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En la pequeña localidad de Cueva de Juarros (Burgos), en un cerro cercano, se encuentra la ermita de la Virgen del Cerro.
Así que difícil de catalogar esta ermita, que podríamos decir pertenece a un llamado arte de repoblación, tiene al menos cuatro fases en su construcción. La primera probablemente de época visigoda, formando parte de un asentamiento monacal.
La segunda corresponde a la remodelación realizada por los repobladores que llegaron del norte allá por el siglo IX o X manteniendo las formas de construcción hispanovisigodas que habían perdurado en el arte asturiano junto con las formas de hacer de las gentes de la zona. Hay que destacar que el ábside mantiene una forma rectangular y no semicircular como se verá luego en el románico. También se han conservado algunos canecillos de esta época.
La tercera sería a mediados del siglo XI, ya durante la etapa del primer románico, cuando se cubre con bóveda de medio cañón, levantando pilastras con columnas, así como los dos vanos situados en la nave.
Y la cuarta y última fase corresponde al siglo XVIII cuando se colocan los contrafuertes y se construye la sacristía.
Se carece de cualquier documento escrito sobre esta construcción, tampoco se han encontrado leyendas, salvo la historia que cuentan los lugareños cuando hablan de la antiquísima cofradía de la Virgen del Cerro:
Un antepasado, paseando por el vallejo, fue sorprendido por una gran serpiente y como buen cristiano viejo imploró la protección de la Virgen prometiendo levantar una ermita “a cal y canto” si le libraba de ella. Y dado que la Virgen lo ayudó la ermita fue construida.
Braulio Valdivielso Ausín
Fray Valentín de la Cruz, cronista de la provincia de Burgos, nos dice que en época visigoda debió de existir un asentamiento monacal en la zona, al datar unos canecillos como anteriores al siglo VIII.
Sin poder desechar esta idea, a falta de excavaciones arqueológicas, es posible que el lugar fue reutilizado en torno al siglo IX, cuando la zona se empieza a incorporar al reino de Asturias. En el norte se había mantenido la forma de construir visigoda con algún que otro cambio, luego la restauración de las iglesias encontradas no variaron ni en sus formas volumétricas ni en sus técnicas constructivas. Esto nos proporciona un increíble legado del modo de vida, creencias y cultura de estas gentes que con su arte de repoblación difícil de catalogar y de precisar su cronología nos permiten conocer el modo de hacer de esta época.
Descripción de la ermita de la Virgen del Cerro
La ermita de la Virgen del Cerro consta de tres partes diferenciadas:
- La alta y estrecha nave de planta rectangular,
- El ábside, también con planta rectangular en dirección a oriente
- En el medio un tercer cuerpo de igual anchura que la nave pero de altura intermedia entre el ábside y la nave.
En el exterior los muros son de mampostería, reforzados con sillería en las esquinas y en la parte baja del ábside aparece una disposición en forma de espiga. Los dos contrafuertes de la parte meridional junto con la sacristía son del siglo XVIII tal y como aparece documentado en una inscripción dentro de la iglesia.
En la parte occidental del templo se encuentra el hastial, sobre el que se alza la espadaña que alberga la campana. Junto a este se hallaba la llamada “casa del ermitaño”, que permaneció en pie hasta el siglo XX. Son visibles en este sector una serie de puertas y ventanas tapiadas que implican la existencia de la aludida vivienda.
Tres ventanas iluminaban el templo original. La primera estaba en el ábside, hoy tapiada, donde se recibían los primeros rayos del sol naciente que iluminaba el altar.
Otra se abre sobre la puerta de entrada del muro meridional, decorada con taqueado de estilo románico; y la tercera en el muro septentrional, también de estilo románico. Fueron remodeladas en años posteriores construyéndose derrame interior y exterior, cobijadas bajo arcos de medio punto sobre jambas de aristas vivas.
La puerta de acceso está situada en el muro meridional, formada por un dintel monolítico carente de ornamentación a excepción de un arco de descarga que resulta habitual en vanos adintelados.
Los canecillos
Bajo la cornisa del templo, hoy en día quedan diecinueve canecillos en el lado meridional de la nave, dieciséis en el septentrional y ocho en la cabecera.
Todos son muy estrechos y conforman un repertorio muy variado. Los hay con motivos geométricos, con forma de caveto o moldura cóncava sin ningún tipo de decoración. Los de la cabecera quizá sean los más antiguos y de aspecto más tosco. Los modillones de rollo son característicos de la arquitectura de repoblación, o mal llamada mozárabe, se sitúan debajo de la cornisa simulando sustentarla.
Lado meridional
Vamos a comenzar comentando las 19 canecillos del lado meridional, algunos de ellos presentan figuras que podemos identificar con claridad dado que han soportado el paso del tiempo y otras que tienen formas de nacelas o cavetos, formas geométricas o modillones de rollo, así tenemos:
En primer lugar la cabeza de un felino, en este caso un león con su cabellera cuya simbología alude a Cristo.El segundo, la cabeza de un reptil, con sus connotaciones bíblicas asociadas al diablo y al pecado original.El tercero y el cuarto aparecen tan desgastados que apenas se distinguen, pero hasta este punto parecen alternar por sus formas una virtud y un defecto.
El quinto tiene forma de caveto adornado con formas geométricas; el sexto también aparece erosionado pero puede ser un equino; el séptimo tiene forma geométrica como de pirámide truncada; el octavo forma de caveto con dos borlas; el noveno forma de nacela con la piedra en dos colores.
El décimo canecillo también tiene forma de nacela. El undécimo es una fantástica representación de tres cabezas monstruosas que simbolizan el mal. El duodécimo es un caballo con su cabezal al que se le atribuyen valores de fidelidad.
El decimotercero tiene forma de pirámide truncada. El decimocuarto simboliza al demonio sentado sobre sus patas traseras con dos alas que terminan en garras.
El decimoquinto presenta unas increíbles formas geométricas triangulares con un claro origen visigodo. El decimosexto destaca un modillón de rollo de clara influencia mozárabe y sin un significado preciso salvo resaltar la sustentación de la cornisa. El decimoséptimo es otra nacela; el decimoctavo nos muestra una decoración de tonel y el decimonoveno no se distingue por el desgaste.
Lado norte
En el muro norte las figuras se han conservado bastante bien así en orden desde el oeste, distinguimos en primer lugar uno con decoración semicircular; el segundo es un modillón de rollo, tan típico del prerrománico; el tercero es una cruz patada, típica de las representaciones de las miniaturas altomedievales y similar a la orfebrería del reino astur; el cuarto es otro modillón de rollo; el quinto es otra cruz patada sustentada por dos círculos concéntricos que pudiera simbolizar el triunfo de la iglesia.
El sexto es un animal, ¿un bóvido? ¿un équido?; el séptimo tiene forma de tres en raya o alquerque; el octavo tiene decoración de cuatro bolas que forman un cuadrilátero con dibujos en su interior con forma estrellada; y el noveno es un animal no muy claro de identificar ¿un lobo? ¿una rapaz?;
El décimo es otro animal difícil de identificar; el undécimo no está; el duodécimo tiene forma de nacela con decoración de dos bolas; el decimotercero es un equino; el decimicuarto es una carátula que representa a alguien asustado o gritando con la boca abierta; el decimoquinto carece de decoración; el decimosexto tiene forma de nacela y decoración de una sola bola; el decimoséptimo es otro modillón de rollo.
Ábside
En su muro meridional, empezando por el este, hay cuatro canecillos. El primero representa un tonel; el segundo y el tercero tienen forma abilletada; el cuarto también con forma abilletada y decoración de borla.
En el muro septentrional se conservan seis canecillos. Desde el este, el primero es zoomorfo; el segundo una forma humana; el tercero un tonerl; el cuarto sin decoración; el quinto para la misma forma humana que el segundo pero invertido; y el sexto otro tonel.
La casa del ermitaño
Las gentes del lugar recuerdan “La casa del Ermitaño”, este era un pórtico o nártex situado en la parte oeste del edificio, su origen podía remontarse a la época de repoblación cuando se remodeló la ermita. Este espacio solía adaptarse a las dimensiones de la nave o tener tantos cuerpos como naves.
Se comunicaba con la nave mediante una puerta adintelada y disponía de un par de habitáculos de reducidas dimensiones. En la parte superior disponía de una tribuna, también con sendos habitáculos a cada lado y con una ventana en forma de arco de medio punto para poder seguir las ceremonias. Desde la tribuna había una puertecita con forma de arco de medio punto para pasar al coro interior del templo.
Interior de la ermita
El interior del edificio es reducido. Destaca la gran altura de la nave y los espacios volumétricos perfectamente definidos. Su arquitectura presenta una planta de una sola nave, separado el sancta sanctorum por un espacio a imitación de un iconostasio.
La cubierta con bóveda de medio cañón reforzada con cuatro arcos fajones de medio punto volteados que dividen el espacio en cuatro tramos de reducidas dimensiones, se apoyan sobre pilastras con columnas adosadas en sus frentes. La línea de imposta de taqueado jaqués recorre la nave arrancando de la bóveda y dos ventanas.
Las columnas de la nave central, sus basas y capiteles tienen características del arte románico con basas áticas, con plinto formado por losas estrelladas de doce puntas en unos casos y cuadradas la mayoría, doble toro y doble escocia. En una de las basas aparecen dos dragones de proporciones simétricas, aparecen escupiendo fuego y como en un mar de olas en las que se distinguen algunas serpientes. En la parte superior aparece un ciervo como símbolo del bien que triunfa sobre el mal y sobre el pecado.
Los ábacos de las columnas se decoran con formas geométricas con círculos con extraños detalles en su interior, ruedas, trenzados. Estos ábacos adquieren unas dimensiones como de frisos con una ornamentación sobria y austera propia del arte hispanogodo.
El presbiterio es pequeño, íntimo, recogido, propio de la liturgia altomedieval, con una ventana que dejaba pasar la luz a primera hora del día. Hoy en día tapiada y con un retablo barroco en el frente.
Entre la nave y el presbiterio encontramos un cancel, similar al de los templos visigodos, un espacio que separaba a los fieles de la parte más sagrada del lugar. Es un espacio rectangular entre el arco que cierra la nave y la del presbiterio. A ambos lados encontramos un pequeño altar y al otro lado la puerta que conduce a la sacristía. El cancel estaba destinado a los clérigos que asistían o que ayudaban en el culto. Podía ser como una especie de crucero, pero en este caso tiene la misma anchura que la nave y cubierto con bóveda de medio cañón.
La única ornamentación con que cuenta este templo corresponde a época románica y se centra en los capiteles, es aquí donde se representan amplios repertorios decorativos y programas iconográficos. Uno de los capiteles más vistoso se encuentra frente a la puerta de entrada y representa a “Daniel entre los leones” cuyo significado es la salvación, el triunfo sobre el mal y la muerte y por tanto la resurrección. Era un símbolo de protección divina y de constancia de la fe frente a la adversidad. En este caso Daniel sujeta la cola del león que lleva entre sus fauces a un hombre al que conduce hacia el abismo, en el que aparecen otros seres diabólicos. Con la otra mano acaricia la cabeza de otro león que aparece totalmente sumiso. Destaca en este capitel el collarino con forma de sogueado y el cimacio con ruedas radiales.
En otro capitel aparece un personaje que muestra la Tau a modo de bastón, recurso muy utilizado en el arte hispanovisigodo como bastón de los apóstoles, San José y otros hombres santos, pacientes y portadores de sabias enseñanzas. A su lado hay una serpiente y una gallinácea que la picotea.
En otro capitel, aunque más deteriorado, se distingue un ciervo luciendo una formidable cornamenta, simboliza el alma en gracia. A la izquierda un posible perro o seres malignos indefinidos y la presencia de un personaje con túnica corta que toca un cuerno que según los expertos indica la fugacidad de la vida y la protección de Dios para quien le llame. El ciervo acechado por las fuerzas negativas sigue el sonido del cuerno y busca la ayuda de Dios.
En otro capitel, este bastante bien conservado, vemos un ternero sin vida, situado a los pies de un altar y dispuesto para la ofrenda. Recuerdan a los fieles la importancia de las ofrendas como complemento de la oración. En los laterales del capitel encontramos sendas hojas de acanto o pencas de extremos ondulados sujetando una bola que simbolizan la inmortalidad.
Por último, otro capitel en una cesta aparecen unas piñas símbolo de la fecundidad y de la resurrección. Las imágenes como las pencas, el ciervo, piñas, algún ave explayada, un buey y entrelazados.