas palabras:«Ilustre rey, siempre respetable, mi señor Rodrigo, tu más fiel vasallo, me envía a ti, rogando, besando tus manos, que recibas en palacio su exculpación y excusa de la acusación con la que sus enemigos falsamente le han inculpado ante ti. Mi propio señor defenderá él mismo en combate ante tu corte contra otro igual y semejante a él, o un caballero de los suyos defenderá en combate en su lugar contra otro igual y semejante a él, que todos los que te dijeron que Rodrigo te hizo algún fraude o engaño en el camino cuando ibas a socorrer a Aledo, para que los sarracenos te mataran a ti y a tu ejército, mintieron como bellacos e infames y no tienen buena fe. Quiere… que ningún conde o príncipe, ningún caballero de todos aquéllos que iban contigo para ayudarte fielmente a socorrer el mencionado castillo, prestándote sus servicios en esta guerra contra aquellos sarracenos y contra todos tus enemigos, ha tenido más fidelidad hacia ti que él en la medida de sus fuerzas». El rey, vehementemente airado con ellos, no sólo no quiso recibir su excusación, aunque era justísima, sino que ni siquiera accedió a oírla benignamente. Sin embargo permitió que su mujer y sus hijos volvieran a él.

35. Rodrigo viendo que el rey no se había dignado recibir su excusa, juzgó por sí mismo el pleito de su exculpación y finalmente, redactándolo por escrito, lo envió al rey: «Este es el juicio, que yo, Rodrigo, pronuncio acerca de la acusación que se me ha hecho ante el rey Alfonso: Que el rey, mi señor, me tenga en la misma estima y honra en que acostumbró a tenerme antes. Yo lucharé en su corte contra uno igual y semejante a mí, o un soldado mío luchará contra otro igual y semejante a él, diciendo así: A tí, que quieres luchar conmigo, que me acusas por aquella expedición en la que se dirigía el rey Alfonso a Aledo a pelear con los sarracenos, yo, Rodrigo, te juro que la única causa de no estar presente fue el no tener noticias de su paso y no poder saberlo por ninguno. Éste es el verdadero motivo por el cual no le acompañé. En esta guerra no le engañé sino que actué como él me lo ordenó por su emisario y su carta, y en nada pasé por alto su mandato. No le engañé en esta guerra que el rey pensó hacer con los sarracenos que sitiaban el mencionado castillo ni le hice ningún fraude, ninguna artimaña, ninguna traición, ninguna maldad por la que mi persona tenga menos valor o deba valer menos. Ninguno de aquellos condes, señores o caballeros, que le acompañaron en aquel ejército, tuvo mayor fidelidad al rey para luchar contra los sarracenos y ayudarle que yo, en la medida de mis posibilidades. Así te juro que lo que digo es cierto y si miento, entrégueme Dios a tus manos para que hagas de mí lo que quieras. Y si no, líbreme Dios, justo juez, de tan falsa acusación. Asimismo igual juramento haga el soldado mío al soldado que quiera luchar con él por esta acusación».

Este es el segundo juramento del juicio que pronunció Rodrigo:«A ti, soldado que quieres luchar conmigo, que me retas por aquella llegada del rey, al dirigirme a Aledo, yo, Rodrigo, te juro que no conocí con seguridad su llegada, y de ningún modo pude saber que estaba delante de mí, hasta que escuché de los que me lo contaron que ya se volvía a Toledo. Te aseguro que de no estar enfermo, preso o muerto, me hubiera presentado ante el rey en Molina, de haberlo sabido con anterioridad, habiendo llegado hasta Hellín, y, de buena fe y con recta intención, sin ninguna artimaña, me hubiera dirigido con él a Aledo para ayudarle en su lucha, en caso de haberla mantenido con los sarracenos. Además de esto, juro por Dios y sus santos que no pensé ni dije nada malo contra el rey, por lo que mi persona valga menos. Si miento en alguna de estas cosas que te he dicho, entrégueme Dios a tus manos para que hagas de mí lo que quieras. Y si no, líbrenle Dios, que es justo juez, de tan falsa acusación. Jure y cumpla esto mismo mi soldado ante el soldado que quiera luchar con él por esta causa».

Este es el tercer juramento:«A ti, soldado que me retas por aquella llegada del rey, al venir a Aledo, para pelear allí con los sarracenos que sitiaban aquel castillo, yo Rodrigo, te juro que le envié aquella carta de buena fe y con verdad, sin artimaña ni traición. No le envié aquella carta para que fuera vencido o capturado por los sarracenos, sus enemigos. Pues cuando él se dirigía con su ejército a la mencionada fortaleza, entonces me envió un mensajero suyo a Villena diciéndome que esperara allí su llegada. Y así lo hice cumpliendo sus órdenes. Pero te juro y te digo que nunca pensé ni hablé nada en contra del rey, ni le traicioné, ni le hice nada malo por lo que mi persona valga menos o yo deba perder mi vida, mi honor y mi dinero, o el rey hacerme tal, tamaña y tan inaudita afrenta, como me hizo. Así te juro por Dios y por sus santos que en esto que juro, juro verdad. Si en alguna de estas cosas que he dicho antes, miento, entréguenle Dios a tus manos para que hagas de mi lo que quieras y, si no, como piadoso y justo juez, líbreme de tal falsísima acusación. Jure y cumpla esto mismo mi soldado ante el soldado que quiera luchar con él por esta causa».

Este es el cuarto juramento:«A ti, soldado del rey, que quieras luchar conmigo, yo, Rodrigo te juro por Dios y sus santos, que desde el día en que lo recibí como señor en Toledo, hasta aquel en que supe que cruelmente y tan sin razón prendió a mi mujer y me quitó todo el honor que tenía en su reino, nada malo dije de él, ni pensé mal alguno, ni hice nada contra él, por lo que deba tener mala reputación o valer menos mi persona. Sin merecerlo, sin razón y sin ninguna culpa, me quitó mi honor y encarceló a mi mujer ¡tan grande y tan cruel afrenta me hizo! A ti, soldado que quieras luchar conmigo, te juro que aquello que he dicho anteriormente, es cierto y, si miento, entrégueme Dios a tus manos para que hagas de mí lo que quieras. Y si no, juez verdadero y clemente, líbreme de esta falsísima acusación. Este mismo juramente y no otro pronuncie y cumpla mi soldado ante aquel soldado que quiera luchar con él».

«Este es, pues, el juicio que yo, Rodrigo, resueltamente pronuncio y firmemente asevero: Si el rey quisiere recibir uno de estos cuatro juramentos, que escribí más arriba, elija el que le agrade de ellos y yo lo cumpliré gustoso. Pero si no le agrada, estoy preparado para luchar con el soldado del rey que sea igual a mí, tal como yo ante el rey cuando gozaba de su estima. Considero que así me debo defender ante mi rey y emperador, en el caso de ser retado. Si alguno quisiera vituperarme o reprenderme por este juicio y me diera alguno mejor y más justo en relación a la acusación que se me hace, que lo escriba y me lo envíe explicando de qué manera debo hacer mi defensa y salvarme. Ciertamente, si yo comprendiera que era más correcto y más justo que el mío, lo aceptaré gustoso, y de acuerdo con aquél presentaré mi defensa y me salvaré. Y si no, lucharé de la manera que he expuesto o un soldado mío lo hará por mí. Y si aquél fuera vencido, habrá de aceptar mi juicio y si, por el contrario, resultara vencedor, yo aceptaré el suyo».

Pero el rey no quiso aceptar los juicios hechos personalmente por Rodrigo ni su defensa y excusación.

36. Después que el rey volvió a Toledo, Rodrigo plantó su campamento en Elche. Allí celebró la Navidad. Después de celebrar la Pascua, se marchó de allí y, dirigiéndose por la costa llegó a Polop, donde había una gran gruta llena de dinero. La sitió, atacándola con fuerza, y en pocos días venció a los defensores y entró en ella donde halló gran cantidad de oro, plata, seda e innumerables telas preciosas. Se alejó de allí, enriquecido con el dinero que había encontrado y emprendió la marcha hasta el puerto de Tárbena y antes de llegar a Denla, en el lugar que se llama Ondara, reconstruyó un castillo y lo fortificó. En él ayunó durante la santa Cuaresma y celebró la Pascua de la Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo.

A este lugar le envío un emisario al-Hayib, que era entonces el rey de aquella tierra y gobernaba en ella, para estar en paz con él. Una vez sellada y firmada dicha paz, los legados sarracenos volvieron a al-Hayib. Rodrigo, por su parte, se marchó de allí con su ejército y llegó a los alrededores de Valencia. El rey al-Hayib regresó de la comarca de Lérida y Tortosa y llegó a Murviedro. Cuando al-Qadir, que en aquel tiempo era rey de Valencia, tuvo noticias de que el rey al-Hayib había hecho paces con Rodrigo, se atemorizó y se espantó mucho. Así, después de reunirse con sus consejeros, envió legados a Rodrigo con grandes e innumerables regalos en dinero. Éstos le entregaron personalmente los dones sin cuento que llevaban e hicieron la paz entre el rey de Valencia y aquél. De igual manera Rodrigo recibió muchos tributos y dones de todos los castillos que eran rebeldes al rey de Valencia y que no se habían dignado someterse a su mando. El rey al-Hayib al saber que el rey de Valencia, al-Qadir, se había sometido a Rodrigo, atemorizado, se retiró a media noche de Murviedro y, aterrado huyó de aquel lugar.

37. Rodrigo se marchó de los alrededores de Valencia y llegó a Burriana. Allí supo con seguridad que al-Hayib de Lérida y Tortosa intentaba aliar contra él a Sancho, rey de los aragoneses, Berenguer, conde de Barcelona, y Ermengol, conde de Urgel, para poder echarlo y expulsarlo de sus tierras y de todas las comarcas de su reino. Sin embargo, el rey Sancho y el conde Ermengol no quisieron acceder a sus ruegos ni ayudarle frente a Rodrigo. Rodrigo permaneció en Burriana inmóvil como una roca. Luego se marchó de allí y subió a las montañas de Morella pues allí había abundantes víveres y muchos e innumerables ganados.
Berenguer, el conde de Barcelona, habiendo pactado con al-Hayib, después de recibir de él grandes sumas de dinero, al punto salió de Barcelona con un gran ejército y llegó a los confines de Zaragoza. En Calamocha, en tierras de Albarracín, plantó su campamento. Entonces el conde se dirigió con unos pocos a Musta’in, rey de Zaragoza, que estaba en Daroca, y habló con él de hacer las paces entre ellos. Una vez recibió el dinero de Musta’in, confirmaron la amistad entre ambos. El rey Musta’in a ruegos del conde se dirigió con él a ver al rey Alfonso que entonces estaba en la región de Orón. Rogó al rey insistentemente que le prestara su auxilio con sus soldados contra Rodrigo. Pero el rey no quiso atender a sus ruegos y el conde se dirigió a Calamocha con sus caballeros, Bernardo. Giraldo Alemán y Dorea con un numeroso ejército. Allí se reunió una gran hueste de combatientes contra Rodrigo. Por entonces Rodrigo permanecía en las montañas en el lugar llamado Herbés, a donde le envió un emisario el rey Musta’in, quien le anunció que el conde de Barcelona estaba preparado para luchar con él.Rodrigo sonriendo dio esta respuesta al mensajero que le daba tales noticias: «A Musta’in, rey de Zaragoza, mi amigo fiel: Os doy las gracias con todo mi afecto, puesto que me habéis descubierto el proyecto del conde y su propósito… de una futura… guerra contra mí. Pero desdeño y desprecio al conde y a su copioso ejército, y en este lugar le esperaré gustoso con la ayuda de Dios. Si llega, lucharé con él».
Llegó Berenguer con su inmenso ejército a través de las montañas hasta un lugar próximo a donde estaba Rodrigo y fijó su campamento no lejos de él. Una noche envió exploradores para que reconocieran el lugar… Pues el campamento estaba enclavado bajo el monte.

38. Al día siguiente el conde hizo escribir una carta y la envió a Rodrigo por medio de un emisario, diciendo así: «Yo, Berenguer, conde de Barcelona, junto con mis soldados te aseguro a ti, Rodrigo, que vimos la carta que enviaste a Musta’in diciendo que nos la mostrase, en la cual te burlaste de nosotros y nos menospreciaste en demasía incitándonos a un gran furor. Ya antes nos habías hecho muchas injurias por las que deberíamos estar enemistados y airados contigo ¡cuánto más debemos ser tus enemigos y adversarios por las burlas con las que en tu carta nos despreciaste y nos injuriaste! Y además …todavía en tu poder el dinero que nos quitaste. Pero Dios, que es poderoso, nos vengará de tantas injurias que de ti hemos recibido. Peor injuria y burla nos hiciste al decir que éramos semejantes a nuestras mujeres. Nosotros no queremos corresponderos ni a ti ni a tus hombres con tan grandes injurias, pero pedimos y rogamos al Dios del Cielo que te traiga a nuestras manos y te entregue a nuestro poder para que podamos demostrarte que tenemos más valor que nuestras mujeres. También dijiste al rey Musta’in que, si veníamos a luchar contigo, nos saldrías al encuentro más rápidamente de lo que él pudiera volver a Monzón, y por el contrario, si nos retrasáramos en ir contra ti,nos saldrías al encuentro por el camino. Te rogamos, por tanto, encarecidamente que no nos eches en cara el que hoy no bajemos a ti, pues hicimos esto porque queríamos asegurarnos del número de tu ejército y de tu posición, pues vemos que confiado en tu monte quieres luchar con nosotros en él. También sabemos que… los cuervos, las cornejas, los halcones, las águilas y las aves de todo género son tus dioses porque confías más en sus agüeros que en Dios. Nosotros sin embargo creemos y adoramos a un solo Dios que nos vengará de ti y te pondrá en nuestras manos. Pero ten por seguro que mañana al amanecer, con la ayuda de Dios, nos verás cerca de ti y ante ti. Si sales hacia nosotros al llano y te separas de tu monte, serás el mismo Rodrigo a quien llaman luchador y Campeador. Si por el contrario no quisieres hacerlo, serás lo que dicen los castellanos en su lengua romance alevoso y los francos bauzador y fratidator. De nada te valdrá hacer ostentación de tanto valor; no nos iremos de tu lado ni nos separaremos de ti, hasta que llegues a nuestras manos muerto o cautivo y cargado de cadenas. En fin, haremos de ti el mismo escarnio que tú tuviste para con nosotros. Dios vengará sus iglesias que destruiste y profanaste violentamente».

39. Rodrigo escuchó la lectura de esta carta y al momento mandó escribir su respuesta y enviarla al conde, diciendo:

«Yo, Rodrigo, te saludo junto con mis compañeros a ti, conde Berenguer y a tus hombres. Ten por seguro que escuché tu carta y comprendí muy bien su contenido. Dijiste en ella que yo escribí una carta a Musta’in en la que me burlaba de ti y te ultrajaba a ti y a tus hombres. Dijiste verdad: me burlé de ti y de tus hombres y aún ahora me burlo. Te diré por qué me mofé de ti. Cuando estabas con Musta’in en los alrededores de Calatayud, me ultrajaste delante de él diciéndole que por el temor que te tenía no me había atrevido a entraren estas tierras. También tus compañeros, Raimundo de Barbará y otros soldados, que estaban con él, dijeron esto mismo al rey Alfonso, burlándose de mí en Castilla delante de los castellanos. También tú personalmente, en presencia de Musta’in dijiste al rey Alfonso que habrías luchado conmigo y me habrías expulsado vencido de las tierras de al-Hayib y que de ningún modo me había atrevido yo a esperarte allí, pero que dejaste de hacer todo esto por amistad hacia el rey, y por respeto a él no me molestaste, y porque yo era vasallo suyo, por esto te abstuviste de inferirme deshonra alguna y de hacerme agravio. A causa de estas afrentas e injurias que me hiciste, me mofé y me mofaré de ti y de los tuyos, y os equiparé y asemejé a vuestras mujeres por vuestras débiles fuerzas. Pero ahora no podrás excusarte de luchar conmigo, si es que te atreves a luchar. Si por el contrario no te atreves a hacerme frente… en su amistad… y si se atreves a venir a mí con tu ejército, ven ya… no temo. No creo que ignores lo que he hecho y cuántos daños os he inferido a ti y a tus hombres. He sabido que hiciste un trato con al-Hayib prometiéndole que si te daba dinero, me echarías y expulsarías de sus tierras. Creo que tendrás miedo de cumplir tus promesas y no te atreverás a venir a luchar conmigo. Pero no rehúses hacerlo porque estoy en el lugar más llano de estas tierras. En verdad te digo que, si tú y los tuyos queréis venir a mí, no os aprovechará a vosotros. Si os atrevéis a venir a mí, os daré vuestra paga como suelo dárosla. Si rehusáis y no os atrevéis a luchar conmigo, enviaré cartas al rey Alfonso y mensajeros a Musta’in. Les diré que no pudiste realizar, aterrado por temor a mí, lo que prometiste y lo que aireaste jactanciosamente que ibas a hacer. No sólo haré que conozcan esto y lo sepan estos dos reyes, sino todos los nobles cristianos y sarracenos. Pues cristianos y sarracenos sabrán bien que has sido mi prisionero y que tengo en mi poder tu dinero y el dinero de los tuyos. Ahora te espero en la llanura con ánimo fuerte y seguro. Si te atreves a venir, allí verás parte de tu dinero, pero no para tu provecho, sino para tu vergüenza. Jactándote con superfluas palabras has asegurado que me llevarás vencido, cautivo o muerto. Esto está en manos de Dios y no en las tuyas. Burlándote de mí muy falsamente dijiste que hice alevosía según se dice en el lenguaje de Castilla, o bauzía en el de la Galia, por lo que has mentido por tu boca. Nunca hice tal cosa. Hizo esto aquél de quien se sabe probadamente que ha cometido tales traiciones, al que tú bien conoces y del que muchos cristianos y paganos saben que es tal como digo. Ya hace mucho tiempo que litigamos de palabra; dejémonos de palabras y resuélvase entre nosotros esta disputa como es costumbre entre caballeros nobles por la digna fuerza de las armas. Ven y no tardes. Recibirás de mí la paga que suelo darte».

40. Tan pronto como Berenguer y todos los suyos escucharon esta carta, todos a una se llenaron de una inmensa ira. Después de celebrar consejo, enviaron inmediatamente por la noche algunos soldados para que subieran a escondidas y tomaran el monte que se elevaba sobre el campamento de Rodrigo, pensando atacarlo desde allí, invadirlo y tornar sus tiendas. Viniendo así de noche, ocuparon y tornaron aquel monte, sin que Rodrigo lo supiera.
Al día siguiente, muy temprano, el conde y sus soldados, dando gritos alrededor del campamento de Rodrigo, irrumpieron allí contra ellos. Al ver esto Rodrigo, rechinando sus dientes, mandó al punto a sus caballeros vestir las lorigas y ordenar animosamente sus haces contra los enemigos. Rodrigo se lanzó velozmente contra la formación del conde y la desbarató y venció al primer encuentro. Sin embargo, en el mismo ataque cayó de su caballo, mientras luchaba con gran arrojo, quedando magullado y herido. No obstante, sus soldados no desistieron de luchar, sino que pelearon con fuerte ánimo hasta que vencieron al conde y a todo su ejército, consiguiendo valerosamente la victoria sobre ellos. Al fin, tras pasar a cuchillo y matar a muchos de aquéllos, prendieron al propio conde y lo llevaron cautivo a Rodrigo con casi cinco mil de los suyos, hechos prisioneros en aquel combate. Rodrigo mandó que junto con el mismo conde fuesen custodiados, vigilados y encerrados algunos, Bernal, Giraldo Alemán, Ramón Mirón, Ricardo Guillén, y otros muchos de los más nobles.
De este modo fue conseguida la victoria sobre el conde Berenguer y su ejército digna de ser alabada y recordada siempre. Los soldados de Rodrigo devastaron todo el campamento y tiendas del conde Berenguer, tomaron todo el botín que encontraron en ellas, muchos vasos de oro y plata, telas preciosas, mulos, caballos de silla y de posta, lanzas, lorigas, escudos, y presentaron y llevaron a Rodrigo fielmente todo lo que cogieron, sin faltar nada.

41. El conde Berenguer, viendo y comprendiendo que por voluntad divina había sido herido, vencido y capturado por Rodrigo, pidiéndole misericordia humildemente, llegó a presencia de éste, que estaba sentado en su tienda y le pidió perdón con muchos ruegos. Rodrigo no quiso recibirle benignamente, ni le permitió sentarse junto a él en la tienda, sino que ordenó a sus caballeros que le custodiaran fuera. Ordenó solícitamente que le dieran allí abundantes vituallas y finalmente, le permitió volver libre a su patria. Pero cuando Rodrigo se recuperó después de pocos días, firmó un pacto con Berenguer y Giraldo Alemán estipulando que le dieran ochenta mil marcos de oro de Valencia en concepto de rescate. Los otros cautivos se comprometieron bajo juramento a darle por su rescate, a voluntad de Rodrigo, innumerables riquezas, en cantidad fijada. Luego volvieron a sus casas y regresaron de allí apresuradamente a Rodrigo con gran cantidad de oro y plata, llevando consigo además de las riquezas que traían, hijos y parientes que querían que quedaran como rehenes hasta que pudieran pagar la cantidad establecida como rescate, asegurándole que habían de darle todo y llevarlo a su presencia. Al ver Rodrigo esto, después de consultar con los suyos, movido por la piedad, no sólo permitió que volvieran libres a sus tierras sino que les perdonó el rescate. Ellos regresaron a sus tierras alegres dando con veneración las gracias a su nobleza y piedad por tanta misericordia y prometiendo servirles con todos sus bienes y con gran honor.

42. Rodrigo llegó a tierras de Zaragoza al lugar llamado Sacarca y allí estuvo casi dos meses. Después de salir de allí, se dirigió a Daroca donde permaneció muchos días, pues sin duda había allí gran cantidad de alimentos y abundancia de ganados. En este lugar padeció Rodrigo una grave enfermedad.
Entonces envió a Musta’in, rey de Zaragoza, algunos caballeros con cartas, los cuales le encontraron en Zaragoza y le entregaron la misiva que llevaban. En esta ciudad hallaron al conde Berenguer con sus nobles, sentado junto con el mencionado rey. En cuanto supo el conde que estos mensajeros eran caballeros de Rodrigo, permitió que se acercaran a él y en seguida les mandó y les encargó que llevaran este mensaje a Rodrigo, diciéndoles: «Saludad encarecidamente de mi parte a Rodrigo, mi amigo, y no dejéis de decirle que quiero ser un buen aliado y un socorro seguro en todas sus necesidades».
Después de escuchar esto, los emisarios mencionados regresaron a Rodrigo, ya convaleciente y fuera de peligro, y le refirieron cumplidamente y punto por punto el contenido de la embajada del conde. Pero Rodrigo, menospreciando sus palabras, se negó a ser su amigo y a firmar la paz con él. Sus principales caballeros le dijeron: «¡Qué es esto?¿Qué mal te hizo alguna vez el conde Berenguer para que ahora tú no quieras firmar la paz con él? Le tuviste en tu poder, vencido y dominado, encadenado y cautivo, y le quitaste enérgicamente todas sus posesiones y riquezas ¿y no quieres la paz con él? Pues no se lo pides a él, sino que es él quien te ruega firmar la paz contigo». Finalmente hizo caso del consejo de sus nobles caballeros y prometió que firmaría la paz.
Los emisarios, volviendo a Zaragoza en seguida, contaron al conde Berenguer y a sus nobles que Rodrigo quería ser su amigo y que firmaría la paz con él. Al escuchar esto, el conde y los suyos se alegraron mucho.
Entonces el conde salió de Zaragoza a entrevistarse con Rodrigo y se dirigió a su campamento. Allí se estableció la paz y la amistad entre ambos. El conde puso entonces en manos de Rodrigo, colocándolas bajo su protección, parte de las tierras de moros, sometidas en otro tiempo a su mandato. Juntos bajaron los dos a la costa vecina; Rodrigo asentó su campamento en Burriana. Berenguer, separándose de Rodrigo, atravesó el río Ebro y regresó a su tierra.

43. Rodrigo permaneció en Burriana, en los alrededores de Valencia, y celebró en Yuballa la Pascua del Señor. Luego asedió Liria, fortaleza cercana a Valencia, con su ejército, y allí distribuyó generosos estipendios a sus soldados.

44. En este lugar le llegaron cartas de la reina, esposa del rey Alfonso, y de sus amigos diciéndole que el rey Alfonso marchaba contra los sarracenos y que quería entablar combate con ellos, pues ya habían tomado Granada y sus alrededores. Esta sin duda era la causa por la que el rey iba a luchar contra ellos. Por medio de esta carta, le aconsejaron sus amigos que por ninguna causa ni demora dejase de dirigirse con rapidez al rey que iba con su ejército contra los sarracenos para ayudarle en aquella guerra, y que se incorporara con toda su hueste al ejército del rey para prestarle auxilio, asegurándole que recuperaría en seguida la gracia y el amor del rey. Siguiendo el consejo de sus amigos, abandonó la fortaleza de Liria a la que había sitiado, atacándola y castigándola por medio del bloqueo de aprovisionamiento, y que estaba casi para rendírsele, y con toda su hueste se dirigió haciendo el trayecto en largas jornadas al encuentro del rey, al que halló cerca de Córdoba, en el lugar que se llama Martos.

45. El rey, al oír que venía Rodrigo, al punto le salió al encuentro y le recibió en paz con grandes honores. Juntos llegaron cerca de la ciudad de Granada. El rey mandó colocar sus tiendas en las montañas, en el lugar denominado Elvira. Rodrigo fijó su campamento en la llanura en un lugar que estaba delante del campamento del rey para protegerlo y vigilar por su seguridad. Esto molestó mucho al rey, quien, llevado por la envidia, dijo a los suyos: «Ved y considerad que clase de injuria y de afrenta nos hace Rodrigo. Llega hoy como si viniera cansado y fatigado de un largo camino, pero se nos adelanta y planta sus tiendas delante de nosotros». Casi todos los suyos, movidos también por la envidia, le dieron la razón al rey y, envidiosos, acusaron falsamente a Rodrigo de audaz arrogancia delante del rey. El rey permaneció en el mismo lugar seis días. Yūsuf , rey de los almorávides y sarracenos, no atreviéndose a esperar al rey Alfonso y a luchar con él, atemorizado por el pavor que sentía hacia el rey, huye junto con su ejército y se retiró ocultamente de aquellos lugares. Al conocer el rey Alfonso que Yūsuf , rey de los sarracenos, había huido por temor a él, y que se había retirado de aquel lugar ocultamente, mandó volver en seguida a Toledo. Camino de Toledo, llegó a la fortaleza conocida por el nombre de Úbeda que está sobre el cauce del Guadalquivir. Rodrigo ordenó a los suyos plantar su campamento junto al mismo río y establecerse allí. Allí mismo el rey le recibió ásperamente con airadas y duras palabras y le echó en cara muchas faltas imaginarias. Hasta tal punto, irritado violentamente con él, se encolerizó que planeó y quiso apresarlo. Rodrigo observando señales evidentes de esto, aguantó pacientemente todas las injurias del rey, pero al caer la noche se marchó, no sin temor, del campamento del rey y regresó en seguida al suyo. Entonces muchos de sus caballeros dejaron a Rodrigo y se pasaron al campamento del rey. Y abandonando a Rodrigo, su señor, entraron al servicio del rey. El rey irritado con Rodrigo, que se defendía de la afrenta inferida a él por el rey con demasiada insistencia, muy enfurecido se marchó a Toledo con su ejército.

46. Rodrigo, molesto y muy triste, se dirigió a Valencia por un difícil camino y allí permaneció bastantes días. En el lugar denominado Peña Cadiella fortificó un castillo, que habían destruido los sarracenos, con muchos y firmes edificios, lo rodeó por todas partes con un muro inexpugnable y lo reconstruyó firmemente. Protegió el mencionado castillo con una numerosa guarnición de caballeros y hombres de a pie y con toda clase de armas. Lo abasteció también abundantemente de gran cantidad de pan, vino y ganados. Saliendo de allí bajó a Valencia, luego se dirigió a Morella, donde permaneció algunos días y celebró solemnemente el día de la Navidad del Señor.

47. En este lugar llegó a él un hombre que prometió entregarle furtivamente el castillo de Borja, cercano a Tudela. Tras llegar a un acuerdo, se dirigió en seguida con su hueste contra la fortaleza de Borja y he aquí que de repente vino a él un emisario de Musta’in, rey de Zaragoza, que le anunció que su rey estaba muy amenazado y acosado por el rey Sancho de Aragón. Tan pronto como este mensajero se separó de Rodrigo, éste marchó ocultamente por la noche a Zaragoza con unos pocos y allí se dio cuenta de que el hombre que le había prometido darle el castillo de Borja, había mentido. Pero, no obstante, no quiso volver al campamento, sino que permaneció en el mismo lugar en que estaba. Al oír esto, vinieron a él los notables de la ciudad de Zaragoza y le imploraron con muchos ruegos que tuviera buena voluntad, amistad y paz con su rey. Y sucedió que Musta’in y Rodrigo se entrevistaron y firmaron entre ellos una firme paz.

48. Entonces Rodrigo llegó ya con su ejército a Zaragoza, atravesó el río y plantó su campamento en el lugar denominado Fraga. Al tener noticias de esto, Sancho, el rey de Aragón, decidió reunir su inmenso ejército juntamente con su hijo, el rey Pedro. Reunido, pues, el ejército, inmediatamente mandó plantar sus tiendas en el lugar que se llama Gurrea. Entonces el rey y su hijo enviaron a Rodrigo legados en son de paz portadores de una embajada de amistad y concordia. Al oír y conocer esto, Rodrigo los recibió honrosamente y con rostro alegre y les respondió que en verdad él quería tener con el rey Sancho y su hijo amistad y paz. En seguida les envió también sus emisarios para que le comunicaran al rey y a su hijo estas palabras que mostraban sus deseos de alianza. Avistándose el rey Sancho, su hijo y Rodrigo, convinieron firmemente entre ellos amistad y paz con lazos indisolubles.También por amistad y ruegos de Rodrigo, el rey Sancho firmó la paz con Musta’in. Amistosamente hizo las paces con él por mediación y obra de Rodrigo. Una vez que realizó esto, el rey Sancho volvió a su tierra inmediatamente. Rodrigo permaneció rodeado de grandes honores bastantes días en Zaragoza en la corte del rey Musta’in.

49. …………

50. Después de salir de Zaragoza entró con una gran hueste en tierras de Calahorra y de Nájera que pertenecían al reino del rey Alfonso y estaba bajo su gobierno. Entonces, después de valeroso ataque, tomó Alberite y Logroño. Se hizo con gran botín que provocó desconsuelo y lágrimas, y cruelmente sin misericordia alguna incendió todas aquellas tierras arrasándolas por completo de la manera más dura e impía. Devastó y destruyó toda aquella región llevando a cabo feroz e inhumano pillaje y la despojó de todos sus tesoros y riquezas y de todo su botín que pasó a su poder. Tras alejarse de aquel lugar, llegó con un gran ejército al castillo llamado de Alfaro, contra el que luchó valerosamente, y enseguida lo tomó. En este lugar saliéronle al encuentro los legados de García Ordóñez y de todos sus parientes quienes le comunicaron de parte del conde y de todos los suyos que les esperara allí siete días y no más, que si hiciera esto, no dudara que el conde con sus allegados le presentarían batalla. Regocijándose les respondió a éstos que aguardaría siete días allí al conde y a los suyos y lucharía con ellos gustoso. El conde García Ordóñez reunió a todos sus parientes y a todos los poderosos nobles y príncipes que dominaban en todo aquel territorio comprendido desde la ciudad llamada Zamora hasta Pamplona. Después de reunir un inmenso e innumerable ejército de caballeros e infantes, el mencionado conde llegó con tal hueste al lugar conocido por el nombre de Alberite. Pero en cuanto llegó, sintiendo pánico y temiendo sobremanera entablar combate con Rodrigo, aterrado se volvió sin vacilación con su ejército desde este lugar a su tierra. Rodrigo los esperó allí hasta el día acordado, el séptimo, inmóvil como una roca, con ánimo decidido y alegre. Entonces tuvo noticia de que el conde y todos los que estaban con él, sin atacarle como habían prometido y temiendo enfrentársele, se había alejado y vuelto a sus tierras dejando Alberite sin un soldado, solo y vacío. En Calahorra y en toda la región que Rodrigo había saqueado dominaba el conde García, enemigo de Rodrigo, en nombre del rey Alfonso. Entonces por la enemistad que sentía hacia el conde y para deshonrarlo Rodrigo incendió aquellas tierras y las devastó, asolándolas casi por completo. Y al oír, como se ha dicho, que el conde por temor a él ya había vuelto a su tierra con su gente y había dejado Alberite desguarnecido y vacío, se dirigió con su ejército desde Alfaro a Zaragoza.

51. ………

52. Allí permaneció durante muchos días rodeado de grandes honores y recogió las cosechas y vendimió en provecho propio todas las viñas de aquella región que no estaban sometidas a Musta’in.

53. Después de salir con su ejército de Zaragoza, se dirigió rápidamente a Valencia. Mientras iba de camino le salió al encuentro un mensajero quien le refirió punto por punto y le dio a conocer que los bárbaros pueblos sarracenos habían llegado a la zona Este, la habían devastado cruelmente y que habían entrado en Valencia y la habían tomado. Rodrigo al oír esto, marchó rápidamente a la fortaleza de Yuballa y al punto púsole sitio. De no haber actuado con tanta rapidez, aquellos pueblos bárbaros hubieran ocupado toda la Hispania hasta Zaragoza y Lérida, y la hubiesen sometido totalmente.

54. Tomó en seguida la fortaleza de Yuballa después de un fuerte asedio. En el mismo lugar construyó y pobló una ciudad y la rodeó y protegió con fortificaciones y torres muy fuertes; para poblarla vinieron muchos de las ciudades de alrededor y se establecieron en ella.
Los habitantes de Valencia, que habían escapado a la muerte, estaban sometidos a los bárbaros que se llaman almorávides, permanecían bajo su mandato y convivían con ellos. En el mes de julio, cuando es el tiempo de la siega, Rodrigo fijó su campamento junto a Valencia. Comenzó con los caballos… las mieses y destruyó las casas que estaban fuera del recinto. Cuando los habitantes de Valencia supieron esto, le enviaron legados pidiéndole y suplicándole que les fuera benévolo y permitiera a los almorávides vivir con ellos. Pero él les aseguró que de ningún modo atendería a sus ruegos, si no se separaban de los almorávides y los expulsaban de Valencia. Pero no quisieron hacerlo si no que se encerraron en la ciudad.

55. Aquél luchó contra un arrabal de Valencia que se llamaba Villanueva, hasta que lo tornó y lo despojó completamente de todas las riquezas y dinero que encontró. Después atacó y tomó otro arrabal dela ciudad que se llama Alcudia. Los hombres que vivían allí se entregaron y se sometieron enseguida a su dominio y a su mandato. El dejó a los vencidos vivir libres y en paz en sus casas y heredades con todos sus bienes.

56. Los otros habitantes de la ciudad de Valencia, cuando vieron esto, sintieron gran temor. Al punto expulsaron de la ciudad a los almorávides, según las condiciones impuestas por Rodrigo y se sometieron a su mandato. Rodrigo les permitió que permanecieran en Denia libres y tranquilos viviendo en paz.

57. Yūsuf le había dirigido poco antes cartas ordenándole que de ningún modo osara entrar en tierras valencianas. Al escuchar esto, Rodrigo se indignó y encolerizado le despreció y se mofó de él con palabras llenas de ironía. Además envió misivas a todos los señores y gobernantes de Al-Ándalus, publicando que por miedo a él no se atrevía Yūsuf a pasar el mar y a socorrer Valencia. Cuando Yūsuf tuvo noticia de ello, mandó que se congregara allí un inmenso e incalculable ejército y, por fin, lleno de ansiedad, ordenó que sin dilación atravesara el Estrecho. Entretanto Rodrigo habló así con palabras suaves a los habitantes de Valencia: «Hombres de Valencia, os daré gustoso plazo y tregua hasta el mes de agosto. Si entretanto viniera Yūsuf a socorreros y me echara vencido de estas tierras y os librara de mi dominio, servidle y quedaos bajo su mandato. Pero si no puede hacer esto, servidme a mí y obedecedme».

Estas palabras parecieron bien a todos los hombres de Valencia. En seguida enviaron cartas a Yūsuf y a todos los gobernantes de Al-Ándalus que estaban bajo su mandato, en las que pedían que vinieran con gran hueste a Valencia y les libraran de las manos de Rodrigo y de su señorío, diciéndoles que, si no querían hacer esto hasta el mes de agosto, supieran que permanecerían bajo el mandato de Rodrigo y le servirían en todo. Mientras tanto Rodrigo dejó Valencia libre y en paz, llegó a Peña Cadiella con su ejército y saqueó toda aquella tierra y la comarca circundante hasta Villena. Cogió muchos cautivos, abundantes despojos y gran cantidad de víveres que envió a Peña Cadiella: dejó allí copioso botín y entró en seguida en la región de Valencia.

58. Saliendo de allí, subió y llegó a tierras de Ibn Razin quien le había engañado en su tributo. Saqueó toda aquella región y ordenó que todas las vituallas que allí había encontrado, fueran enviadas a Yuballa. Mientras, él mismo regresó a Yuballa con gran botín.

59. Transcurrido el mes de agosto, los habitantes de Valencia tuvieron la seguridad de que el gran ejército almorávide de Yūsuf venía en su auxilio para socorrerlos y liberarlos del señorío de Rodrigo. Inmediatamente rompieron los pactos hechos con Rodrigo y se declararon rebeldes y adversarios suyos, no guardando fidelidad a lo pactado. Al conocer esto, Rodrigo asedió Valencia de nuevo con todas sus energías y la atacó por todas partes con fuerte y encarnizado combate. Se sabe que la ciudad padeció una terrible y fuerte hambre.

60 .Entretanto, la hueste almorávide se acercó a Valencia rápidamente para socorrerlos. Pero no atreviéndose a luchar con Rodrigo por miedo a él, atemorizados y aterrados, huyeron de noche en medio de la oscuridad y así, en desorden, volvieron a sus tierras.

61. Rodrigo atacó Valencia durante bastante tiempo por todas partes con más fuerza y vigor de lo acostumbrado y la tomó después de haberla asaltado valerosamente, y una vez tomada, enseguida la saqueó. Encontró en la ciudad, apropiándose de todo, muchas e innumerables riquezas, esto es: gran cantidad de oro y plata en abundancia sin número, brazaletes preciosos, gemas engastadas en oro, varios y diversos adornos y telas de seda recamadas de oro. Se hizo con tan gran y tan valioso tesoro en esta ciudad que él y todos los suyos se hicieron más ricos de lo que mis palabras podrían llegar a expresar.

62. Yūsuf , rey de los almorávides, al oír que Valencia ya había sido tomada y saqueada por Rodrigo con impetuoso ataque, montó en terrible cólera y se entristeció sobremanera. Después de celebrar consejo con los suyos, nombró jefe de Al-Ándalus a uno de su familia, hijo de su hermana, llamado Muḥammad (b.Tasufin). Le envió con una gran hueste de infieles, almorávides y musulmanes de todo el Al-Ándalus a asediar Valencia y llevar a Rodrigo ante él, cautivo y cargado de cadenas de hierro. Estos al llegar al lugar denominado del Cuarte, que está a cuatro millas de Valencia, plantaron allí su campamento.
Toda la región que estaba alrededor, enseguida se dirigió a ellos con los alimentos, víveres y piensos necesarios; en parte les ofreció las vituallas y en parte se las vendió. Eran casi… mil caballeros y treinta mil infantes. Al ver Rodrigo tan grande e innumerable multitud que se dirigía a luchar contra él, no… se admiró. El inmenso ejército almorávide acampó y permaneció junto a Valencia diez días y otras tantas noches. Cada día rodeaba la ciudad, gritando y vociferando con muchos alaridos, haciendo enorme ruido, y asaeteaban frecuentemente las tiendas de Rodrigo y sus soldados y sus casas, apremiándoles mucho con el combate que era inminente. Rodrigo, con la fortaleza natural de su corazón, se confortaba a el mismo y a los suyos y los animaba valerosamente rogando con incesantes y devotas preces a Nuestro Señor Jesucristo que les diera el auxilio divino.

Un día, mientras rodeaban los muros de la ciudad gritando, vociferando y luchando, según acostumbraban, y creían poder tomarla con sus fuerzas, Rodrigo, guerrero invencible, que confiaba con todo su ánimo en el Señor y en su clemencia, salió audaz y virilmente con los suyos bien armados, gritándoles y atemorizándoles con amenazas. Les atacó y después de entablar con ellos una gran batalla, venció con la ayuda de Dios a todos los almorávides. De tal manera con la ayuda de Dios, consiguió el triunfo y la victoria sobre ellos que, vencidos y retrocediendo, se dieron a la fuga. Muchos murieron a golpes de espada, otros fueron conducidos prisioneros al campamento de Rodrigo junto con sus mujeres y sus hijos. Tomaron todo su campamento y sus tiendas, en las que encontraron innumerables riquezas, oro, plata y telas preciosas, y las despojaron por completo de todos los tesoros hallados allí. Rodrigo y todos los suyos se enriquecieron y se hicieron con mucho oro y plata, telas preciosísimas, caballos de combate, de posta y mulos, armas de diversas clases, abudantes víveres y tesoros inenarrables. Fue conseguida esta victoria en la era 1132 (año 1094).

63. Después de obtener este triunfo, tornó Rodrigo la fortaleza conocida por el nombre de Olocau en la que encontró el gran tesoro que perteneció al rey al-Qadir y que dividió con los suyos equitativamente. Después tomó la ciudad llamada Serra.

64. Por aquel entonces murió Sancho, el rey de Aragón, de feliz recuerdo, que vivió cincuenta y dos años y después fue a descansar en la paz de Cristo siendo sepultado con grandes honores en el monasterio de San Juan de la Peña.
Después de su muerte subió al trono su hijo Pedro. Reunidos los magnates de todo su reino dijeron al rey: «Unánimemente suplicamos a tu majestad, ilustre rey, que te dignes oír nuestro consejo: creemos que te resultará bueno y útil mantener la amistad y las buenas relaciones con Rodrigo el Campeador. Esto es lo que, todos de acuerdo, te aconsejamos».

Le pareció al rey bien la decisión de sus nobles y enseguida dirigió sus emisarios a Rodrigo para que se uniera a él. Los mensajeros enviados a Rodrigo dijeron: «Nuestro señor el rey de Aragón nos ha enviado a ti para que te alíes con él, establezcas con buen entendimiento una paz y amistad firmísima y seáis aliados para luchar con vuestros enemigos y nos auxiliéis a cambio contra nuestros adversarios». Esto complació mucho a Rodrigo y les respondió que lo haría gustoso.

El rey Pedro descendió sin detenerse hasta la costa, hasta el lugar que se llama Montornés. Rodrigo salió de la ciudad de Valencia y le salió al encuentro en Burriana. En aquel lugar se entrevistaron y confirmaron la paz entre ellos concertando con sinceridad y buena intención que se ayudarían sobre todos los hombres contra todos sus enemigos. Tras hacer esto, volvió enseguida el rey a su tierra y dispuso y estableció con una firme ley que su reino se mantuviera y volviera bajo una recta justicia. Rodrigo regresó a Valencia.

65. Pasado poco tiempo, el rey Pedro se dirigió allí con su ejército para auxiliar a su aliado Rodrigo quien le recibió con el máximo honor. Después de reunir su ejército, salieron ambos al mismo tiempo de Valencia y prosiguieron hasta la ciudad de Peña Cadiella para llevarle víveres y abastecerla suficientemente de vituallas. Al acercarse a Játiva, les salió al encuentro para entablar combate con ellos Muḥammad, sobrino de Yūsuf , rey de los almorávides y musulmanes de Al-Ándalus, con un considerable ejército de treinta mil soldados, bien equipados con toda clase de armas. El mismo día, los musulmanes y almorávides no presentaron batalla sino que estuvieron durante todo el día profiriendo sus alaridos y gritos guerreros desde los montes que allí había. El rey Pedro y Rodrigo enviaron a Peña Cadiella todos los alimentos que encontraron en aquella región, con el botín que habían tomado, y así abastecieron la fortaleza copiosamente.

66. Saliendo hacia el mediodía bajaron juntos hasta la costa y asentaron sus campamentos frente a Bairén. Al día siguiente, Muḥammad, con una grande e innumerable multitud de almorávides, musulmanes de Al-Ándalus y de todos los pueblos infieles, se preparó para iniciar la lucha contra el rey y Rodrigo.
En aquel lugar había un gran monte de casi cuarenta estadios de longitud en el que estaba el campamento de los sarracenos. Por la otra parte, se extendía el mar con gran cantidad de navíos almorávides y de musulmanes de Al-Ándalus desde los que atacaban a los cristianos con flechas y arcos. Desde el monte los hostilizaban con otras armas. Ante esto, los cristianos se atemorizaron cundiendo el pánico entre ellos. Rodrigo al verlos temerosos y llenos de miedo enseguida montó sobre su caballo y, bien armado, comenzó a recorrer el ejército de los cristianos arengándoles de esta manera: “Escuchadme, compañeros míos muy queridos y amados, sed fuertes y valerosos en el combate, tened ánimo como hombres que sois, y de ningún modo tengáis miedo ni temáis su gran número porque hoy los entregará Jesucristo Señor Nuestro a nuestras manos y a nuestro poder».
Al mediodía, el rey y Rodrigo los atacaron con el grueso de las tropas cristianas luchando con todas sus fuerzas tenazmente. Al fin, gracias a la ayuda y obra de la clemencia divina, los vencieron e hicieron huir. Algunos murieron a espada, otros al pasar el río y la inmensa mayoría se ahogó en el mar tratando de escapar. Después de vencer y dar muerte a los sarracenos, los cristianos vencedores saquearon todos sus bienes. Allí mismo, después de conseguirla victoria, también recogieron abundante botín, esto es: oro y plata, caballos y mulas, armas escogidas y muchas riquezas, y glorificaron con gran devoción a Dios por la victoria que les había otorgado.
Después de este triunfo, memorable y siempre glorioso, el rey Pedro y Rodrigo emprendieron el regreso a Valencia con su ejército ensalzando a Dios. En esta ciudad permanecieron pocos días. Luego salieron juntos y se dirigieron a la fortaleza de Montornés, que pertenecía a la jurisdicción del rey y se había rebelado contra él: la sitiaron y después de asediarla y atacarla la sometieron. Después de hacer esto, el rey volvió enseguida alegre a su reino. Rodrigo regresó a su ciudad de Valencia.

67. Un día Rodrigo salió de la ciudad a explorar y vigilar a sus enemigos. Mientras recorría su camino, el alcaide de Játiva, llamado Abu-l-Fatah, salió de la ciudad y se fue a Murviedro. Al tener noticia de ello, Rodrigo se dirigió contra él y le siguió hasta que le encerró en la villa que se llama Almenara. La asedió y la atacó con fuerza por todas partes durante tres meses. Transcurridos éstos, la tomó valerosamente. Pero permitió marchar libres a todos los hombres que encontró dentro. Ordenó edificar una iglesia en honor de la Santísima Virgen María.

68. Realizado esto, por gracia de Dios, sale con su ejército de Almenara, diciendo y simulando que quería ir a Valencia, aunque había decidido sin embargo secretamente en su corazón rodear y atacar Murviedro.
Entretanto, elevó las manos al cielo y oró al Señor diciendo: «Eterno Dios, que conoces las cosas antes que sucedan, a quien ningún secreto se esconde, tú sabes, Señor, que no quería entrar en Valencia antes de sitiar y combatir Murviedro, antes de conquistarla con la ayuda de tu poder, tras haberla combatido con la fuerza de mi espada, antes de celebrar allí, una vez recibida de ti, sometida a nuestro dominio y ya siendo dueño de ella, una misa en tu honor, Dios verdadero, y en tu alabanza». Tan pronto como acabó esta oración, sitió la fortaleza de Murviedro y con espadas, flechas, dardos y toda clase de armas y máquinas de asedio.., afligió y castigó duramente y les impidió que salieran o entraran.

69. Sus defensores y habitantes, al verse atacados por todas partes, muy angustiados y abrumados, se dijeron: «¿Qué haremos, desdichados? Ese déspota de Rodrigo no nos permitirá de ningún modo vivir al amparo del castillo. Hará con nosotros lo que hizo hace poco con los habitantes de Valencia y de Almenara, que no pudieron resistirle. Veamos qué podemos hacer, pues moriremos sin duda por hambre nosotros, nuestras mujeres, hijos e hijas. Ninguno habrá que pueda arrancarnos de sus manos». En cuanto tuvo conocimiento de sus intenciones, Rodrigo les atacó, hostigándoles con más fuerza de lo acostumbrado y los castigó de manera más dura. Ellos, viéndose en tan grande aprieto, suplicaron a Rodrigo diciendo: «¿Por qué nos infieres tantos y tan insoportables males?¿Por qué nos matas a golpe de lanzas, flechas y espadas? Ablanda y mitiga tu corazón y apiádate de nosotros. Te suplicamos a una que por piedad nos concedas tregua de algunos días. Entretanto enviaremos nuestros emisarios al rey y a nuestros señores para que vengan a socorrernos. Si en el plazo designado no viniese ninguno que pueda librarnos de tus manos, seremos tuyos y te serviremos. Pero ten por seguro que, la fortaleza de Murviedro tiene tanto renombre y fama entre todos los pueblos, que de ningún modo te la entregaremos tan pronto. Antes que entregarla sin que nos concedas un plazo, ten por seguro que todos nosotros moriremos voluntariamente. Sólo después de muertos, podrás conquistarla». Rodrigo,pensando que de nada les serviría esto, les dio treinta días de tregua.

70. Ellos entonces enviaron sus emisarios al rey Yūsuf y a los almorávides, al rey Alfonso, a Musta’in rey de Zaragoza, al rey Ibn Razin y al conde de Barcelona, diciéndoles que no dejasen de socorrerlos en el plazo de treinta días, que de no hacerlo, pasados los treinta días, entregarían la ciudad a Rodrigo y le servirían fielmente como señor. El rey Alfonso después de ver y escuchar a los mensajeros de Murviedro les respondió así: «Creedme que no os ayudaré porque prefiero que posea Rodrigo la fortaleza de Murviedro que cualquier rey sarraceno».
Los legados, cuando escucharon esto, regresaron a sus tierras sin ninguna resolución. A los que habían sido enviados a Zaragoza, Musta’in les dio esta respuesta: «Id y animaos cuanto podáis; sed fuertes resistiéndoles en la lucha, porque Rodrigo es de dura cerviz y guerrero muy esforzado e invencible y por esto yo temo darle batalla». Pues poco antes Rodrigo le había enviado el siguiente mensaje: «Ten por seguro, Musta’in, que si intentas venir contra mí con tu ejército y entablas combate conmigo, de ningún modo escaparéis de mis manos tú y tus nobles, muertos o cautivos». Así, por miedo a Rodrigo, no se atrevió a ir.
El rey Ibn Razin, por su parte, dijo a los emisarios que fueron a pedir socorro: «Animaos y resistidle cuanto podáis, porque yo no puedo ayudaros». Los almorávides respondieron: «Si Yūsuf , nuestro rey, quisiera venir, nosotros todos iremos junto con él y os socorreremos de grado: sin él no nos atrevemos a luchar con Rodrigo». El conde de Barcelona, que había recibido un cuantioso tributo de los de Murviedro, dijo a los emisarios: «Sabed que, aunque no me atrevo a pelear con Rodrigo, sin embargo iré rápidamente y rodearé su castillo llamado de Oropesa y mientras él me haga frente y luche conmigo, entretanto vosotros, por la parte contraria, llevad víveres suficientes a vuestro castillo. El conde, cumpliendo su palabra, lo asedió. Al escuchar esto, Rodrigo sin darle importancia no pensó ir a socorrer su castillo. Un soldado dijo al conde que mantenía el cerco: «Muy noble conde, escuché que Rodrigo viene contra ti y quiere luchar contigo». En cuanto supo esto, levantó el cerco sin querer probar la veracidad de la noticia y por miedo a Rodrigo regresó temeroso a su tierra.

71. Pasados los treinta días de plazo, Rodrigo dijo a los bárbaros que estaban en el castillo de Murviedro: «¿Por qué tardáis en entregarme la fortaleza?». Ellos, engañándole, le respondieron: «Señor, los emisarios que hemos enviado, aún no han vuelto; por esto hemos tomado el acuerdo de suplicar de tu nobleza que nos concedas algunos días de tregua». Al darse cuenta Rodrigo de que le engañaban y sabiendo que le decían esto mintiéndole para tener más tiempo, les dijo: «Para que sea manifiesto que no temo a ninguno de vuestros reyes, os concedo todavía doce días de tregua para que no tengan ninguna excusa para venir a socorreros. Pasados estos doce días, en verdad os digo que si no me entregáis el castillo inmediatamente, a cuantos de vosotros pueda coger, os quemaré vivos o, atormentándoos, os pasare a cuchillo». Llegó así el día fijado y dijo Rodrigo a los que estaban dentro: «¿Por qué os demoráis tanto y no me entregáis la fortaleza como me habíais prometido?». Ellos respondieron: «He aquí que ya está cerca vuestra Pascua llamada Pentecostés. Te entregaremos la fortaleza en el día de la Pascua, pues nuestros reyes no quieren socorrernos. Entrad con seguridad en él, tú y los tuyos. Y dispón de él como quieres». Él les dijo: «No entraré en el castillo en el día de Pentecostés, sino que os doy todavía otro plazo hasta la fiesta de San Juan. Entretanto tornad vuestras mujeres, hijos, esclavos y todas vuestras riquezas e id en paz con todos vuestros bienes a donde queráis. Evacuad el castillo y sin poner obstáculos dejadlo libre. Yo, por mi parte, con la ayuda de la divina clemencia, entraré en él el día de San Juan Bautista». Los sarracenos le dieron rendidas gracias por tal y tan grande misericordia.

72. En la festividad de San Juan Bautista Rodrigo envió delante para penetrar en la fortaleza a sus soldados a quienes ordenó que subieran y entraran. Ellos así lo hicieron y después de alcanzar la parte más alta, alegres, dieron gracias a Dios. Luego al llegar Rodrigo en persona ordenó devotamente que se celebrara una misa y se ofreciera la oblación. Allí mismo hizo que se construyera una iglesia de admirable construcción dedicada a San Juan. Ordenó a sus soldados que custodiaran con cuidado las puertas de la ciudad, las fortificaciones de todos los muros y todas las cosas que había en ella y en el castillo. En el, aunque había sido evacuado, encontraron muchas riquezas. Algunos sarracenos habitantes de Murviedro permanecían aún en la ciudad; tres días después de tomarla Rodrigo les dijo: «Os ordeno que me devolváis todas las cosas que quitasteis a mis hombres y lo que llevasteis a los almorávides en deshonra y darlo mío. Si no queréis hacerlo, no dudéis que os llevaré a la cárcel y os cargaré de cadenas de hierro». Ellos no pudieron devolver lo pedido, fueron llevados a Valencia por mandato de Rodrigo, privados de sus riquezas y encadenados.

73. Tras realizar esto, llegó a Valencia y construyó con admirable y bella fábrica en el lugar que los sarracenos llaman mezquita, la iglesia de Santa María Virgen, en honor de la madre de Nuestro Redentor. Ofreció a la citada iglesia un cáliz que pesaba ciento cincuenta marcas. Dio también a la mencionada iglesia dos tapices preciosísimos tejidos con seda y oro, semejantes a los cuales, según se dice, nunca hubo otros en Valencia. Allí celebraron juntos con gran devoción una misa acompañada de melodiosas laúdes y suavísimos y muy dulces cantos, alabando llenos de gozo a Jesucristo Redentor y Señor Nuestro, a quien pertenece el honor y la gloria junto con el Padre y el Espíritu Santo por todos los siglos de los siglos. Amén.

74. Quizá sería demasiado extensa y podría cansar a los lectores la enumeración de todas las guerras en las que Rodrigo tomó parte junto con sus aliados y en las que alcanzó el triunfo, la relación de cuantas villas y aldeas saqueó y destruyó por completo con su fuerte brazo, con la espada y toda clase de armas. Pero, en la medida en que pudo la pequeñez de nuestro conocimiento, escribimos sus hazañas con estilo tosco pero breve y fielmente. Mientras vivió en este mundo, siempre triunfó de forma manifiesta sobre sus adversarios y nunca fue vencido por ninguno.

75. Murió Rodrigo en Valencia en la era 1137 (año 1099) en el mes de julio. Después de su muerte su mujer, digna de compasión, permaneció allí con gran acompañamiento de caballeros y soldados. Enterados de la noticia de su muerte todos los sarracenos que vivían en las regiones situadas al otro lado del mar, después de reunir un gran ejército, se dirigieron contra Valencia, la sitiaron por todas partes y la atacaron desde todos lados durante siete meses de asedio.

76. Su mujer, privada de tal y tan gran varón, al verse apremiada en medio de tanta congoja y no encontrando ningún remedio a su desgracia, envió al obispo de la ciudad al rey Alfonso para que por su piedad viniera en socorro suyo. Al tener noticia de ello, el rey se presentó en Valencia rápidamente con su ejército. Le recibió la desdichada mujer de Rodrigo, besando sus pies, con gran alegría y le suplicó que le ayudara a ella y a todos los cristianos que con ella estaban. El rey, considerando que ninguno de los suyos podía gobernar la ciudad y defenderla de los sarracenos por estar muy alejada de su reino, llevó con él a Castilla a la mujer de Rodrigo con el cuerpo de su marido y a todos los cristianos que estaban allí con sus riquezas y bienes. Después de salir todos de la ciudad, el rey ordenó que fuera incendiada y con todos estos llegó a Toledo. Los sarracenos, que habían huido a causa de la llegada del rey y habían abandonado la ciudad sitiada, después de su marcha entraron en ella y a pesar de estar arrasada la habitaron con todos sus alrededores y no la perdieron nunca más.

77. La mujer de Rodrigo junto con los soldados de su marido llevó el cuerpo de éste al monasterio de San Pedro de Cardeña donde le dio honrosa sepultura después de otorgar grandes donaciones al monasterio por su alma.

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