Portada » Personajes » Sancho IV Garcés, rey de Pamplona (1054-1076)

Sancho IV Garcés, rey de Pamplona (1054-1076)

por Javier Iglesia Aparicio
0 comentario 1,5K visitas 19 min. de lectura
A+A-
Reset
Barranco de Peñalén

[ ¿Pamplona?, c. 1040 – Peñalén (Funes, Navarra), 4 junio 1076] Llamado el de Peñalén. Rey de Pamplona (1054 – 1076), último de la dinastía de los Jimenos

Hijo primogénito de García III el de Nájera y su esposa Estefanía, parece que fue reconocido como rey sobre el propio campo de batalla de Atapuerca (Burgos) donde acababa de perder la vida su padre el 1 de septiembre del 1054.

La proclamación contó con la aprobación de su tío el rey Fernando I de León, vencedor de la batalla. Aunque tradicionalmente se suele apuntar que Sancho IV le prestó homenaje, no hay pruebas para confirmar esta hipótesis, ni siquiera por las tierras de la Castella Vetula antiguamente enmarcadas en el reino de León.

Inicios del gobierno

En el 1054 Sancho estaba a punto de alcanzar la mayoría de edad de catorce años y durante algunos meses expidió sus diplomas junto con su madre Estefanía. Por ejemplo el 11 de marzo de 1055 Sancho junto a su madre (Ego quidem Sancius rex, una cum matre mea Stefania regina) devolvieron una serie de propiedades a San Millán de la Cogolla que habían sido donadas por su padre de forma ilegítima a un noble llamado Aznar Sánchez . Estuvo también bajo la tutela de Fortún Sánchez, uno de los magnates más importantes del reino desde la época de Sancho III.

Firma de Sancho IV en un documento de 1054
Firma de Sancho IV en un documento de 1054

Al principio el rey Fernando de León se mostró benévolo con su sobrino. Asistió junto con su hermanastro Ramiro, rey de Aragón, a la consagración de la iglesia de San Pedro de Nájera (1056), presidida por el monarca pamplonés y su madre Estefanía.

Medió luego en el primer conflicto de Sancho IV con sus propios nobles pamploneses (1061), un punto en el que conviene no descartar la hipótesis de que el descontento tuviera su razón de ser en la pasividad del joven e inmaduro Sancho en el juego político de los reinos hispano-cristianos con los llamados reinos de taifas y el correlativo lucro de parias o tributos.

Sin embargo, Fernando no cejó en su empeño de tratar de recuperar los territorios castellanos que habían pasado a manos navarras en el 1035. Posiblemente entre los años 1060 y 1061 se hizo con el dominio de Pancorbo, fortaleza desde la que ponía en jaque a La Bureba y la parte occidental de la actual La Rioja, en este momento aún dominios navarros.

Su dominio en Castilla

En el inicio de su reinado los territorios correspondientes al antiguo condado de Castillla, los que había obtenido como herencia de su abuela doña Mayor comenzaban a estar inquietos con respecto a mantener la obediencia al rey de Pamplona y volver a seguir al rey de León.

Las primeras tierras fronterizas que se disgregaron y pasaron a manos de Fernando I fueron las de Ubierna, Úrbel y La Piedra. El resto permanecerían algunos años más bajo su dominio. El año 1057 continuaban los conflictos entre ambos reinos vecinos. Las incursiones se realizaban en forma de penetración pacífica y eran acompañadas de una importante labor de soborno hacia los condes y señores más cercanos. Los primeros frutos de esta política a favor del monarca castellano-leonés se obtuvieron en las zonas de la Trasmiera, el valle de Mena, la Bureba y otros señoríos castellanos limítrofes al reino de León-Castilla, pero enseguida encontraron mayor resistencia. El rey Fernando ocupó Oña y afianzó su poder realizando importantes donaciones a las instituciones religiosas de la región. Entre sus acompañantes se encontraban Lope y Galindo Velázquez, que tenían señorío en Ayala, Mena y Somorrostro.

Un diploma de Leire parece acusar tal encogimiento de los confines occidentales de la Monarquía pamplonesa al consignar con énfasis, en la Navidad de 1061, que Fernando reinaba “en toda Castilla”, aunque ya el año anterior constaba Pancorbo en algún documento navarro como una extremidad del dominio regio pamplonés y quedaban además en esta órbita Álava, Vizcaya y Guipúzcoa.

Su dominio en Álava, Vizcaya y Guipúzcoa

La vinculación del espacio alavés, vinculado al de Castilla desde la época de Fernán González, también desde la reina Mayor al rey de Pamplona sin que éste llegara a poseer villas de su señorío directo, pudo ajustarse a las pautas de encomendación vasallático-beneficial de la nobleza local que, como en Aragón, parece dotada de fuerte entidad corporativa propia. El monarca debió de respetar y aún confirmar la estructura social y la ordenación eclesiástica anteriores.

Por otro lado, resaltan en términos análogos la subordinación al rey pamplonés del conde Íñigo López de Vizcaya y Durango, al parecer casado con la hija de Fortún Sánchez, el mencionado ayo o “eitán” del soberano, y así como la concesión otorgada por García III Sánchez del privilegio de ingenuidad a favor de los monasterios o “iglesias propias” de la aristocracia en tales comarcas.

En cuanto al espacio guipuzcoano nuclear, el tramo medio del Oria, basta recordar que en 1055 tenía Guipúzcoa (Ipuscoa) por mano de Sancho IV Garcés el “señor” (senior) aragonés García Aznárez, arraigado allí probablemente por razón de su matrimonio con doña Galga de Ipuçcha, seguramente la más distinguida por su patrimonio en aquella tierra. Por otra parte, en toda la franja alavesa, vizcaína y guipuzcoana de la anterior acumulación condal castellana proliferaron precisamente en este período los dominios de los grandes monasterios aragoneses, pamploneses y najerenses seguramente para incrementar su colonización.

Firmas de Sancho IV de Pamplona
Firmas de Sancho IV de Pamplona

Sancho IV y el reino de Zaragoza

El rey de Pamplona recibía parias del reino de Zaragoza a cambio de su protección militar.

Sancho IV envió a sus caballeros a colaborar ya en 1058 con al-Muqtadir frente a su hermano al-Muẓaffar de Lérida y explotó luego a fondo el filón de parias zaragozanas que le llegaron a reportar habitualmente 12.000 monedas de oro anuales, como acreditan sus pactos de paz y alianza con el régulo zaragozano cuya Corte visitó personalmente con todo su séquito.

En el primero de estos tratados (abril de 1069), una renovación de otros anteriores, se comprometían “en fraternidad y caridad sinceras” a no confabularse con sus respectivos enemigos, cristianos o musulmanes, y se garantizaban mutuamente la estabilidad y seguridad de sus vías de comunicación y fronteras (extrematuras). Tal vez el retraso en alguno de los pagos acordados motivó una ruptura momentánea de hostilidades y la ocupación del castillo de Caparroso por al-Muqtadir y el de Tudején (término actual de Fitero) por parte de Sancho.

El segundo tratado, datado el 25 de mayo de 1073, preveía la devolución mutua de tales plazas y la renovación de los pagos y compromisos anteriores. Mas el rey pamplonés llegó ahora mucho más lejos, pues suscribió una alianza militar activa frente a cristianos y musulmanes y, en especial, se comprometió a pedir a Sancho Ramírez de Aragón el abandono de las posiciones ocupadas en tierras oscenses, así como la renuncia a la devastación de los dominios zaragozanos; y en caso de ser desoídas estas admoniciones, aseguraba su colaboración armada en la guerra que por ello pudiese declarar al-Muqtadir, el cual le ayudaría a su vez a recobrar las plazas que le pudiera retener el príncipe aragonés.

La guerra de los Tres Sanchos

Pero hubo un período en el cual Sancho IV mantuvo un permanente conflicto con el reino de León y no solo por la cuestión castellana, sino porque, en torno al año 1060 al-Muqtadir de Zaragoza abandonaba la protección pamplonesa y se convirtiera en tributario Fernando I de León.

Los nuevos roces pudieron sobrevenir con el primogénito de Fernando y su heredero en Castilla, el futuro Sancho II, aunque no parece fiable la noticia de que, siendo todavía infante y acompañado por el joven Rodrigo Díaz de Vivar, luego Cid Campeador, acudiese a la defensa de Graus a favor de al-Muqtadir de Zaragoza y en contra de Ramiro de Aragón (1063).

En todo caso siendo ya Sancho II rey de Castilla desde el 1065, atravesó acaso los dominios pamploneses para exigir ahora ante los propios muros de Zaragoza (1067) las parias antes abonadas a su padre por el régulo musulmán, aunque éste no tardaría en renovar (abril de 1069) las que también liquidaba al rey de Pamplona, y existe la posibilidad de que en esta tesitura ocurriese la llamada “guerra de los tres Sanchos”.

Sancho IV Garcés habría requerido la ayuda de Sancho Ramírez de Aragón para rechazar en Viana a su homónimo castellano, primo de ambos, y obligarle a evacuar los dominios que le había arrebatado.

Sancho II acudió a apoyar a los castellanos que habían tomado Viana pero tuvo que retirarse ante las graves pérdidas que le infligió Sancho Ramírez de Aragón. Sancho Ramírez logró recuperar algunas plazas pero, cuando parecía que la situación castellana se ponía peor, Sancho Ii consiguió que su vasallo, al-Muqtadir, ordenara al gobernador de Huesca que atacara a los aragoneses.

Sancho Ramírez, al no poder dividir sus tropas en dos frentes, se vio obligado a pedir la paz. En virtud del tratado, Castilla devolvía las plazas navarras conquistadas durante la contienda pero retenía los montes de Oca, la Bureba y Pancorbo.

Esto se ve confirmado pues según varios documentos, el castellano García Ordóñez tuvo a su cargo desde 1070 los distritos o mandaciones de Pancorbo y Grañón, y sólo hay noticia de algún incidente fronterizo posterior, como el de los hombres del condado de Lara retenidos y expoliados en su peregrinación a San Millán, aunque no es creíble que diese lugar a un enfrentamiento armado.

Tensiones con la nobleza

La renuncia del rey a las acciones ofensivas tras su tratados con Zaragoza salvo para defender a dicho rey contra un príncipe cristiano, debió de acentuar el desasosiego en las filas de la aristocracia militar pamplonesa que tenía su principal razón de ser en la guerra y las ganancias de botín por los dominios sarracenos.

Entre tanto se habrían acumulado otros resentimientos por presumibles favoritismos y arbitrariedades del rey en la distribución de tenencias u honores y parias y sin duda también por su desconsiderada conducta personal.

Muerta la reina Estefanía, entre los años 1060 y 1066, se detectaba ya un evidente conato sedicioso, con motivo probablemente de los reajustes que debió de hacer el joven soberano en la asignación de distritos tras el citado retroceso de sus dominios en tierra castellana.

El clima de tensión y recelos se puso claramente de manifiesto en el convenio juramentado (Iuramentum quod convenerunt et iuraverunt rex domnus Sancius et suos barones) que se vio obligado a suscribir con sus barones el 13 de abril de 1072 precisamente a la vuelta de su mencionado viaje a la corte de al-Muqtadir, para dar fin “a todos los males” o conflictos que se venían produciendo al menos desde las aludidas turbulencias de la década precedente.

El énfasis con que se intenta garantizar los derechos propios del grupo nobiliario y la correcta aplicación del procedimiento judicial que tradicionalmente correspondía a sus miembros, así como asegurar la estabilidad en el desempeño de las mandaciones u honores debidamente tenidas o regidas “en verdad, recta fidelidad y sin engaño”, constituyen un síntoma muy claro de las frecuentes infracciones cometidas por el rey en este plano.

Lo mismo se deduce de la fórmula de arreglo mediante juramento, el del monarca significativamente en primer lugar y, a continuación, el de los barones, reiterando éstos de forma corporativa en todos sus términos el presumible homenaje que habría prestado cada uno en su momento de serle fieles de palabra y obra en defensa de su persona y su tierra contra todos, cristianos o sarracenos, y especialmente en caso de guerra.

El asesinato de Sancho IV

Las disensiones con la nobleza y su propio afán de poder y enriquecimiento causaron que Sancho IV fuera asesinado gracias a una conjura nobiliaria.

El asesinato se produjo en el transcurso de una cacería. En un determinado momento, Sancho IV fue arrojado por el precipicio de Peñalén, en el actual término de Funes, el día 4 de junio de 1076.

Textos documentales cercanos atribuyen la muerte tanto a sus hermanos Raimundo o Ramón y Ermesinda como a los magnates del reino, es decir, a una confabulación generalizada de la comitiva regia de barones y la familia más próxima de la víctima.

Barranco de Peñalén
Barranco de Peñalén

El rey Sancho fue enterrado, al igual que su esposa Placencia, en el panteón real de Santa María la Real de Nájera.

Estatua del sepulcro de Sancho IV en el panteón real de Nájera
Estatua del sepulcro de Sancho IV en el panteón real de Nájera (Col. Bernardo Estornés Lasa)
Sepulcro de Sancho IV en el panteón real de Nájera
Sepulcro de Sancho IV en el panteón real de Nájera (Col. Bernardo Estornés Lasa)

La sucesión al trono de Pamplona

Con el fallecimiento de Sancho IV, se rompe la línea sucesoria masculina de la dinastía de los Jimenos. La nobleza del reino estaba fuertemente en contra del rey y de su familia y los distintos nobles de cada territorio pugnaran por un nuevo monarca.

Los linajes que regían los distritos de Vizcaya, Álava y La Rioja debieron de tomar rápidamente partido a favor del monarca Alfonso VI de Castilla y León, quien tomó posesión de Nájera y Calahorra cuando apenas acababa de producirse el magnicidio.

Simultáneamente la nobleza propiamente pamplonesa alzó como caudillo (rex Pampilonensium) al príncipe aragonés Sancho Ramírez, quien por la posesión de la tierra pamplonesa conocida poco después como Navarra debió de prestar entonces al monarca castellano-leonés un homenaje de carácter feudo-vasallático, como el que pocos años antes había rendido (1068) al pontífice romano por sus dominios de Aragón.

Los hermanos del difunto monarca, Ermesinda, Ramiro, Mayor y Urraca, se instalaron en tierras riojanas bajo la protección de Alfonso VI, como hizo también la reina Placencia con sus pequeños hijos Sancho y García.

Partición del reino de Pamplona a la muerte de Sancho IV

Matrimonio y descendencia

Sancho IV contrajo matrimonio con Placencia, de origen desconocido (aunque habitualmente se la cita en las obras de historia moderna como Placencia de Normandía), en algún momento entre los años 1068 y 1070, cuando esta ya aparece en la documentación. Concretamente una donación del 25 de febrero de 1070 de la pareja real a San Millán de la Cogolla es la priemra mención documental de Placencia (Sancius rex…cum uxore mee Placentie regine).

De este matrimonio tuvieron a:

  • García Sánchez, quien aún vivía en 1095.
  • Sancho Sánchez.

Sancho IV tuvo varios hijos ilegítimos:

  • De una concubina llamada Jimena engendró a su hijo Raimundo Sánchez, en torno al año 1071. Un documento del 18 de julio de 1071 la donaba la villa de Ezquíroz a “ancilla mea domina Eximina [et] filio meo Raymonde quem habui en te“. Un documento de agosto de 1110 muestra que Raimundo aún vivía.
  • García Sánchez. Un documento de una donación de Alfonso VI a Nájera es confirmado, entre otros por Garsea et alter Garsea, germani, filii Sanchii regis Nagerensis.
  • Urraca Sánchez. Un documento de Sancho IV del 1072 recomienda su educación al abad de Larrasoain.

Te puede interesar

Dejar un comentario

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.