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Al-‘Ala ben Mugaith al-Yashubi al-Hadrami, rebelde pro-abásida

por Javier Iglesia Aparicio
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Carmona

[¿? – Carmona, 763] En árabe العلاء بن مغيث

En el año 146H (763) se levantó contra ʿAbd al-Raḥmān I en el distrito de Beja un jefe árabe llamado Al-‘Ala ben Mugaith al-Yashubi al-Hadrami.

Había desembarcado en Al-Ándalus con dinero e instrucciones del califa abasí Abu Ya’far ʿAbd Allāh ben Muḥammad al-Mansur (754-775) para levantar una rebelión bajo la bandera negra de los abásidas y acabar así con la independencia de hecho de Al-Ándalus. Le siguieron muchos baladíes y yundíes (especialmente el yund de Egipto, mayoritario en Beja, los yemeníes de Sevilla, así como un tal Wasit ben Mugaith al-Tai.

Junto a ellos se sublevó también Umayya ben Qaṭan al-Fihrí, el hijo del antiguo valí ʿAbd al-Malik ben Qaṭan. No obstante, los yemeníes no se fiaban de las intenciones de Umayya. Lo prendieron y encadenaron en Carmona. Cuando las tropas de ʿAbd al-Raḥmān entraron en esta ciudad, lo encontraron en este estado. El emir se compadeció de él y le dio la libertad.

ʿAbd al-Raḥmān I llegó con sus tropas a la alquería de Qalat Raawac (Alcalá de Guadaira), donde estaban acampadas las tropas sublevadas. En socorro de los rebeldes acudió desde Sidonia un tal Gayath ben Alqama al-Lajmī, contra el cual el emir envió una columna de su ejército al mando de su liberto Badr. Una vez frente a frente entre en río Guadaira y el río Guadalquivir, concertaron la paz y Gayath ben Alqama regresó a sus tierras.

Sabida la noticia por los rebeldes, decidieron ir a resistir a la ciudad de Carmona. ʿAbd al-Raḥmān se enteró y decidió emboscarles a la entrada de la ciudad. Para ello mandó a Badr que corriera a Carmona, plantase sus tiendas a las puertas de la ciudad y reuniese gente adicta. Mientras tanto el emir llevó sus tropas a espaldas de la ciudad.

Cuando los sublevados llegaron a Carmona y vieron las tiendas de Badr, creyeron que el emir se les había adelantado y se desordenaron. En ese momento la caballería de ʿAbd al-Raḥmān cayó sobre ellos, causando gran mortandad entre los sublevados.

Tras la victoria, el emir mandó cortar las cabezas de los responsables, las envolvió en la bandera negra de los abásidas, las metió en un saco y se las entregó a un mercader que había de viajar a Ifriqiya. Este las abandonó de noche en la plaza de Qayrawan.

La noticia del suceso llegó a oídos del califa Al-Mansur, que exclamó: “¡Loado sea Dios, que ha colocado el mar entre ese demonio y yo.!”

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