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ʿAbd Allāh/ʿAbd al-Raḥmān b. al-Šamir, astrólogo y poeta de la corte de ʿAbd al-Raḥmān II

por Javier Iglesia Aparicio
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Abd Allah Samir astrologo

[¿Huesca? o ¿Córdoba?, ¿?  – Córdoba, 263H/(851 o 852)] Abū Muḥammad ʿAbd Allāh/ʿAbd al-Raḥmān b. al-Šamir/al-Šimr b. Numayr al-Qurṭubī. Poeta y astrólogo de la corte del emir omeya ʿAbd al-Raḥmān II (822-852)

Hijo de al-Šamir b. Numayr, de quien existen noticias contradictorias: para algunos cronistas es un cliente de los omeyas en Damasco que se estableció en la corte andalusí donde permaneció hasta su muerte; para otros, tras estudiar en Córdoba, marchó a Oriente a continuar sus estudios, estableciéndose en Egipto, país donde murió.

Tampoco existe acuerdo sobre su ciudad de origen de nuestro personaje. Ibn al-Faradi lo hace natural de Huesca; Ibn Saʿīd dice que es cordobés.

Ibn al-Šamir tenía un carácter agradable y dulce que ganaba el corazón de quienes le trataban. En su juventud fue preceptor de la poderosa familia Banu Abū ʿAbda.

Pero toda su vida estuvo ligado a la figura del emir ʿAbd al-Raḥmān II de Córdoba. Se dice que siendo Ibn al-Šamir y ʿAbd al-Raḥmān adolescentes, cuando todavía no había indicios claros de que ʿAbd al-Raḥmān fuera heredero, Ibn al-Šamir anunció a su amigo, por vía de una serie de consultas astrológicas, que habría de obtener el trono de Córdoba. Cuando sucedió realmente esto, el emir le colmó de favores y le asignó un doble estipendio: como poeta y astrólogo.

Tuvo siempre un gran amor al estudio. Llego a realizar un viaje al Oriente, logrando la posesión de amplios y vastos conocimientos en todas las ramas del saber. Su formación era muy sólida, no solo en las matemáticas necesarias para sus adivinaciones astrológicas –Ibn Ḥayyān, nos dice que junto a ʿAbd al-Raḥmān II no había otro astrólogo tan notable como Ibn al-Šamir; Al-Hiyarí le denomina, por las dotes de penetración que Allāh le había dado, el príncipe de los astrólogos de al-Ándalus–; era también un afamado poeta, y las gentes acudían a aprender de él.  

El emir omeya lo solía llevar consigo en algunas de sus expediciones militares, y a este respecto poseemos varios testimonios: uno de ellos, que insiste sobre la sabiduría astrológica de nuestro poeta, nos refiere cómo, al volver de una de sus campañas ʿAbd al-Raḥmān mandó plantar las tiendas en el Fahs al-Surādik, a la vista de Córdoba aplazando la entrada en la ciudad hasta la mañana siguiente, con objeto de entrar en perfecto orden militar, a lo cual se negó en redondo Ibn al-Šamir, exhortándole para que lo hiciera al punto. Y, en efecto, el emir no tuvo más remedio que aceptar la propuesta, debido a que un tremendo aguacero amotinó al ejército que exigía la entrada inmediata en la fortaleza, con vistas a encontrar el refugio que la campiña le negaba. Esto, unido a la predicción cumplida de que ambos, emir y poeta, habrían de entrar en Córdoba vestidos con un mismo atuendo, motivó que el emir hubiera de tomar en serio, de aquí en adelante, las predicciones del astrólogo.

También acompañó al emir en una aceifa en el 220H (835) contra los rebeldes de Toledo y Huelva; y en la campaña que realizó personalmente contra Yilliqiya en el 225H (840), el emir padeció de insomnio pues echaba de menos a alguna de sus concubinas en Córdoba y se lo comentó al astrólogo quien, en respuesta, le compuso este poema para confortarlo:

Me ha ocupado lejos de tí el trato con los enemigos
y mi caballería contra ellos ha formado huestes terribles.
¡Cuántas veces me separé de lo llano
y acometí después un trabajo tras otro!
Me cubro con el traje de polvo hasta que vista después
el resplandor de la felicidad mi rostro abatido.
¿Por ventura cayó en mi rostro el viento envenenado de la ausencia
y ha faltado poco por él para que se disuelva la piedra del recuerdo?
Yo soy hijo de los beneficios del que ha prevalecido,
he encendido guerras y he sobrellevado fatigas.
Por mí te ha difundido Allāh alrededor el culto de la Dirección,
pues le he puesto en florecimiento y he sofocado la cruz.
Me dirigí contra la cristiandad con numeroso ejército,
llenando con él los riscos y llanuras.

Son numerosas las anécdotas que nos han llegado del astrólogo y el emir. Ibn al-Šamir se presentó un día en palacio ataviado con una vistosa túnica y una capa, ambas procedentes de Irak. Comenzaron los dos a beber y, queriendo el emir burlarse de su amigo, le dijo, recordándole los pasados tiempos en que la penuria era el único capital de Ibn al-Šamir:

– ¡Hola, Ibn al-Šamir! Te has puesto una pieza de Irak sobre otra; ¿qué has hecho de aquella capita rapada, tejida con hilos tan bastos que parecían raíces y que te ponías para venir a verme cuando yo era niño?

– La he cortado –contestó rápido el poeta-, y he hecho con ella una albarda y unas cinchas para tu mulo tordillo.

Esta anécdota nos demuestra que la estrechez pasada había afectado tanto al uno como al otro, pues en realidad ‘ʿAbd al-Raḥmān sólo había poseído aquel tordillo al que se refiere el poeta, mejorando su suerte únicamente con la muerte de un hermano suyo, presunto heredero del trono.

En otra reunión cortesana el emir ‘ʿAbd al-Raḥmān, que era muy crédulo en lo que se refiere a la astrología, hablaba no obstante desdeñosamente de ella. Ibn al-Šamir, que estaba presente y que era el mejor de sus astrólogos, según nos refiere Ibn Ḥayyān, saltó al punto y quiso demostrarle al emir la verdad de sus predicciones, pidiéndole que le pusiera a prueba…

Bien –le dijo el emir-, si adivinas por cuál de las puertas de este salón he de salir cuando me levante de aquí, entonces daré crédito a tu ciencia. Ibn al-Šamir consultó al instante un horóscopo, y escribió sus deducciones en un pliego que se cuidó de sellar celosamente. El emir, entonces, hizo abrir una puerta justo tras el lugar en el cual había estado sentado, y salió por ella. Cuando abrió el pliego con las predicciones del estrellero, cuál no sería su sorpresa al ver que todo cuando había acontecido estaba plasmado en la predicción.

Muerte de Ibn al-Šamir

Según em Muqtabis II, Ibn al-Šamir murió a fines del gobierno de ʿAbd al-Raḥmān II, después de la muerte del eunuco Nasr, que fie en saban del 236H. Así moriría entre los años 851 y 852.

Ibn al-Šamir y el sello emiral

Sabemos que Ibn al-Šamir dictó la inscripción que llevaba el sello oficial del emir, cuando aconteció que éste había perdido el que en un principio poseía. Naṣr, que fue encargado por el soberano para la realización del nuevo sello, pidió consejo y ayuda a Ibn al-Šamir, sobre la inscripción que había de imprimirse en él, a lo que el poeta respondió:

ʿAbd al-Raḥmān en él con el decreto de Allāh está satisfecho.

Naṣr se lo contó al emir y finalmente sobre el anillo se grabó: ʿAbd al-Raḥmān está satisfecho con el Decreto de Allāh. Fue el primero en utilizar esta inscripción que quedó en herencia para sus sucesores.

Poemas de Ibn al-Šamir

Además de sus dotes como astrólogo, Ibn al-Šamir también era un reconocido poeta. Como muestra el que compuso alabando al difunto al-Hakam I y a su sucesor:

Golpeó tu roca la calamidad de los tiempos
y las lágrimas de tus ojos corren como un río
Ha muerto Abū-l-ʿAṣī, el imam escogido
por los musulmanes, un buen imam.
Parece que se mueve la tierra o que, por él,
de tristeza se desmoronan las más altas cimas
¿Quién hay para los suplicantes esperanzados, rechazados
tras la fatiga por una tierra polvorienta?
¿Quién hay para nosotros en las calamidades, cuando lleguen?
¿Quién en la destrucción y la pena?
Fue tu vida una ventura que nos protegía
hasta que la alcanzó con el infortunio un tirador.
¡Dios te bendiga a ti que estás depositado
en una tumba y en ella te pierdes, hijo de Hisham!
pues has reinado con clemencia y misericordia
y nos has protegido con un bendito y generoso señor!
¡Éste! ¡el noble Abū-l-Muṭarrif! ¡el generoso,
el magnánimo ante los infortunios de la sanción!
¡Si no nos hubiese socorrido Allāh con él habrían cedido
sin duda los pilares del Islam!

Su oratoria suelta y procaz, a veces, encaró con encumbrados personajes. Uno de éstos fue Yujāmir b. ‘Utmān, juez supremo de Córdoba, pero hombre incapaz, quien fue centro de atención y blanco de las sátiras y habladurías de todo el pueblo. Ibn al-Šamir le hizo objeto de una travesura. Estando el juez un día en su tribunal, en pleno ejercicio de sus funciones, llegó Ibn al-Šamir y, tomando una de las cédulas en las que se inscribían los litigantes, para ser llamados por turno, no se le ocurrió otra cosa que escribir en ella el nombre del profeta Jonás y el del Mesías, hijo de María. El juez, irreflexivamente, convocó a ambos litigantes; al oír la llamada, Ibn al-Šamir, desde el público, grito: “¡La llegada de estos dos, ¿no es una de las señales de la hora de la Resurrección?”. Y después cogió una cédula y escribió en ella:

Yujāmir; no dejas de caer en la vergüenza.
Has llamado al hijo de Matti y al Mesías, hijo de María.
Tal como tú los has citado ahora, te citará a tí después algún pregonero.
Esos dos son los que han de sobrevivir en el mundo y lo harán saber.
Tu cogote es cogote rapado y tu cara está cubierta de tinieblas,
tu inteligencia no vale un dirham de boñigas.
¡Que no juntes amigos!, ¡Que no encuentres salud!
¡Que no sea llorada tu muerte ni mueras musulmán!

Esta acción acabó provocando que la gente se agitara en contra de Yujāmir y fue destituido por el emir. También sabemos que en ocasiones hizo chanzas contra el persa Ziryab y que éste se quejó al emir quien encarceló un tiempo al astrólogo hasta que el persa intercedió por él. Poco después ambos acompañaron al emir a cazar urracas con gavilanes. El emir dijo a sus acompañantes que quien le trajera un pájaro podría obtener lo que pidiera. Y el astrólogo contestó, que si quería una urraca la tenía al lado, refiriéndose a Ziryab al que:” si le untas el trasero y sus sobacos con un poco de requesón y obtienes una urraca inconfundible”.

El monarca omeya estimaba en mucho las dotes de improvisación del poeta. Por ello, cuando en cierta ocasión en que había regalado a una de sus esclavas un collar valorado en 10.000 dinares, uno de sus visires osó recordarle al emir el enorme gasto que ello implicaba, lo cual no agradaba mucho al emir. Éste se lo consultó a Ibn al-Šamir, quien dijo:

¿Acaso están unidos los rubíes y pequeñas perlas 
a aquélla que aventaja en esplendor al sol y a la luna?
pues hónrala como a joya fabricada por Allāh, y en comparación
de la cual son pequeñas las joyas del mar y de la tierra.
Para ella creó Allāh cuanto hay en su cielo
y en su tierra, y le dio el poder superior.

Entonces el emir, continuando con el mismo metro y en la misma rima, declamó a su vez:

Tus versos, ¡oh Ibn al-Šamir!, aventajan a toda poesía,
y exceden a cuanto puede concebir la mente y la imaginación.
Cuando los oídos los perciben, llevan su encanto
hasta el alma con abundancia tal, que excede a la misma magia.
¿Creó acaso el Omnipotente entre todas sus creaciones
cosa más grata a los ojos que la hermosura de una virgen,
en cuya mejilla ves la rosa sobre el jazmín,
como vergel que brilla engalanado con sus flores?
Si me fuera dado, suspendería mi corazón
y mis ojos como collar de su cuello y pecho.

Luego el emir le obsequió con quinientos dinares.

Incluso nuestro poeta componía versos que hacía leer a su señor y amigo, el cual adoptaba como suyos. A este respecto es revelador el siguiente relato: en el año 225H (839-40) ʿAbd al-Raḥmān II emprendió una campaña, mandada por él en persona, contra los cristianos de Yilliqiya, campaña que fue dura y prolongada, según parece. A la vuelta, cuando el ejército ya se encontraba por tierras de Guadalajara, el emir soñó una noche con su favorita Ṭarūb, y al despertarse mandó llamar a Ibn al-Šamir, quien le acompañaba en la expedición. Tan fuerte fue el deseo del monarca de volver a contemplar el rostro de su favorita, que dejó el ejército en manos de su hijo Al-Ḥakam y se adelantó rápidamente dirección a Córdoba. En este camino, y con motivo de tal suceso, Ibn al-Šamir compuso una qasîdah, de la cual son los siguientes versos que el poeta pone en labios de ʿAbd al-Raḥmān II:

Perdí el gozo del amor desde que dejé a mi amante,
y solo paso las noches suspirando.
Cuando surge ante mí el sol naciente del día
me recuerda a Ṭarūb,
muchacha adornada con las galas de la hermosura:
los ojos al verla la creen una mansa gacela.
¡Cómo añoro su rostro!
¡Qué heridas ha dejado en mis entrañas!
¡Oh la más bellas de las criaturas a mis ojos,
la que más plaza tiene en mi corazón!
El amor ha extenuado mi cuerpo,
prendiendo llamas en mi alma.
Ya no puedo pasar sin ti, privado de visitarte,
después de haberte tenido tan cerca de mí…

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