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San Isaac de Córdoba, mártir mozárabe

por Javier Iglesia Aparicio
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San Isaac de Córdoba. Grabado de 1852

[Córdoba, c. 824 – m. Córdoba, 3 junio 851] Santo y mártir mozárabe.

Isaac era un joven mozárabe que se convirtió en el primero de los mártires de Córdoba, el movimiento cristiano que sacudió la Córdoba de mediados del siglo IX. Su historia nos ha sido transmitida por San Eulogio de Córdoba.

Isaac habría nacido en torno al año 824, pues el martirologio de Usuardo dice que tenía veintisiete años cuando murió. Nació en el seno de una familia noble cordobesa, rodeado de riqueza y privilegios y con una buena educación, dominado el árabe y ejerciendo el oficio de exceptor o tesorero. Sin embargo, desde temprana edad, sintió una profunda atracción por la vida religiosa. A pesar de la oposición de su familia, decidió renunciar a sus comodidades y seguir su vocación. En el 848 se dirigió al monasterio de Tábanos, ubicado en las afueras de Córdoba, donde además residían sus tíos Jeremías e Isabel con sus hijos, ambos fundadores del monasterio. Allí vivió tres años bajo la guía del abad Martín.

Pero en el año 851, un día bajó a Córdoba y pidió al cadí que le explicara la doctrina de Mahoma a fin de abrazarla con pleno convencimiento. Interrumpiendo la exposición del juez, Isaac lo acusó de mentiroso e insultó a Mahoma, por lo que el cadí, irritado, lo denunció al emir, quien ordenó inmediatamente su muerte.

Se le colgó de un palo cabeza abajo, al otro lado del Guadalquivir, junto con otros monjes compañeros suyos, y sus cuerpos fueron quemados días después y arrojadas las cenizas al río.

Vida y martirio de San Isaac según San Eulogio de Córdoba

La vida y hechos de Isaac son recogidos en varias partes de la obra de San Eulogio. En primer lugar, en una carta que Eulogio de Córdoba envió a Álvaro de Córdoba donde reconoce la primacía de san Isaac en este martirio:

[…] Y cuando de pronto todos nos sobresaltamos por el martirio del santo Isaac y la ciudad entera quedó estupefacta ante tamaño e inesperado acontecimiento, todos, tanto clérigos como laicos, empezaron a celebrar animosamente lo sucedido y a ensalzar con el mayor honor la constancia de tan gran predicador. […]

Carta de Eulogio a Álvaro, Obras completas de San Eulogio de Córdoba, pág. 61

y también el Prefacio de su Memorial de los Santos, donde además describe con detalle el diálogo entre Isaac y el juez musulmán:

2. Mas creo que entre ellos tiene sin duda el primer puesto el santo monje Isaac, el primero que bajó del monasterio de Tábanos al foro, se llegó al juez y lo abordó con estas palabras: «Quisiera, juez ―dijo―, hacerme un esforzado seguidor de vuestra fe, con tal de que no tardes en exponerme su contenido y fundamento». De buen grado, con los carrillos llenos y la garganta henchida, con mentirosa lengua y palabras que crujían bajo la cavidad de su paladar, expuso su doctrina al joven, como un discípulo decidido a confiarse a su fe, y así proclamó que el fundador de esta secta suya era Mahoma, quien, ilustrado por el magisterio del ángel Gabriel, recibió del Altísimo la revelación para comunicarla a los pueblos, instituyó su ley, explicó el paraíso y enseñó que el reino de los cielos estaba lleno de festines y lúbricas mujeres. Pero cuando el juez iba a exponer también otras muchas cosas de su impía religión que sería muy largo referir aquí, de inmediato aquel venerable monje, un mozo, le contestó en árabe, pues estaba muy mal instruido en dichas letras, diciendo: «Os ha mentido ―¡así se pudra por maldición divina!― quien, enredado en tamaño crimen, se ha echado sobre multitudes de tantos perdidos y los ha entregado consigo a la sima de los infiernos. En efecto, ese endemoniado, por apoyar los engaños del demonio y dar a los enfermos una bebida mortal, sufrirá muerte y perdición eterna. Vosotros que estáis adornados de sabiduría, ¿por qué no abjuráis de tales peligros? ¿por qué no renunciáis al cáncer de un credo pestífero y preferís la eterna salvación del Evangelio de la fe cristiana?».

3. Al exponer el santo Isaac estas cosas y otras parecidas con pudorosa boca, suma energía, respetuoso atrevimiento y lengua muy aguda, se cuenta que el juez, turbado por un enorme estupor y como fuera de sí, lloró copiosamente y, presa de su estupefacción, apenas pudo contestar a las recriminaciones del monje. De esta manera le golpeó la cara con toda la mano, a lo que de inmediato repuso el monje: «¿Te atreves a herir un rostro semejante a la imagen de Dios? Mira que cuentas vas a tener que rendir por esto». Por esa razón los sabios que se sentaban con él lo contuvieron y reprendieron, porque, olvidado de la gravedad propia de un juez, había actuado por sí mismo irreflexivamente al golpear al mártir y, sobre todo, porque según sus disposiciones legales, no se ha de afligir con pena de injuria alguna a quien por su crimen merece morir. Entonces el juez se volvió hacia el santo Isaac y le dijo: «Acaso por estar lleno de vino o preso de locura no puedes reparar en lo que declaras, pues es firme e incontestable sentencia de nuestro profeta, al que imprudentemente atacas con tus denuestos, que se condene a muerte a quienes no temen hacer tales manifestaciones sobre él». Mas el venerable Isaac le contestó valientemente: «Por lo que a mí respecta, juez, ni estoy lleno de vino ni consumido por mal alguno, sino que os he expuesto la verdad abrasado por mi amor a la fe de la que vosotros y vuestro profeta, según compruebo, carecéis; por ella, si me encontrase con una muerte furibunda, la aceptaría gustoso, la afrontaría sereno y no apartaría de su infortunio mi cuello, pues sé que el Señor ha dicho: “Bienaventurados los que que sufren persecución por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos”». Entonces el juez, después de mandarlo a la cárcel, notificó de inmediato su caso al rey, quien al punto, aterrado por la circunstancia de tamaña acusación, en un acceso de ferocidad hizo público un feroz edicto diciendo que por doquier sería reo de muerte quien insultara así al autor de su fe. En consecuencia el siervo de Dios fue condenado a muerte y decapitado, alzado luego en un poste y colgado cabeza abajo, y colocado para espectáculo de la ciudad al otro lado del río el miércoles 3 de junio del año 851. Unos días después su cuerpo fue quemado en una pira, convertido en cenizas y arrojado luego al río junto con otros que habían muerto imitándolo.

4. Pero se hace preciso exponer con qué señales y prodigios fue marcado el santo Isaac en su infancia, a fin de que creamos que fue elegido por voluntad divina para la corona del martirio por el hecho de que, estando en el vientre de su madre, provocó en sus progenitores un muy terrible estupor. En efecto, poco antes de nacer, el mismo día se tuvo por tres veces la impresión de que hablaba, y la mujer, aterrada y medio muerta por lo insólito del caso, apenas pudo entender el sentido de sus palabras. También en otra ocasión, cuando aún contaba siete años, una religiosa tuvo la visión de que un globo de luz descendía del cielo y, de la multitud de todos los espectadores, fue éste el único que extendió los brazos, recogió la luz y se la metió en la boca bebiéndose todo su brillo, al tiempo que todos lo llamaban dichoso y verdaderamente santo pro haber merecido tal don. Éstos son los prodigios y verdaderamente santo por haber merecido tal don. Éstos son los prodigios y signos que en su infancia lo señalaron con gran anticipación como digno del martirio.

5. Por otra parte, un sacerdote del monasterio de Tábanos, del que el mencionado santo había salido para el martirio, tras la solemne celebración de la misa del domingo 7 de junio, es decir, cuatro días después de la muerte de aquél, se acostó en uno de los lechos de los monjes y empezó a dormir un poco: he aquí que, de repente, en su sueño vio venir de Oriente a un muchacho de extraordinaria belleza que le llegaba con un pergamino de asombrosa hermosura en las manos; tras cogérselo, empezó a leer su contenido, que estaba escrito con las siguientes palabras: «De la misma manera que nuestro padre Abraham ofreció a Dios en sacrificio a su hijo Isaac, ahora el santo Isaac ha llevado a cabo ante los ojos del Señor un sacrificio por sus hermanos». Y de inmediato unos que venían de la ciudad dijeron que el bienaventurado Jeremías había alcanzado junto a otros la corona del martirio por nuestro Señor Jesucristo, un ejemplo por el que algunos fueron públicamente ejecutados bajo la misma profesión de fe.

Prefacio del Memorial de los Santos, Obras completas de San Eulogio de Córdoba, págs. 67-70

El el Libro II, capítulo II del Memorial de Santos nos da más datos de la vida y martirio de San Isaac:

CAPUT II. De Isaac monacho martyre. Beatus itaque Isaac ex civibus Cordubensium nobilibus, et locupletioribus parentibus natus, dum primaevos adolescentiae annos ingrederetur, atque inter opes bonaque genitorum tenerrime degeret, adeo ut peritus et doctus lingua Arabica exceptoris reipublicae officio fungeretur; ex improviso spiritali flagrans ardore, monachorum vitam optans, Tabanos viculum petiit, qui in partibus aquilonis inter praerupta montium, et condensa silvarum septenis ab urbe milliaribus distans, formosissimis in exercitatione vitae monasticae virorum atque ancillarum Dei rumoribus decoratur. Siquidem in eodem coenobio virum summa timoris Dei reverentia praeditum Hieremiam patruelem habebat: qui etiam inclytus opibus, rebusque abundans, et conjux ejus venerabilis Elisabeth, ac liberi, totaque pene cognatio sumptu proprio fundamenta ipsius coenobii jacientes, divinarum legum perenni adhaesuri obsequio, pridem sese eo contulerant. Ibi per triennium beatus Isaac sub regularibus disciplinis, seu sub reverentissimo abbate Martino praedictae feminae fratre, in sancto proposito militans, extemplo divinitus illustratus, forum adiens, judicem petiit, et ordine quo in praefatione libri disposui, felici obitu sub testimonio Domini nostri Jesu Christi in eadem regia urbe, tertio nonas junias, feria quarta, aera octingentesima octuagesima nona occubuit. Cujus corpus equuleo suspensum, post aliquot dies cum caeteris, qui eum imitando decisi sunt, rapacissimo igni commissum, usque ad ultimam favillam minutum est, ac deinceps amni perdendum immersum est.

CAPÍTULO II. El monje y mártir Isaac.
El bienaventurado Isaac, nacido de padres cordobeses nobles y muy ricos, cuando iniciaba los primeros años de su juventud y vivía de la manera más muelle entre las riquezas y los bienes de sus padres, hasta el punto de que, entendido y versado en la lengua árabe, ejercía el cargo de recaudador del Estado, de improviso, abrasado por el fuego espiritual, prefirió la vida de los monjes y se dirigió a la aldehuela de Tábanos que, a siete millas de distancia al norte de la ciudad, entre montes escarpados y espesos bosques, está adornada por la muy hermosa fama de los hombres y siervas de Dios que practican la vida monástica. Y es que en el mismo cenobio tenía a su tío Jeremías, un hombre dotado de un supremo temor a Dios, que, ilustre también por sus riquezas y abundante en bienes, junto con su venerable esposa Isabel, sus hijos y casi toda su parentela habían echado a sus expensas los cimientos de dicho monasterio y se habían retirado a él hacía algún tiempo para consagrarse a una permanente observancia de las leyes divinas. Tras servir allí el bienaventurado Isaac durante tres años con un santo género de vida bajo disciplina regular y bajo el reverentísimo abad Martín, hermano de la mencionada mujer, de repente, por iluminación divina, se llegó al foro, se dirigió al juez y, de la manera que expuse en el prefacio de la obra, Murió felizmente dando testimonio de nuestro Señor Jesucristo en la misma ciudad real el miércoles 3 de junio del año 851. Su cadáver fue colgado de un patíbulo y algunos días después, junto con los demás que fueron decapitados por imitarlo, entregado a un voracísimo fuego, reducido hasta la última ceniza y hundido luego en el río para que lo perdiera.

Memorial de los Santos. Latín; Castellano: Obras completas de San Eulogio de Córdoba, Libro II, Cap. II, págs. 106-107

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