En una dehesa de robles a pocos kilómetros de la localidad burgalesa de Arlanzón, se esconden las ruinas de lo que en su día fue un poderoso centro monástico: la abadía de San Miguel de Froncea. Apenas quedan vestigios de su grandeza, pero un hallazgo documental está a punto de devolverle protagonismo en la historia de Castilla y, sobre todo, en los orígenes del castellano. Se trata del Cartulario de Froncea, un códice inédito que, tras más de veinte años de estudio, verá la luz en una edición impulsada por el Instituto de la Lengua de Castilla y León (ILCYL) y supervisada por la Real Academia Española.
El cartulario, conservado en la Universidad de Oviedo, contiene 107 documentos que abarcan desde el siglo X hasta el XIII. Entre ellos destaca una donación de 974 en la que se mencionan “colmenas con abejas”, una frase que, más allá de su valor económico, constituye uno de los primeros testimonios escritos en castellano. Según el historiador David Peterson, profesor de la Universidad de Burgos y uno de los principales responsables del estudio, estos textos sitúan a Froncea al mismo nivel que Valpuesta o Cardeña, lugares tradicionalmente considerados como los primeros focos documentales del español.
La importancia del hallazgo no radica únicamente en el contenido lingüístico. El cartulario ofrece una ventana a la vida cotidiana de la Castilla condal: donaciones de tierras, compraventas, molinos, viñedos y dehesas que reflejan un paisaje ya intensamente explotado. También revela la expansión del monasterio hacia zonas como Atapuerca, Agés o Briviesca, lo que demuestra su influencia regional en los albores del siglo X. Aunque la abadía entró en decadencia tras la agregación de su jurisdicción a Burgos en 1068, el cartulario confirma que hubo vida conventual al menos hasta principios del siglo XIII.
El propio nombre de Froncea tiene un origen vasco, derivado de haran (valle) y luze (largo), lo que evidencia el bilingüismo y la riqueza cultural de la zona en aquella época. Este detalle lingüístico añade una capa más de interés a un hallazgo que, en palabras de Peterson, puede considerarse “el último cartulario inédito” descubierto en el último medio siglo.
La publicación del cartulario no solo supone un hito académico, sino también una oportunidad para revitalizar el patrimonio local. Marta Santamaría, alcaldesa de Arlanzón, ha anunciado su intención de solicitar subvenciones para promover excavaciones en el lugar y poner en valor las ruinas de la abadía. El objetivo es claro: situar a Arlanzón en el mapa de la historia del castellano y atraer tanto a investigadores como a visitantes interesados en conocer los orígenes de una lengua que hoy hablan más de 600 millones de personas en el mundo.
En definitiva, el Cartulario de Froncea es mucho más que un conjunto de legajos medievales. Es un testimonio vivo de cómo el castellano comenzó a tomar forma en distintos rincones de Castilla, un recordatorio de que la historia de una lengua no se escribe en un único lugar, sino en múltiples voces y documentos que, como este, han sobrevivido al paso de los siglos. Con su publicación, Froncea deja de ser un nombre olvidado para convertirse en símbolo de la memoria colectiva y en pieza clave de nuestro patrimonio cultural.