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Aḥmad Mu’izz ad-Dawla, último rey de la taifa de Almería

por Javier Iglesia Aparicio
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Muralla de Jayrán (Almería)

[¿?, Almería – p. s. XII, Dellys, Argelia] En árabe معز الدولة بن صمادح. Último rey de la taifa de Almería (1091)

Hijo mayor de Muḥammad al-Mu’tasim, era un tuchibí de la dinastía de los Banu Sumadih.

Dirigió las tropas de Almería que en el año 1086 apoyaron a los almorávides en la batalla de Zalaca o Sagrajas.

Tras la muerte de su padre en la primavera de 1091, Aḥmad Mu’izz ad-Dawla se hizo cargo del gobierno de la taifa de Almería aunque en una situación muy comprometida.

Las tropas almorávides, dirigidas por Abu Zakaria ben Wanu, habían ido tomando diversas fortalezas de Almería en los últimos días de al-Mu’tasim y finalmente acamparon en torno a la capital. Durante un tiempo, mientras los almorávides estaban ocupados en la toma de Sevilla, la presión se relajó. Pero todo cambió cuando en septiembre de 1091 Sevilla cayó bajo el poder de los norteafricanos.

Aḥmad Mu’izz ad-Dawla, tal y como relata el último emir zirí de Granada en sus Memorias, decidió hacer caso de un consejo que su padre le dio antes de morir:

Mantente en esta alcazaba del modo que puedas todo el tiempo que Ibn ‘Abbād resista en su reino de Sevilla; pero cuando veas que Ibn ‘Abbād se ha rendido, no te demores ni un solo momento, sino que has de poner inmediatamente a salvo tu persona, yéndote a la Qal’a. Métete en el mar con todas las riquezas que puedas, porque tras de Ibn ‘Abbād no puedes aspirar a subsistir.

Memorias de ʿAbd Allāh, publicadas en El siglo XI en 1ª persona, 78, Alianza Editorial.

Y eso es lo que hizo Aḥmad. Dejó preparadas tres naves con las riquezas. Una vez que los almorávides entraron en la ciudad, en saban del 484H (noviembre 1091), les pidió que se les dejara a él y a su familia ir a pedir una tregua al emir de los almorávides.

Exilio en Argelia

Una vez en la mar, Aḥmad sobornó a los marineros para que desviaran su rumbo y se encaminaran hacia el reino de los Banu Hammad en el norte de la actual Argelia. En su capital, Qal’a, fue recibido por al-Mansur ben Nasir quien le concedió hospitalidad y le dio a elegir un lugar donde establecerse.

Aḥmad Mu’izz ad-Dawla se decantó entonces por la ciudad portuaria de Tadallas (actual Dellys, en Argelia) y allí acabó sus días. Al igual que su padre y su hermano, también se dedicó a la poesía. Esta es una muestra de su amargura por el exilio:

 ¡Dios mío! Yo me resigno
a vuestros decretos. Pero
después de haber poseído
un trono, hoy en el destierro
arrastro una vida oscura
sin dicha aunque sin tormento.
Mis pies aquí han olvidado
espolear el lomo inquieto
de un potro al galope; no oye
mi oído aquí el melífluo acento
de los poetas; ni mis manos
se abren nunca, el bien haciendo.

Semblanza

El poeta Ibn Alabana, también exiliado tras la caída de Sevilla, escribió está semblanza sobre Aḥmad Mu’izz ad-Dawla en una ocasión que se encontró con él en Bugía, la nueva capital del territorio de los Banu Hammad:

Jamás ví ejemplo más impresionante de la injusticia de la fortuna, que el del hijo de Al-Mu’tasim, Mu’izz ad-Dawla,cuando le encontré en Bugía. Era el hombre más excelente que se podía hallar, y Dios no parecía haberle creado más que para reinar, para mandar, y para dar ejemplo de todas las virtudes.

La hermosura de su carácter se traslucía a través de su condición oscura, como a través del orín trasciende el brillo de una buena hoja de acero.

Conocía perfectamente la literatura y la historia; gustaba de oír hablar a las personas instruidas; y hablaba él mismo como hombre muy culto; y su alma estaba abierta a toda sensación de ternura, y era su espíritu vivo y penetrante.

Un día habiéndole dicho yo que uno de mis amigos, hombre de letras de Bugía, me había manifestado deseo de ser presentado a él, me contestó:

-Bien sabéis que, perdidas nuestras riquezas, vivimos ahora oscura y pobremente. No está bien por lo tanto que recibamos visitas, y muy particularmente las de un escritor afamado, que creería hacernos un favor con venir a nuestra casa. Añadid a esto que sus cumplidos de pésame y sus miradas llenas de compasión renovarían nuestro antiguo dolor, y darían nuevo margen a la tristeza que intentamos sacudir. No olvidéis tampoco que, reducidos como estamos a lo estrictamente necesario, no podríamos darle una idea exacta de nuestra generosidad. Que no venga, pues, a vernos; y que se imagine más bien que hemos bajado a la tumba.

En cuanto a vos, como estáis unido a nosotros igual que la carne a la sangre, y os halláis mezclado con nosotros como el agua con el vino, no consideramos que hemos revelado a un extraño nuestra desdicha y el dolor que ellas nos causa, cuando os hablamos sobre ella; pero no descarguéis sobre otro alguno el peso que soportáis.-

Mientras él así hablaba, yo no sabía que admirar más, si su elocuencia y la delicadeza de su espíritu o su legítimo orgullo.

Bibliografía

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