El historiador y novelista José Soto nos seducía y atrapaba en 2010 con Tiempo de Leones, un relato épico en el que Flavio Valerio Jorge, un anciano ciego y antiguo militar, abría su alma para narrar a su nieta una vida, la suya, ya apenas recuerdos, ante las murallas de Constantinopla asediadas por los árabes en 678.
Era la historia de un joven incauto al servicio del Imperio Romano, a quien el amor, la traición, la muerte y la guerra convirtieron en un intrépido guerrero que terminó preso y rozando la muerte en Persia. En este punto se inicia la segunda entrega de la epopeya: Los Caballeros del Estandarte Sagrado. El protagonista trasciende su condición humana para transformarse en el héroe que su patria, acorralada por los enemigos y sumida en una profunda crisis, necesita. La fe en Dios y las reliquias forjarón héroes como el emperador Heraclio o Jorge que, guiado por la razón, el honor y la fe batallará de nuevo por salvar el Imperio desde Persia, pasando por Constantinopla, Egipto hasta las tierras de los ágiles alanos, los ávaros salvajes, los aguerridos búlgaros y los eslavos traicioneros. Lugares inhóspitos y hostiles, donde Jorge descubrirá que, más allá de lo que aleja a los humanos por motivos de raza, costumbres, religión o patria, todos forman parte del mismo complejo universo y comparten los mismos sentimientos.
Y el destino, caprichoso maestro, elegirá para él lo que ni él mismo hubiese soñado, un noble enemigo, el persa Sharbaraz, un incondicional hermano de sangre, el búlgaro-onoguro Temule y un amor inesperado, la persa Nishiran. Los lectores descubrimos atónitos y subyugados cómo se puede burlar el tiempo y el espacio para hallar en este relato junto al hombre y el héroe, la vida y los sueños de todos los grandes hombres y mujeres que lo rodearon.