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Romances sobre los Siete Infantes de Lara

por Javier Iglesia Aparicio
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Ruy Velázquez, García Fernández y Gonzalo Gustios en grabado de Otto Venius sobre los Siete Infantes de Lara

El Romancero Viejo castellano recoge varios romances que se refieren a la leyenda de los Siete Infantes de Lara. Estos romances fueron fijados entre fines del siglo XV y el siglo XVII y son una buena muestra de la vigencia que aún tenía la leyenda épica en esas fechas. A continuación recogemos algunos de esos romances.

¡Ay Dios, qué buen caballero!

¡Ay Dios, qué buen caballero — fue don Rodrigo de Lara,
que mató cinco mil moros — con trescientos que llevaba!
Si aqueste muriera entonces, —¡qué grande fama dejara!,
no matara a sus sobrinos, — los siete infantes de Lara,
ni vendiera sus cabezas — al moro que las llevaba.
Ya se trataban sus bodas — con la linda doña Lambra.
Las bodas se hacen en Burgos, — las tornabodas en Salas;
las bodas y tornabodas — duraron siete semanas:
las bodas fueron muy buenas, — mas las tornabodas malas.
Ya convidan por Castilla, — por Castilla y por Navarra:
tanta viene de la gente — que no hallaban posadas,
y aún faltaban por venir — los siete infantes de Lara.
Helos, helos por do vienen — por aquella vega llana;
sálelos a recibir — la su madre doña Sancha.
-Bien vengades, los mis hijos, — buena sea vuestra llegada.
-Norabuena estéis, señora, — nuestra madre doña Sancha.
Ellos le besan las manos, — ella a ellos en la cara.
-Huelgo de veros a todos, — que ninguno no faltara,
porque a vos, mi Gonzalvico, — y a todos mucho os amaba.
Tornad a cabalgar, hijos, — y tomad las vuestras armas,
y allá os iréis a posar — al barrio de Cantarranas.
Por Dios os ruego, mis hijos, — no salgáis de las posadas,
porque en semejantes fiestas — se urden buenas lanzadas.
Ya cabalgan los infantes — y se van a sus posadas;
hallaron las mesas puestas, — viandas aparejadas.
Después que hubieron comido, — pidieron juegos de tablas,
si no fuera Gonzalvivo — que su caballo demanda,
y muy bien puesto en la silla — se sale por la plaza,
en donde halló a don Rodrigo — que a una torre tira varas,
y con fuerza muy crecida — a la otra parte pasaban.
Gonzalvico que esto viera, — las suyas también tiraba:
las suyas que pesan mucho — a lo alto no llegaban.
Doña Lambra que esto vido, — de esta manera le hablaba:
-Amad, oh dueñas, amad — cada cual en su lugar;
más vale mi caballero — que cuatro de los de Salas.
Cuando Sancha aquesto oyó, — respondió muy enojada:
-Calledes, Lambra, calledes, — no digáis la tal palabra,
que si mis hijos lo saben — ante ti te lo mataran.
-Calledes vos, doña Sancha, — que tenéis por qué callar,
pues paristes siete hijos, — como puerca en muladar.
Gonzalvico que esto oyera, — esta respuesta le da:
Yo te cortaré las faldas — por vergonzoso lugar,
por cima de las rodillas — un palmo y mucho más.
Al llanto de doña Lambra — don Rodrigo fue a llegar:
-¿Qué es aquesto, doña Lambra? — ¿quién os pretendió enojar?
Si me lo dices, yo entiendo — que te lo he de vengar,
porque a dueña tal que vos — todos la deben honrar.

Doña Lambra con fantasía

Doña Lambra, con fantasía, — grandes tablados armara.
Allí salió un caballero — de los de Córdoba la llana,
caballero en un caballo — y en la su mano una vara;
arremete su caballo, — al tablado la tirara,
diciendo:—Amad, señoras, — cada cual como es amada,
que más vale un caballero — de los de Córdoba la llana,
más vale que cuatro ni cinco — de los de la flor de Lara.
Doña Lambra, que lo oyera, — de ello mucho se holgara:
¡Oh, maldita sea la dama — que su cuerpo te negaba!,
que si yo casada no fuera — el mío yo te entregara.
Allí habló doña Sancha, — esta respuesta le daba:
—Calléis, Alambra, calléis, — no digáis tales palabras,
que si lo saben mis hijos — habrá grandes barragadas.
—Callad vos, que a vos os cumple, — que tenéis por qué callar,
que paristeis siete hijos — como puerca en cenagal.
Oído lo ha un caballero, — que es ayo de los infantes.
Llorado de los sus ojos — con gran angustia y pesar,
se fue para los palacios — do los infantes estaban;
unos juegan a los dados, — otros las tablas jugaban,
sino fuera Gonzalillo, — que arrimado se estaba;
cuando le vio llorar — una pregunta le daba
… — comenzole a preguntar:
—¿Qué es aquesto, el ayo mío, — quién vos quisiera enojar?
Quien a vos os hizo enojo — cúmplele de se guardar.
Metiéranse en una sala, — todo se lo fue a contar.
Manda ensillar su caballo, — empiézase de armar.
Después que estuvo armado — apriesa fue a cabalgar;
sálese de los palacios — y vase para la plaza.
En llegando a los tablados — pedido había una vara;
arremetió su caballo, — al tablado la tiraba,
diciendo:—Amad, lindas damas, — cada cual como es amada,
que más vale un caballero — de los de la flor (de) Lara,
que veinte ni treinta hombres — de los de Córdoba la llana.

Quejas de doña Lambra

Yo me estaba en Barbadillo, — en esa mi heredad;
mal me quieren en Castilla — los que me habían de guardar;
los hijos de doña Sancha — mal amenazado me han,
que me cortarían las faldas — por vergonzoso lugar,
y cebarían sus halcones — dentro de mi palomar,
y me forzarían mis damas — casadas y por casar;
matáronme un cocinero — sofaldas de mi brial.
Si de esto no me vengáis, — yo mora me iré a tornar.
Allí habló don Rodrigo — (bien oiréis lo que dirá):
—Callades, la mi señora, — vos no digades atal;
de los infantes de Salas — yo vos pienso de vengar;
telilla les tengo urdida — bien se la cuido tramar,
que nacidos y por nacer, — de ello tengan que contar.

Pártese el moro Alicante

Pártese el moro Alicante — víspera de Sant Cebrián;
ocho cabezas llevaba, — todas de hombres de alta sangre.
Sábelo el rey Almanzor,— a recebírselo sale;
aunque perdió muchos moros, — piensa en esto bien ganar.
Manda hacer un tablado — para mejor las mirar,
mandó traer un cristiano — que estaba en captividad.
Como ante sí lo trujeron — empezóle de hablar,
díjole: —Gonzalo Gustos, — mira quién conocerás;
que lidiaron mis poderes — en el campo de Almenar:
sacaron ocho cabezas, — todas son de gran linaje.
Respondió Gonzalo Gustos: —Presto os diré la verdad.
Y limpiándoles la sangre, — asaz se fuera a turbar;
dijo llorando agramente: —¡Conóscolas por mi mal!
la una es de mi carillo, — ¡las otras me duelen más!
de los Infantes de Lara son, — mis hijos naturales.
Así razona con ellos — como si vivos hablasen:
—¡Dios os salve, el mi compadre, — el mi amigo leal!,
¿Adónde son los mis hijos — que yo os quise encomendar?
Muerto sois como buen hombre, — como hombre de fiar.
Tomara otra cabeza — del hijo mayor de edad:
—Sálveos Dios, Diego González, — hombre de muy gran bondad,
del conde Femán González — alférez el principal:
a vos amaba yo mucho, — que me habíades de heredar.
Alimpiándola con lágrimas — volviérala a su lugar,
y toma la del segundo, — Martín Gómez que llamaban:
—Dios os perdone, el mi hijo, — hijo que mucho preciaba;
jugador era de tablas — el mejor de toda España,
mesurado caballero, — muy buen hablador en plaza.
Y dejándola llorando, — la del tercero tomaba:
—Hijo Suero Gustos, — todo el mundo os estimaba;
el rey os tuviera en mucho, — sólo para la su caza:
gran caballero esforzado, — muy buen bracero a ventaja.
¡Ruy Gómez vuestro tío — estas bodas ordenara!
Y tomando la del cuarto, — lasamente la miraba:
—¡Oh hijo Fernán González, — (nombre del mejor de España,
del buen conde de Castilla, — aquel que vos baptizara)
matador de puerco espín, — amigo de gran compaña!
nunca con gente de poco — os vieran en alianza.
Tomó la de Ruy Gómez, — de corazón la abrazaba:
—¡Hijo mío, hijo mío! — ¿quién como vos se hallara?
nunca le oyeron mentira, — nunca por oro ni plata;
animoso, buen guerrero, — muy gran feridor de espada,
que a quien dábades de lleno — tullido o muerto quedaba.
Tomando la del menor — el dolor se le doblara:
—¡Hijo Gonzalo González! — ¡Los ojos de doña Sancha!
¡Qué nuevas irán a ella — que a vos más que a todos ama!
Tan apuesto de persona, — decidor bueno entre damas,
repartidor en su haber, — aventajado en la lanza.
¡Mejor fuera la mi muerte — que ver tan triste jornada!
Al duelo que el viejo hace, — toda Córdoba lloraba.
El rey Almanzor cuidoso — consigo se lo llevaba,
y mandó a una morica — lo sirviese muy de gana.
Esta le torna en prisiones, y con hambre le curaba;
Hermana era del rey, doncella moza y lozana;
con ésta Gonzalo Gustos vino a perder su saña,
que de ella le nació un hijo que a los hermanos vengara.

La venganza de Mudarra

A cazar va don Rodrigo, — y aun don Rodrigo de Lara,
con la grande siesta que hace — arrimádose ha a una haya,
maldiciendo a Mudarrillo, — hijo de la renegada,
que si a las manos le hubiese — que le sacaría el alma.
El señor estando en esto, — Mudarrillo que asomaba:
-Dios te salve, caballero, — debajo la verde haya.
-Así haga a ti, escudero, — buena sea tu llegada.
-Dígasme tú, el caballero, — ¿cómo era la tu gracia?
-A mí me dicen don Rodrigo, — y aun don Rodrigo de Lara,
cuñado de Gonzalo Gustos, — hermano de doña Sancha;
por sobrinos me los hube — los siete infantes de Salas;
espero aquí a Mudarrillo, — hijo de la renegada;
si delante lo tuviese, — yo le sacaría el alma.
-Si a ti te dicen don Rodrigo, — y aun don Rodrigo de Lara,
a mí Mudarra González, — hijo de la renegada;
de Gonzalo Gustos hijo — y alnado de doña Sancha;
por hermanos me los hube — los siete infantes de Salas.
Tú los vendiste, traidor, — en el val de Arabiana,
mas si Dios a mí me ayuda, — aquí dejarás el alma.
-Espéresme, don Gonzalo, — iré a tomar las mis armas.
-El espera que tú diste — a los infantes de Lara.
Aquí morirás, traidor, — enemigo de doña Sancha.

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