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Ibn ‘Ammar de Silves, poeta, político y rey de la taifa de Murcia

por Javier Iglesia Aparicio
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Partida de ajedrez

[Annabus, Silves (Portugal), 422H/1031 – Sevilla, 479H/ 1086/87] Poeta, visir de al-Mu’tamid de Sevilla y rey de la taifa de Murcia

Conocido como Abenamar en los textos cristianos. Su nombre completo era Abū Bakr Muḥammad ben ‘Ammar ben Ḥusayn ben ‘Ammar. En árabe أبو بكر بن عمار

Ibn ‘Ammar era natural de una pequeña localidad rural cercana a la ciudad hoy portuguesa de Silves, la aldea de žAnnabus. De orígenes humildes, la biografía de Ibn ‘Ammar es una de las más sorprendentes del siglo XI por la relevancia política que adquirió.

En su juventud se formó en Silves y luego se fue a Córdoba, donde completó sus destrezas poéticas, dando, desde entonces, rienda suelta a su vocación literaria, dedicándose a recorrer al-Ándalus ganándose la vida con su talento. A su vez, aprovechó sus contactos con los reyes taifas para desarrollar su carrera política.

Ibn ‘Ammar en la corte sevillana

Su golpe de fortuna le vino gracias a una casida compuesta en alabanza del soberano abadí al-Mu’tadid, en la que elogiaba la derrota que había infligido a los bereberes, siendo desde ese momento admitido entre los poetas cortesanos oficiales.

A partir de entonces se inicia su ascenso, muy ligado a su estrecha amistad con el príncipe heredero abadí, que gobernaría más tarde como al-Mu’tamid, quien además fue un gran poeta. Como indica metafóricamente una crónica árabe, Ibn ‘Ammar llegó a estar más unido a al-Mu’tamid que los pelos de su pecho y más cercano a él que las venas de su cuello.

El comienzo de su vida política ocurrió con la conquista de la taifa de Silves por al-Mu’tadid (1063). El rey sevillano nombró gobernador de la zona a su hijo al-Mu’tamid y, éste, llevó consigo a Ibn ‘Ammar como consejero.

Allí entabló se ganó la confianza del príncipe, dándose a los placeres de la vida, e incluso junto conocieron a Iʿtimād, quien sería la principal esposa de al-Mu’tamid.

Pero al-Mu’tadid no veía con buenos ojos la enorme influencia del visir sobre su hijo, por lo que decidió apartarlos, siendo desterrado Ibn ‘Ammar, que buscó refugio en Zaragoza, en la corte de al-Muqtadir.

No pudo regresar a Sevilla hasta que en el año 1069, al-Mu’tamid sucedió a su padre y desde entonces ganó tal confianza que, como señala el cronista al-Marrakusí, “lo hizo participar en lo que no hace uno participar a su hermano ni a su padre”.

Visir de al-Mu’tamid de Sevilla (1069-1079)

Ibn ‘Ammar era una persona astuta y sagaz, preparada para las complejidades de la vida cortesana y de la diplomacia. Pero su afán de protagonismo lo llevó a tratar de ampliar los dominios abadíes como forma de promoción personal, si bien sus empresas no culminaron con éxito y, a la postre, fueron la causa de su muerte.

Uno de los hechos más curiosos es cómo evitó el asedio de Alfonso VI a la ciudad de Sevilla (1078) gracias a una partida de ajedrez, relato que reproducimos más abajo, y que, aunque tiene visos de ser una leyenda, puede al menos transmitir que Ibn ‘Ammar y Alfonso VI se apreciaban.

Intento de anexión de Granada

Completada en la época de al-Mu’tadid la anexión de los territorios del Occidente andalusí por Sevilla, las miras de Ibn ‘Ammar se dirigieron a la zona del Levante, donde sus objetivos principales fueron Granada y Murcia, pero en ambos fracasó, a pesar de que no dudó en aliarse con el enemigo cristiano para lograr sus metas.

El rey zirí ʿAbd Allāh nos ofrece en sus Memorias un detallado relato del fracasado empeño de Ibn ‘Ammar por adueñarse de Granada, ofreciéndonos una pésima imagen del visir sevillano, criticando su desmedida ambición y su afán por lograr un dominio personal, traicionando, así, a su soberano.

La negativa de ʿAbd Allāh de pagar parias a Alfonso VI fue el momento propicio aprovechado por Ibn ‘Ammar para entablar relación con el rey cristiano y pactar con él la conquista de Granada, para lo cual acordaron construir una fortaleza desde la que hostigarla, eligiendo el emplazamiento de Belillos, desde el que podían fácilmente atacar y devastar la rica vega granadina.

Así lo cuenta en sus Memorias ʿAbd Allāh:

Tal fue la coyuntura que aprovechó Ibn ‘Ammar. Aguardaba éste al embajador (Pedro Ansúrez) en Priego, para enterarse de lo tratado conmigo, y, al ver que no se había hecho nada, se puso inmediatamente a su disposición y le dijo:”Si él (ʿAbd Allāh) rehúsa darte veinte mil dinares (que era efectivamente el tributo que me había pedido), yo te daré cincuenta mil, a cambio de un pacto común contra Granada, en virtud del cual la capital será mía y tuyos los tesoros que hay en ella”. Concertados estos términos, estuvieron conformes en que había que edificar contra Granada un castillo, que la pusiera en aprieto, en tanto caía en sus manos. […]
Para reforzar la fábrica de este castillo alquiló Ibn ‘Ammar los servicios de un ejército de Alfonso y aprestó grandes sumas de dinero, si bien, en ocasiones, difería en entregárselas a los cristianos, mediante promesas y trapacerías, hasta que estuvieran acabadas las obras.

La empresa, sin embargo, no prosperó, pero Ibn ‘Ammar había empeñado su compromiso y debía grandes sumas a Alfonso, por lo que siguió excitando su codicia para adueñarse de la ciudad del Darro, hasta que, finalmente, el rey ʿAbd Allāh se vio forzado a aceptar el pago de parias a Alfonso VI como única forma de subsistir. Ello lo libraba de la amenaza cristiana mientras que Ibn ‘Ammar, en cambio, no pudo ver cumplido su objetivo de tomar Granada.

La conquista de Murcia

Seguidamente dirigió su atención hacia Murcia, de la que trató de apoderarse en dos ocasiones, aunque de nuevo sin éxito.

La primera vez buscó la alianza de Ramón Berenguer II, conde de Barcelona, a quien prometió una alta suma a cambio de su ayuda, poniendo como garantía del pago a al-Rashid, hijo y heredero de al-Mu’tamid.

Las tropas sevillanas y barcelonesas salieron en expedición y atacaron Murcia, pero, al no llegar el dinero prometido, tanto Ibn ‘Ammar como al-Rashid fueron hechos presos por el conde, aunque finalmente liberados, a cambio del pago de un fuerte rescate por al-Mu’tamid.

La segunda tentativa de tomar Murcia la llevó a cabo con la ayuda de Ibn Rashiq, gobernador de la fortaleza de Baly (Vilches o Vélez). Ambos se apoderaron de Mula, población clave en el abastecimiento de Murcia, que cayó al poco tiempo en manos de Ibn Rashiq, mientras que Ibn ‘Ammar ya había regresado a Sevilla.

Contando con apoyos internos, lograron apresar al señor murciano, Ibn Tahir, y seguidamente Ibn Rashiq hizo proclamar al soberano abadí. Era el año 1079-1080 y Murcia pasaba a engrosar los dominios de la taifa sevillana.

La traición de Ibn ‘Ammar a al-Mu’tamid en Murcia

Ibn ‘Ammar se instaló en Murcia y pronto comenzó a mostrar veleidades de independencia, como revela con contundencia el relato de las Memorias del soberano zirí, que resulta muy elocuente de la actitud del visir sevillano y de sus veleidades en Murcia:

La conducta seguida por Ibn ‘Ammar en Murcia fue desastrosa: su altanería para con las gentes, su vida libertina y su pasión por el vino le enajenaron el afecto de los habitantes. Su actitud para con Mu’tamid era una fingida obediencia que frisaba en la rebeldía. Llegó incluso a herir públicamente su honor, satirizándolo por cosas de que Dios había librado al príncipe. Obró, pues, como los hombres más bajos y ruines”.

Ibn Rashiq supo hacerse pronto con el dominio de la situación, aprovechando para ello la salida de Ibn ‘Ammar de la ciudad en embajada hacia Alfonso VI: “con el pretexto de ocuparse de la suerte de los territorios de Levante vecinos al suyo, por si podía apoderarse de ellos (por ejemplo, de Santa María de Albarracín), y para ver si contrarrestaba el daño que le infería Ibn Rashiq”, según el testimonio del emir granadino.

Ibn ‘Ammar fue hacia Toledo (1080) para convencer a los toledanos que que pagaran tributo a Alfonso VI sin necesidad de tener a al-Qadir como rey. Pero, cuando llegó allí, se encontró con al-Qadir, recién restablecido en el gobierno gracias a Alfonso VI, quien estaba junto a él. Ibn ‘Ammar dijo entonces que venía a ayudar al restablecimiento de al-Qadir, pero en realidad deseaba su muerte y conspiró contra él. Al final, se descubrió su trama y tuvo que huir hacia Zaragoza.

A partir de entonces se inicia la fase descendente de la carrera política de Ibn ‘Ammar. En sus Memorias, el emir granadino explica la enemistad entre él y al-Mu’tamid como consecuencia de su actuación en Murcia y el trato desdeñoso del visir hacia al-Rashid, el heredero abadí:

Algo antes de esta época, Ibn ‘Ammar estaba a punto de distanciarse de al-Mu’tamid al que había metido en la empresa de conquistar Murcia, produciéndole con ello mil fatigas y gastos. Sabido es que en esta campaña cayó prisionero el hijo de al-Mu’tamid. Ibn ‘Ammar anduvo ocupado mucho tiempo en este negocio de Murcia, procurándose partidarios a costa de mucho dinero, y haciendo creer al soberano que trabajaba por él, pues quería hacer de la ciudad una fortaleza independiente, en la cual reinar él, como, en efecto, lo logró. […]
La enemistad entre Ibn ‘Ammar y al-Mu’tamid fue por causa del hijo de éste, al-Rashid, pues, en su criminal conducta, Ibn ‘Ammar procedía desdeñosamente con los hijos de su soberano, quería someterlos a estrecha tutela, y maltrataba a los parientes de su rey, cuando hubiera debido tratarlos con respeto. A pesar de todo, al-Mu’tamid se mostró paciente, dado que Ibn ‘Ammar había sabido conciliarse la simpatía de los cristianos, y, gracias a sus tretas, estaba en buena relación con ellos, tanto que, cuando surgía por parte de éstos algún negocio grave, siempre enviaba para hablar con ellos a Ibn ‘Ammar, y se desvanecía el peligro que oprimía el pecho del soberano. Claro que todo esto sucedía por el dinero y por la buena estrella de este último; pero Ibn ‘Ammar, en su necedad, se figuraba que era por su intervención y se atribuía todo el mérito. Tales cosas acabaron por indisponerlo con al-Mu’tamid, hasta que a la postre éste le dio el fin que merecía.

Ibn ‘Ammar en la corte de Zaragoza

En esta situación, Ibn Rashiq se apoderó de Murcia, tras haberse ganado a sus habitantes, de forma que, enemistado con al-Mu’tamid por su actitud y privado de Murcia, Ibn ‘Ammar hubo de buscar nuevos apoyos, encontrando acogida en su viejo conocido al-Muqtadir, con quien ya había estado ya anteriormente cuando fue desterrado por al-Mu’tadid . Luego se fue a Lérida con al-Muẓaffar, pero al poco regresó a Zaragoza donde ya gobernaba al-Mu’tamín de Zaragoza.

El monarca zaragozano le recibió con grandes honores, le proporcionó vivienda y sueldo, y posiblemente le nombró visir. Allí se dio una vida regalada, y era criticado entre la población zaragozana por su afición al vino, de la que él se defendió en un poema. Además, ayudó a al-Mu’tamín a someter a un alcaide rebelde, lo que consiguió haciendo que lo matasen, y fue premiado por el monarca zaragozano con el disfrute de esa fortaleza

Fracaso en la toma de Segura

No obstante, su trágico final se vincula a la ciudad de Segura, cuya toma ofreció Ibn ‘Ammar a Ibn Hud cuando se acogió a él tras perder el control de Murcia a manos de Ibn Rashiq. La ciudad estaba bajo control de los Banu Suhayl. Estos pretendían entregarla al soberano sevillano pero Ibn ‘Ammar convenció al rey de Zaragoza de que podía incorporarla a sus dominios, que por entonces alcanzaban la antigua taifa de Denia.

Ibn ‘Ammar negoció con los Banu Suhayl ( quienes estaban abiertos a ofertas para vender la fortaleza) la compra de Segura para el emir de Zaragoza. Pero la cuando Ibn ‘Ammar entró en Segura para definir el negocio fue capturado por los Banu Suhayl, quienes lo entregaron a al-Mu’tamid de Sevilla a cambio de un cuantioso rescate.

Un hijo de al-Mu’tamid, Rashid, acude a Segura a por el prisionero y se lo lleva a prisión a Córdoba encadenado y montado sobre una mula. Ibn ‘Ammar fue encerrado en prisión el 26 de septiembre de 1084.

Otra versión asegura que realmente Ibn ‘Ammar fue subastado entre todos los reyes de taifas y fue el de Sevilla quien apostó más, pagando en dinero y en caballos, para así castigar su traición. El propio poeta parece confirmar este hecho en uno de sus versos:

una mañana me han puesto a la venta en el mercado… pero…quien me ha tomado por el precio más elevado no ha derrochado su dinero

Prisión y muerte de Ibn ‘Ammar

Uno de los hijos del soberano abadí, al-Radí, fue el encargado de trasladarlo, siendo llevado a Córdoba, donde estaba entonces al-Mu’tamid, cargado de cadenas y montado en una mula, para servir de escarnio al pueblo, “humillado, temeroso y pobre, sin poseer más que la ropa puesta”, como afirma con elocuencia el cronista al-Marrakusí.

Fue luego trasladado a Sevilla y encarcelado en el alcázar al-Mubarak, lo cual hizo alimentar su esperanza de poder recuperar la libertad y ganar de nuevo la confianza de al-Mu’tamid, especialmente tras entrevistarse con el soberano.

Sin embargo, Ibn ‘Ammar precipitó los acontecimientos, ya que, adelantándose a los actos del soberano abadí, divulgó desde su encierro la conversación entre ambos, manifestando su confianza en ser pronto liberado.

Encolerizado, al-Mu’tamid asesinó en persona a su visir a golpes de hacha, como narra de manera pormenorizada el cronista al-Marrakusí, tras lo cual ordenó enterrarlo en el propio alcázar. Era el año 479H/18 de abril de 1086-7 de abril de 1087.

El poeta Ibn ‘Ammar

Ibn ‘Ammar destacó en el ámbito de la poesía. Abu al-Tahir Muḥammad ben Yūsuf al-Tamimi recolectó su poesía, y Abū Bakr ben Qāsim al-Shalabi también escribió un libro sobre la historia de Ibn ‘Ammar.

Ibn Ammar destacó sobre todo en el cultivo de la gacela o gazal homoerótico. Su poesía supone una de las cimas del cultivo de la poesía amorosa en Al-Ándalus, en la que Abenamar es uno de sus representantes más destacados, pues se dedicó a la lírica culta amorosa árabe por pasión, y no por oficio como era común entre los poetas cortesanos andalusíes.

Casida por la que solicita el perdón a al-Mu’tamid:

¿Acaso Silves no ha llorado por el que sufre
y Sevilla no ha suspirado por un arrepentido?
La lluvia cubrió el manto de nuestra juventud
en un país donde los jóvenes rompían los amuletos de la infancia.
Al recordar el tiempo de mi juventud, es como si se encendiese
el fuego del amor en el pecho.
Aquellas noches en que no hacía caso de la sensatez del consejo
y seguía los errores de los alocados;
condené al insomnio a los párpados somnolientos
y recogí el tormento de las tiernas ramas.
¡Cuántas noches pasamos en el Azud, entre los meandros del río,
que se deslizaba con la sinuosidad de una serpiente!
Escogimos el jardín como vecino y nos visitaba con sus regalos
que traían las manos de las suaves brisas;
nos enviaba su aliento y se lo devolvíamos aún más perfumado,
y con más suave brisa;
la brisa, en su ir y venir, parecía una chismosa,
que llevase y trajese maledicencia;
el sol nos daba de beber.
¿Quién ha visto el sol en mitad de la negra noche, sino nosotros?

La legendaria partida de ajedrez con Alfonso VI

Las crónicas musulmanas refieren cómo Ibn ‘Ammar logró que Alfonso VI desistiera de conquistar Sevilla gracias a ganar un partida de ajedrez contra el propio rey. Presentamos aquí el relato que, de esta curiosa partida, hace Reinhart P. Dozy en su Historia de los Musulmanes de España, tomo IV:

Partida de ajedrez
Partida de ajedrez

Una vez, entre otras, vino a invadir, al frente de un numeroso ejército, el territorio sevillano. Una inexplicable consternación reinaba entre los musulmanes, demasiado débiles para poder se defender. Solo Ibn ‘Ammar, el primer ministro, no desesperaba. No contaba con el ejército sevillano: tratar de vencer con él a las huestes cristianas era una quimera, pero conocía a Alfonso, porque había estado muchas veces en su corte; sabía que era ambicioso, pero también que estaba medio arabizado, es decir, que era fácil de conquistar siempre que se conocieran sus gustos, sus caprichos, sus antojos. Con esto era con lo que contaba, y sin perder tiempo en organizar una resistencia armada, mandó fabricar un juego de ajedrez tan magnífico que ningún rey tenía otro semejante. Las piezas eran de ébano y de sándalo incrustados en oro. Provisto de este ajedrez se presentó, con un pretexto cualquiera, en el campo de Alfonso, quien lo recibió muy honoríficamente, porque Ibn ‘Ammar era del escaso número de musulmanes a quienes estimaba.

Un día, Ibn ‘Ammar enseñó su ajedrez a un noble castellano (Pedro Ansúrez) que gozaba gran favor con Alfonso. Este noble habló de él al rey, quien dijo a Ibn ‘Ammar:

-¿Qué tal juegas al ajedrez?
– Mis amigos opinan que juego bastante bien – respondió Ibn ‘Ammar.
– Me han dicho que posees un juego soberbio.
– Es verdad, señor.
– ¿Podría yo verlo?
– Sin duda, pero con una condición: jugaremos juntos; si pierdo, el ajedrez será tuyo, pero si gano yo podré pedir lo que quiera.
– Acepto.

Se trajo el ajedrez y Alfonso, estupefacto de la hermosura y de la delicadeza del trabajo, exclamó santiguándose:

– ¡Dios mío!, ¡nunca hubiera creído que se hubiera podido hacer un ajedrez con tanto arte!

Y, cuando acabó de admirarlo, replicó:

-¿Qué es lo que decías antes: señor, cuáles eran tus condiciones?

Y habiéndoselas repetido Ibn ‘Ammar:

-¡No, por Dios!; yo no juego, cuando la apuesta me es desconocida: podrías pedirme una cosa que yo no te pudiera dar.
-Como quieras, señor -respondió fríamente Ibn ‘Ammar; y mandó a sus criados que se llevaran el ajedrez a su tienda.

Se separaron; pero Ibn ‘Ammar no era hombre que se desanimaba tan fácilmente. Confió a algunos nobles castellanos, bajo palabra de guardar secreto, lo que había de exigir de Alfonso en el caso en que le ganara la partida, y les prometió sumas considerables, si querían ayudarlo. Seducidos por el cebo del oro y bastante tranquilos acerca de las intenciones del árabe, se comprometieron estos nobles a servirlo, y cuando Alfonso, que, por su parte, ardía en deseos de poseer el magnífico ajedrez, les consultó sobre lo que debía hacer, le dijeron: “Si ganáis, señor, poseeréis el magnífico ajedrez, que todos los reyes os envidiarán, y si perdéis, ¿qué podrá pediros ese árabe? Si hace una petición indiscreta, ¿no estamos aquí nosotros que sabremos traerlo a la razón?” Tan bien hablaron, que Alfonso se dejó vencer. Mandó, pues, avisar a Ibn ‘Ammar de que lo esperaba con su ajedrez, y cuando llegó el visir le dijo:

-Acepto tus condiciones; ¡vamos a jugar!
-¡Con mucho gusto! -respondió Ibn ‘Ammar-, pero hagamos la cosa enr egla; permite que tal y tal -y nombró a muchos nobles castellanos- nos sirvan de testigos.

El rey consintió y, cuando llegaron los nobles que Ibn ‘Ammar había designado, comenzó el juego.

Alfonso perdió la partida.

-¿Puedo yo pedir ahora lo que quiera, según hemos convenido? -preguntó entonces Ibn ‘Ammar.
-Sin duda -replicó el rey-, veamos: ¿qué es lo que exiges?
-Que te vuelvas a tus estados con tu ejército.

Alfonso se puso pálido. Presa de una febril exaltación, recorría la sala a largos pasos, se sentaba y se ponía de nuevo a pasear.

-Me han cogido -dijo al fin a sus nobles-, y vosotros tenéis la culpa. Ya me temía yo una petición de esta especie de parte de ese hombre, pero vosotros me tranquilizasteis, me dijisteis que podía confiar y ahora recojo el fruto de vuestros malditos consejos.

Y después de algunos momentos de silencio, exclamó:
-¿Qué me importa su condición, después de todo?; no hago caso de ella para nada y voy a continuar mi camino.
-Señor -le dijeron entonces los castellanos-, eso sería delinquir contra el honor; sería faltar a la palabra, y vos, el más grande de los reyes de la cristiandad, sois incapaz de hacer semejante cosa.

Al fin, cuando Alfonso se hubo calmado un poco:
-Pues bien -replicó-, en compensación de esta expedición frustrada, necesito a lo menos doble tributo este año.
-Lo tendrás, señor- dijo entonces Ibn ‘Ammar, y se apresuró a que remitieran a Alfonso el dinero que pedía, de modo que, por esta vez, el reino de Sevilla, amenazado de una terrible invasión, se libró del susto, gracias a la habilidad del primer ministro.


Bibliografía

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