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El caballo de Sancho III el Mayor y la división de su reino

por Javier Iglesia Aparicio
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Dominios de Sancho III de Pamplona

Las leyendas surgen casi siempre con el objetivo de explicar sucesos que, a primera vista, no tienen una determinada lógica o se desconocen sus verdaderas causas.

Los cronistas medievales trataron de dar una explicación al hecho de que a la muerte de Sancho III de Pamplona en el año 1035, sus dominios se dividieran entre sus hijos, quedando el reino de Pamplona para García III y el condado de Castilla para Fernando y, más aún, razonar por qué a un hijo ilegítimo como Ramiro, se le invistió como rey de Aragón.

La leyenda asegura que esta división fue provocada por el deseo de García III, el primogénito, de querer el caballo preferido de su padre, el cual estaba encomendado a la reina Mayor o Muniadonna. La reina se opuso al deseo de su hijo. En venganza, García, confabulado con su hermano Fernando, acusó a su madre de ser una adúltera. Pero su hermanastro Ramiro defendió a la reina. Y, finalmente, se probó la inocencia de la reina. En consecuencia, Ramiro fue reconocido como hijo adoptivo por doña Mayor y, además, estableció que García no gobernara en Castilla, territorio que Sancho III gobernaba por ser herencia de la reina, ya que era hermana de García Sánchez, conde de Castilla que murió sin descendencia. Por eso García gobernó en Pamplona, Fernando en Castilla y Ramiró en Aragón.

Los orígenes de la leyenda

La primera vez que aparece esta leyenda es en la Crónica Najerense, escrita a mediados del siglo XII, más de un siglo después de transcurridos los hechos, y dice así:

Sin embargo, incitado por la astucia del maligno, el mencionado García no temió proferir contra su madre palabras afrentosas, ni difamarla con la acusación de adulterio. Pero Ramiro, en respuesta a esto, la defendió con constancia y verdad, y al probar que era mentira, la libró de la infamia y de su condena. Entonces, la propia reina estalló en tan grande ira que maldijo a García y recogiendo ante la corte a Ramiro dentro de sus vestiduras y sacándolo por debajo de ella como si lo estuviera pariendo, lo hizo hijo adoptivo e hizo que tuviera parte en el reino. García, por su parte, se dirigió a Roma llevado por la penitencia para pedir perdón por su delito.

Esta escueta versión explica por qué el bastardo Ramiro forma parte del reparto, describiendo un curioso rito de reconocimiento de Ramiro como hijo adoptivo por la reina. Sin embargo, no explica la razón por la cual el primogénito García difama a su madre la reina Mayor.

Lucas de Tuy, en su Crónica escrita en 1236, dos siglos después, no aporta mucho más:

Mereció también, como es dicho, de gozar luenga y bienaventuradamente de ayuntamiento de hijos, a los cuales, viviendo el padre, benignamente partió el reino: a García, el primogénito, hizo mayoral de los pamploneses; y a Fernando, Castilla la batallosa, por mandado de su padre, le recibió por rey; y dio también a Ramiro, (por ruego de su madrasta, mujer del rey, porque los fijos le acusaban de adulterio. Y Ramiro quiso entrar en campo con ellos por salvar a su madrastra, porque sabía que era sin culpa y él anido al dicho Ramiro de manceba) a Aragón, una partecilla alongada de su reino, por que no pareciese casi heredero del reino a sus hermanos, en cuanto era desigual a ellos en linaje de parte de la madre.

Será la versión recogida por el obispo Rodrigo Jiménez de Rada en su De Rebus Hispaniae, finalizada en 1243, la que ya incluye las razones del enfrentamiento entre García y su madre:

Y como tenía [Sancho III] a los árabes destrozados con sus victorias, vivía con suficiente seguridad. Poseía un caballo al que tenía especial aprecio porque aventajaba a todos los demás en velocidad y fuerza. Pues tenía valor, doma y experiencia, y confiaba en él como en sí mismo; lo dejó en Nájera encomendado al cuidado de su esposa.

En aquella época eran tan habituales los ataques de los árabes que los caballeros, los condes e incluso los reyes situaban los establos dentro de las casas, en el mismo lugar que la alcoba matrimonial, con el fin de tomar los caballos y las armas sin la menor demora en cualquier momento que se oyese el tumulto de los atacantes.

Su hijo García, que era el primogénito, pidió a su madre que le diera el caballo que tenía encomendado; y como ésta acabara transigiendo a sus ruegos, un caballero asignado al servicio de la reina la hizo volver de su decisión, no fuera a ser que el enfado del rey cayese sobre ella. Y ésta, aceptando la recomendación, no concedió lo que había prometido.

El hijo por su parte, irritado sobremanera, convenció a su hermano para que acusaran a su madre ante su padre de tener relaciones íntimas con el caballero que la había hecho volverse atrás. Pero Fernando, que no quería denunciar a su madre, le dijo: “No la acusaré, pero tampoco negaré lo que tú digas”.

García, cuya maldita irritación y cólera llegaban a extremos inverosímiles de ceguera y obstinación, expuso ante su padre sin el menor rubor la infamia contra su madre e invocó el testimonio de su hermano. El rey, sin dudar de sus hijos, recluyó a su esposa en el castillo de Nájera, y reunida la corte para tratar el asunto, determinó que la reina debía ser condenada o absuelta mediante un duelo.

Pero como no había nadie dispuesto a luchar contra los hijos del rey en defensa de la reina, se presentó Ramiro, un hombre de gran apostura y avezado en las armas, que era hijo del rey Sancho, pero no de la misma madre que los otros, él se ofreció a afrontar el duelo en defensa de la reina. Y como el asunto se discutiese con opiniones encontradas, apareció un monje del monasterio de Nájera, famoso por su santidad, y le dijo al rey: “Si sucediera que a la reina se la acusa con un falso testimonio, ¿estaríais dispuesto a librarla de la acusación y a perdonar a los inductores?”. El rey le respondió: “Nada me podría ser más grato que el que quedara libre con toda la razón”.

Los hijos le habían confesado a este santo varón que ellos habían lanzado la infamia contra su madre sin fundamento alguno. Entonces el santo varón, viendo que la reina, que era inocente, corría el peligro de ser condenada, relató al rey lo que sabía. Y aquel día quedó a salvo la inocente sangre de la reina. El rey por su parte, muy contento por la absolución de la reina, le rogó a ésta que perdonara el pecado de impiedad de sus hijos. Accedió la reina con una condición: que García no reinara en Castilla, que le había correspondido a ella en la herencia de su padre, como así sucedió.

Pues cuando llegó el momento de dividir el reino entre los hijos, para que los árabes no tuviesen posibilidad de imponerse si surgían desavenencias, por disposición de su padre le correspondieron a García, el primogénito, el reino de Navarra y el ducado de Cantabria; a Fernando le entregó el principado de Castilla. La reina, que de esta forma no solo había recuperado su antigua honra, sino que la había ampliado, concedió a su hijastro Ramiro, que se había ofrecido a defenderla en el duelo, Aragón, que lo había recibido como parte de su dote, contando con la total aprobación del rey Sancho.

Esta versión será la que, a partir de ese momento, se recogerá en las diversas crónicas e historias.

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