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El tejido histórico de Zaragoza se encuentra profundamente imbricado con su pasado andalusí. Durante un periodo de más de cuatrocientos años, comprendido entre la conquista musulmana en 711 y la toma cristiana de 1118, la ciudad fue conocida como Saraqusṭa. Este tiempo no fue una simple transición, sino una era de profunda transformación cultural y política que marcó la identidad de la urbe de manera indeleble. Merece la pena contratar una de las visitas guiadas por Zaragoza para conocer este patrimonio.
Tras la conquista omeya de la península Ibérica, Saraqusta se consolidó como la capital de la Marca Superior de al-Ándalus, un enclave estratégico y una de las principales ciudades del norte del territorio andalusí. El periodo de mayor esplendor, sin embargo, se alcanzó con la disolución del Califato a principios del siglo XI. En 1018, la ciudad emergió como un reino independiente, la Taifa de Zaragoza, inicialmente bajo el control de la dinastía árabe de los Banu Tujib y, posteriormente, bajo los Banu Húd. Fue esta última dinastía, en particular con reyes como Al-Muqtádir, Al-Mutaman y Al-Mustaín II, la que impulsó un florecimiento político y cultural sin precedentes en la segunda mitad del siglo XI. Esta época de auge finalizó abruptamente cuando el reino taifa cayó bajo el dominio de los almorávides en 1110.
Al-Idrisi, en el siglo XII, escribió: «La ciudad de Zaragoza es una de las principales de entre las ciudades de Al-Andalus. Es de gran extensión, populosa y amplia; tiene anchas calles y vías, y bellas casas y viviendas. Está rodeada de jardines y vergeles, y tiene una muralla construida en piedra, inexpugnable.(…) La ciudad de Zaragoza recibe el nombre de Medina Albaida (La ciudad blanca) y esto se debe a su abundancia de encalados y enlucidos».
La era de Saraqusta llegó a su fin definitivo el 18 de diciembre de 1118, cuando Alfonso I el Batallador, rey de Aragón, conquistó la ciudad, convirtiéndola en la nueva capital de su reino. La historia de la conquista cristiana no se tradujo en una simple destrucción del legado andalusí. El nuevo poder aragonés no derribó los símbolos de la dominación musulmana, sino que los cooptó para su propia causa. La Aljafería, la máxima expresión del poder islámico en la ciudad, fue inmediatamente convertida en palacio real para los reyes de Aragón, al igual que el Torreón de la Zuda, sede de los gobernadores musulmanes, que fue tomado por Alfonso I el mismo día de la conquista para servir como residencia real. Esta estrategia de incorporación, en lugar de erradicación, es la que otorga un carácter singular al patrimonio islámico de Zaragoza. Los vestigios de Saraqusta son, por tanto, un complejo palimpsesto donde cada capa histórica —la romana, la islámica, la cristiana y la mudéjar— se superpone e influye mutuamente, contando una historia más profunda que la de una mera sucesión de dominios.
El Palacio de la Aljafería: el palacio del reino taifa
El Palacio de la Aljafería es, sin lugar a dudas, la obra cumbre del periodo taifa en Zaragoza y el monumento más importante y mejor conservado de la época andalusí en la ciudad. Construido extramuros durante el reinado de Al-Muqtádir (1046-1081), el palacio fue concebido como una residencia de recreo y una fortaleza, conocida en su tiempo como Qasr al-Surur o “Palacio de la alegría”. Su magnificencia lo sitúa, junto con la Mezquita de Córdoba y la Alhambra de Granada, como uno de los máximos exponentes del arte hispanomusulmán. Su importancia histórica y artística es tal que está considerado el palacio musulmán más al norte del mundo.
La visita al palacio de la Aljafería es un viaje a través de la creatividad artística y la opulencia de la corte hudí. El centro de la vida palaciega se articulaba en torno a un patio rectangular a cielo abierto, el Patio de Santa Isabel, que originalmente incluía un jardín y albercas. Su diseño, con una estructura tripartita de jardín principal y galerías laterales, seguía el modelo de los palacios califales de Madinat al-Zahra.
Desde el patio se accede a las estancias principales. En el lado norte se ubica el Salón Dorado, la sala principal del palacio. Aunque gran parte de su decoración ha desaparecido, se sabe que las paredes estaban adornadas con yeserías polícromas y una inscripción con versos coránicos. El Salón estaba flanqueado por dos alcobas o alhanías, y su acceso se realizaba a través de un pórtico con arcos polilobulados que, junto con el resto de la decoración, evocaba un paraíso terrenal.
Anexa al Salón Dorado se encuentra la pequeña mezquita y su oratorio, una de las estancias más destacadas por su valor artístico. Su mihrab se enmarca en un bellísimo arco de herradura de proporciones cordobesas, ricamente decorado. Los muros de la mezquita exhiben arcos ciegos mixtilíneos enlazados, adornados con atauriques vegetales que muestran una clara inspiración califal.
El arte de la Aljafería no se limita a imitar modelos anteriores, sino que constituye un puente crucial en la evolución del arte andalusí. Las complejas lacerías, atauriques y tallados del palacio llevan a una estética que los expertos describen como un preludio barroquizante de la filigrana que más tarde caracterizaría el arte nazarí de la Alhambra de Granada. La Taifa de Saraqusta se convirtió en un centro de innovación artística que no solo mantenía vivo el legado califal, sino que también lo transformaba, influyendo en los estilos subsiguientes. Por ello, la Aljafería no es simplemente un monumento hermoso, sino una pieza fundamental para comprender la historia del arte islámico en España, un eslabón entre el arte de Córdoba y el de la Alhambra.

Tras la conquista, el palacio fue utilizado por los reyes de Aragón y posteriormente sufrió importantes transformaciones en la etapa de los Reyes Católicos. Su destino final, antes del siglo XX, fue el de cuartel militar, una función que lo mantuvo en un estado de abandono y deterioro hasta su restauración a mediados del siglo XX. Hoy, el Palacio de la Aljafería ha recuperado su dignidad y sirve como sede de las Cortes de Aragón, el parlamento autonómico.
Las fortificaciones de Saraqusta: vestigios defensivos
El Torreón de la Zuda
El Torreón de la Zuda, un edificio de planta cuadrada y estilo mudéjar, se erige sobre uno de los torreones de la antigua muralla romana. En la época andalusí, formó parte del alcázar construido en el siglo X, que servía como residencia y centro administrativo de los gobernadores de Saraqusta.
Su importancia simbólica se revela en el momento de la conquista de 1118, cuando Alfonso I tomó posesión del lugar el día siguiente a la rendición de la ciudad, convirtiéndolo en el primer palacio real de los monarcas aragoneses.
Actualmente, el torreón ha sido restaurado y alberga una de las oficinas de turismo del Gobierno de Aragón. En su interior, una de sus características más interesantes son los paños de cristal en el suelo que permiten al visitante observar los vestigios de los cimientos originales de la torre.
Restos de las murallas
A escasos metros del Torreón de la Zuda se encuentran los restos de las murallas que enmarcan el antiguo trazado de la ciudad. Aunque se asocian con la época romana y musulmana, una observación detallada revela una historia más compleja. Los paños de muralla que se ven hoy son en gran medida una reconstrucción llevada a cabo a mediados del siglo XX, que reutilizó materiales antiguos, pero que no representa el muro original tal como se mantuvo. Al inspeccionar los muros, se pueden distinguir distintas fábricas, incluyendo bloques de yeso, sillares romanos reutilizados y diferentes tipos de mampostería. Esta heterogeneidad ilustra cómo la ciudad, a lo largo de los siglos, reparó, reforzó y reconstruyó sus defensas sobre cimientos preexistentes, convirtiendo la muralla en un testimonio del paso del tiempo y de las continuas transformaciones de la ciudad.
Otros restos arqueológicos
La historia de Saraqusta no se limita a los grandes monumentos que perduran en pie. Gran parte de su legado se encuentra oculto, en los estratos subterráneos de la ciudad. Recientes hallazgos arqueológicos han revelado una necrópolis islámica en el centro de Zaragoza. Los cuerpos descubiertos estaban enterrados en posición de decúbito lateral, orientados hacia la qibla o La Meca, siguiendo las tradiciones funerarias musulmanas. Aunque se trata de un hallazgo de gran valor, el área fue cuidadosamente excavada y documentada, y los restos no están expuestos al público.
Un caso similar ocurre con los llamados “Baños Judíos” o “Baños Árabes” en la calle Coso. A pesar de su nombre popular y su disposición de cámara central, que sigue modelos hispanomusulmanes del periodo taifa, la construcción original data del siglo XIII, es decir, del periodo mudéjar posterior a la reconquista. Lamentablemente, este conjunto, que se encuentra en los sótanos de un edificio privado, tampoco es visitable.
Restos en el Museo de Zaragoza
Para una comprensión completa del patrimonio islámico en Zaragoza, es fundamental conocer el papel del Museo de Zaragoza. Como centro de referencia provincial para el depósito de materiales arqueológicos, el museo alberga una colección abundante de fondos andalusíes. Sin embargo, a pesar de la riqueza de su acervo, gran parte de este material no se encuentra en exhibición.
La sección expositiva dedicada a la arqueología se centra de manera predominante en la época romana , lo que refleja un problema histórico de falta de espacio para dar cabida a la variedad de testimonios andalusíes descubiertos en las excavaciones urbanas desde 1983. Esto implica que, aunque se ha recuperado una vasta cantidad de evidencia sobre la vida en Saraqusta, la mayoría de estos artefactos permanecen en almacenes, y los visitantes solo pueden ver una pequeña muestra, a menudo limitada a elementos arquitectónicos despiezados de la Aljafería que fueron recogidos tras su transformación en cuartel en el siglo XIX.