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La soledad laureada por San Benito y sus hijos en las Iglesias de España es una obra historiográfica monumental, dividida en siete tomos publicados entre 1675 y 1677. Cada volumen está dedicado a una región histórica específica de la Península Ibérica, presentada bajo la denominación de antiguas provincias eclesiásticas o territorios tradicionales. En ellos, fray Gregorio de Argaiz –monje benedictino y cronista de su orden– compila la historia de los monasterios benedictinos y su influencia en la Iglesia de España.
La obra combina erudición histórica con un marcado tono apologético y patriótico religioso. Argaiz estructuró la información a modo de “teatro monástico” de cada provincia, es decir, como una exhibición o panorama de los monasterios, santos, fundaciones y sucesos eclesiásticos de cada región. Cada tomo posee un título que sigue el esquema general de la obra e indica la región tratada.
Breve biografía y obra de Gregorio de Argaiz
Gregorio de Argaiz (¿Arnedo, 1602? – Madrid, 3 agosto 1678) fue un historiador, cronista y monje español reconocido por sus extensos estudios sobre la historia eclesiástica y monástica de España. Su vida estuvo profundamente ligada a la orden de San Benito.
Estudió gramática latina en Logroño y tomó el hábito benedictino en San Salvador de Oña (Burgos) el 11 de marzo de 1618. Profesó en 1619 y pasó a estudiar Teología y Filosofía primero en el monasterio de Samos y después al colegio de San Vicente de Salamanca, donde fue también archivero. Posteriormente regresó a Oña, donde registró su rico archivo.
Estuvo algunas temporadas en San Pedro del Romeral y en el monasterio de Santa María la Real de Nájera, y diez años (1649-1659) entre Santa María de Guinicio (Miranda de Ebro, Burgos) y el monasterio de Nuestra Señora del Espino (Santa Gadea del Cid, Burgos). En 1659, el obispo de Osma, Juan de Palafox, le encomendó la tarea de catalogar el archivo de la catedral de El Burgo de Osma y escribir la historia de la diócesis. En 1667, ya reconocido como cronista general de su orden, se estableció en el convento de San Martín en Madrid para supervisar la impresión de sus numerosas obras, actividad que mantuvo hasta su fallecimiento. Su labor como archivero y cronista de la congregación benedictina fue fundamental, llevándolo a recorrer y organizar varios archivos españoles .
Gregorio de Argaiz fue un escritor prolífico, dejando un legado de diecisiete volúmenes de historia eclesiástica publicados, además de varias obras inéditas. Entre sus publicaciones más destacadas, además de “La Soledad Laureada”, de la cual hablamos extensamente en este artículo, se encuentran
- Corona real de España por España fundada en el crédito de los muertos y vida de San Hyeroteo (1668).
- Población eclesiástica de España y noticia de sus primeras horas (cuatro volúmenes, 1667-1669). Un ambicioso intento de reconstrucción de la historia eclesiástica española desde los primeros tiempos cristianos hasta la Edad Media. En esta obra, Argaiz utilizó documentos originales, pero también incorporó crónicas legendarias y apócrifas, lo que le valió críticas de otros eruditos. Enlaces a los cuatro volúmenes:
- Tomo I (Parte primera, 1667): Hallada en los escritos de S. Gregorio, obispo de Granada y en el Chronicon de Havberto monge de S. Benito
- Tomo I (Parte segunda, 1668): Continuada en los escritos y Chronicon de Havberto, monge de San Benito,
- Tomo II (Parte primera, 1669): Continuada en el Chronicon de Flavio Lvcio Dextro y su varia historia
- Tomo III, 1669: Con mayor credito de los muertos: Continuada en los escritos de Marco Maximo Obispo de Zaragoza y defendidos de la vulgar embidia el Beroso Aniano, Flavio Lvcio Dextro, Auberto Hispalense y Vvalabonso; con el Chronicon de Liberato Abad, no impresso antes, ni descubierto.
- La soledad y el campo laureados por el solitario de Roma y el labrador de Madrid, San Benito y San Isidro (1671)
- Instrucción histórica y apologética para religiosos, eclesiásticos y seglares (1675).
- La verdad en su punto y aueriguacion de la que ay en la Segunda parte de Marco Maximo, Obispo de Zaragoça, que ha sacado impressa don Ioseph Pellizer (1676).
- La Perla de Cataluña. Historia de Nuestra Señora de Monserrate (1677).
- Vida y escritos del venerable varón Gregorio López (1678)
- Entre sus obras inéditas se encuentran:
- Respuesta a un basilio sobre precedencias de las Órdenes de San Benito y San Basilio, Archivo de la Congregación de Valladolid, Silos, ms., Documentación varia, vol. XXXV, fols. 521-533 (autógrafo)
- Memorias ilustres de la Santa Iglesia y Obispado de Osma, 1661 (Archivo de la Catedral de Burgo de Osma, ms. inéd.)
- Vida del venerable Juan de Palafox y Mendoza, obispo de Osma. s. f. (Archivo de la Catedral de Burgo de Osma, ms. inéd.).
- Historia de los abades de San Millán de la Cogolla, monasterio de San Millán, ms. (inéd.).
- Genealogía de los Condes de Salinas y Ribadeo, Pastrana e Híjar, Cifuentes y de los Marqueses de Montemayor. s. f. (Biblioteca de la Real Academia de la Historia, col. Salazar y Castro, B-94, ms. inéd.)
- Vida y milagros de Santo Toribio, obispo de Palencia. s. f. (ms. perdido).
Si bien sus obras fueron populares entre los historiadores monásticos de su época, su credulidad hacia los falsos cronicones (crónicas medievales ficticias que exageraban la antigüedad del cristianismo en España) como el Chronicon Omnimodae Historiae compuesto por Jerónimo Román de la Higuera y del Hauberti hispalensis chronicon de su amigo Antonio Lupián Zapata, le generó severas críticas. Eruditos como José de Pellicer y Enrique Flórez señalaron la falta de rigor en muchas de sus afirmaciones, lo que afectó su reputación en la historiografía posterior.
Descripción y volúmenes de La soledad laureada por San Benito y sus hijos en las Iglesias de España
A continuación se presenta cada volumen y los temas que aborda junto a un enlace para poder ver una copia digitalizada de cada uno de ellos:
Volumen I – Provincia Cartaginense
El primer tomo (provincia Cartaginense, 1675) inicia la serie. Argaiz establece el marco de su historia monástica, explicando la misión de San Benito y la extensión de su orden en España. En este volumen se centra en la región denominada “Cartaginense”, en alusión a la antigua provincia visigoda/romana Carthaginensis. Este ámbito geográfico abarcaba el centro y sureste de la península (incluyendo parte de la Meseta sur, La Mancha, Murcia y zonas levantinas).

Argaiz describe la fundación y desarrollo de monasterios benedictinos en estas tierras, muchos de ellos de época visigoda tardía o reconquistados a los musulmanes. Incluye relatos de ermitas y cenobios antiguos, reconstruyendo su historia –a veces con elementos legendarios– hasta el siglo XVII. Por ejemplo, trata monasterios influyentes del centro de España (posiblemente el de San Benito de Alcalá o casas en Toledo y Valencia) y refiere cómo “la soledad monástica” fue laureada (es decir, ensalzada) en esos lugares por la presencia benedictina.
Un caso destacado narrado en este tomo es la historia de ciertos códices y reliquias monásticas. Argaiz, quien fue archivero, llega a proporcionar descripciones de manuscritos antiguos. Por ejemplo, menciona la Biblia de Oña copiando incluso acrósticos y colofones, señal de que examinó directamente esas fuentes. No obstante, junto a datos extraídos de archivos, el autor intercala noticias de crónicas muy tempranas (algunas hoy consideradas espurias) para exaltar la antigüedad de la vida monástica en territorio cartaginense.
Volumen II – Provincia Tarraconense

El segundo tomo (provincia Tarraconense, 1675) se dedica a la región nororiental, correspondiente grosso modo al antiguo territorio de la Tarraconense romana, que abarcaba Aragón, Cataluña y zonas adyacentes. Describe la fundación de monasterios señeros como podrían ser San Juan de la Peña en Aragón o Ripoll en Cataluña, entre otros. Dado que el autor era consciente de la importancia de Montserrat, este santuario y abadía benedictina catalana recibe atención especial; de hecho, Argaiz escribió por separado La Perla de Cataluña. Historia de Nuestra Señora de Monserrate (publicada en 1677), lo que indica la relevancia que daba a Montserrat en el contexto monástico catalán.
En este volumen II, Argaiz continúa su método de “teatro monástico”: enumera abadías, prioratos y ermitas, aportando datos históricos, leyendas de santos locales y patronos, bulas de fundación y privilegios regios. Cada capítulo tiende a exaltar cómo la Orden benedictina “laureó” la soledad de montes y valles tarraconenses, convirtiéndolos en focos de espiritualidad. La estructura interna suele ser cronológica por monasterio o por santo, citando documentos (auténticos o no) que apoyan la antigüedad y dignidad de cada fundación.
Volumen III – Provincia Bracharense
El tercer tomo (provincia Bracharense, 1675) abarca la esquina noroeste peninsular, esencialmente el antiguo reino suevo y posteriormente la provincia eclesiástica de Brácara Augusta (Braga). Esto incluye Galicia, Asturias occidental y el norte de Portugal. Argaiz utiliza el término latino “Bracharense” en alusión a Braga, sede metropolitana histórica de Gallaecia. En consecuencia, en este volumen se espera la historia de los monasterios de Galicia y norte de Portugal, zonas de profunda raigambre monástica desde la Antigüedad tardía.

Aquí aparecen figuras señeras como san Fructuoso de Braga (fundador de eremitorios galaicos en el siglo VII) y las célebres fundaciones altomedievales gallegas. Argaiz relata la fundación del monasterio de San Martín de Dumio (cercano a Braga) y su supuesto cronista “Hauberto” –cuya crónica apócrifa él mismo incorpora en otras obras–, o la fundación del monasterio de Samos y la abadía de San Julián de Samos en Galicia. También trataría monasterios duales de la Reconquista temprana en Asturias (aunque la mayor parte de Asturias la reserva para el tomo VI).
El tomo III es uno de los más extensos (se registran más de 550 páginas en folio), lo que refleja la abundancia de material reunido. Argaiz no solo describe hechos, sino que aprovecha para insertar documentos, genealogías de abades y catálogos de santos locales ligados a los conventos galaico-portugueses. Todo ello con el propósito de mostrar la antigüedad y gloria de la vida benedictina en la provincia Bracharense.
Volumen IV – Provincia Bética
El cuarto tomo (provincia Bética, 1675) está dedicado a la región del sur peninsular correspondiente a la antigua provincia Bætica (Andalucía y zonas limítrofes). Este volumen se distingue por abordar un área donde la continuidad monástica se vio interrumpida drásticamente por la conquista islámica en el siglo VIII y luego restaurada tras la Reconquista medieval. Argaiz compila aquí las noticias de monasterios visigodos en Andalucía (por ejemplo, el legendario monasterio Servitano fundado por San Isidoro, o las comunidades eremíticas de Córdoba y Granada antes de 711) y a continuación relata la reinstauración benedictina en época cristiana (siglos XIII–XVII).

En la Bética, muchos monasterios tuvieron que refundarse tras siglos de dominio musulmán. Argaiz documenta la refundación de abadías en Córdoba, Sevilla, Jaén, Granada, etc. Un caso ilustrativo es el monasterio de San Jerónimo de Córdoba o el de San Isidoro del Campo en Sevilla (este último originalmente cisterciense, pero Argaiz a veces incluía también noticias conexas). Asimismo, es probable que destaque cómo reyes como Fernando III el Santo impulsaron monasterios tras cada ciudad reconquistada. El autor inserta privilegios reales y bulas papales que avalan estas instituciones, y rescata memorias locales (inscripciones, tradiciones) que afirmen que, aun bajo la dominación islámica, pervivió la “soledad” monástica en cuevas o ermitas ocultas.
Volumen V – Provincia Lusitana
El quinto tomo (provincia Lusitana, 1675) versa sobre la región occidental de la península identificada con Lusitania (aproximadamente la actual Portugal central-sur y la zona de Extremadura). Aquí Argaiz recoge la historia monástica en el antiguo territorio de la Lusitania romana, que incluía las diócesis históricas de Mérida, Lisboa, Évora, etc. Este tomo es algo más breve (unas 319 páginas), pero cubre una temática variada: desde los orígenes legendarios del cristianismo lusitano hasta los monasterios de la Orden de San Benito establecidos en la Edad Media y Moderna en Portugal y zonas extremeñas.

Argaiz explora la tradición de que Mérida tuvo monasterios en época visigoda y que santos benedictinos (o pre-benedictinos) habrían predicado en Lusitania temprana. Un elemento notable es que Argaiz había manejado los escritos de San Gregorio de Elvira, obispo de Granada, y el supuesto Chronicon de Hauberto para sus obras previas; ambos textos apócrifos daban noticias de los primeros tiempos cristianos de España.
El tomo V describe monasterios importantes como Santa Cruz de Coimbra (aunque este fue de canónigos agustinos, Argaiz a veces amplia su foco) o el benedictino Monasterio de Lorvão. También Extremadura (territorio de Mérida, Badajoz) aporta ejemplos como el Monasterio de Guadalupe (jerónimo, no benedictino, pero puede mencionarlo por devoción mariana) y fundaciones vinculadas a la reconquista de Alfonso IX de León en Cáceres y Mérida. Argaiz, fiel a su estilo, inserta documentos de dotación y anécdotas piadosas. Cierra con la situación de la Orden de San Benito en Portugal en su época (mediados del XVII), enfatizando la unidad ibérica en lo eclesiástico: aunque Portugal se independizó de España en 1640, el autor abarca su historia eclesiástica como parte integral de la “monarquía de España” en sentido amplio.
Volumen VI – Provincia de Asturias y Cantabria
El sexto tomo (provincia de Asturias y Cantabria, publicado hacia 1677) se enfoca en la franja norteña peninsular, cuna de la Reconquista. Bajo la denominación “Asturias y Cantabria” Argaiz reúne los territorios montañosos del Reino de Asturias (siglos VIII-IX) y la franja cántabra y castellanoleonesa norteña. Este volumen cubre la historia de los primeros monasterios surgidos en el núcleo cristiano del norte mientras el resto de la península permanecía bajo dominio musulmán. Incluye Asturias, Cantabria, León y Castilla la Vieja (la elección del nombre obedece a la costumbre de aludir a los reinos de Don Pelayo y sus sucesores como “Asturias y Cantabria”).

Argaiz detalla cómo, tras la invasión de 711, en estas comarcas aisladas se mantuvo la llama del monacato visigodo y surgieron nuevos cenobios bajo la protección de reyes astures. Menciona ermitas legendarias en montes cántabros y la fundación de monasterios por nobles visigodos refugiados. Un ejemplo que aporta es la tradición de una ermita pre-islámica en Santa Gadea del Cid (Burgos) destruida en 714, sobre la cual siglos después se erigió el Monasterio de Santa María del Espino. Asimismo, relata la fundación de San Salvador de Oviedo y otros monasterios vinculados a Alfonso II y Alfonso III, o la creación de abadías como San Pedro de Cardeña y San Millán de la Cogolla (este último en La Rioja, pero conectado a la monarquía asturleonesa).
Este tomo también contiene un “Teatro monástico” de Cantabria, es decir, un panorama de monasterios en la montaña santanderina y burgalesa. Incluye, por ejemplo, San Toribio de Liébana (famoso por la reliquia de la Cruz) y otros cenobios de la actual Cantabria y Palencia. Argaiz aprovecha para trazar continuidad entre la nobleza goda y la medieval: señala que muchos fundadores de monasterios cántabro-astures fueron descendientes de reyes visigodos, reforzando la idea de la nobleza cristiana ininterrumpida. Es probable que cite crónicas asturianas (incluyendo material de cronicones como el de “Don Servando obispo de Orense”, que circulaba en manuscrito) para adornar estas historias.
Volumen VII – Iglesia y obispado de Tarazona

El séptimo y último tomo (iglesia, ciudad y obispado de Tarazona, publicado hacia 1677) se enfoca exclusivamente en la historia eclesiástica de la iglesia, la ciudad y el obispado de Tarazona, en la actual provincia de Zaragoza.
Análisis Crítico de La soledad laureada por San Benito y sus hijos en las Iglesias de España
Durante siglos posteriores, La soledad laureada fue un referente obligado para estudiosos de historia monástica y eclesiástica, pese a sus problemas de fiabilidad. Historiadores locales y eclesiásticos del siglo XVIII y XIX la consultaron con frecuencia para extraer datos sobre fundaciones y abades, pues Argaiz había recopilado inscripciones, documentos y listados difíciles de encontrar en otros textos. Su trabajo, además, marcó la culminación de una forma de escribir historia típica del Siglo de Oro español, antes de la irrupción del criticismo ilustrado. Representa el zénit de la historiografía contrarreformista en España: erudita en apariencia, voluminosa, teológica en su interpretación, y muy influida por el afán de engrandecer la patria y la Iglesia.
Sin embargo, la recepción de la obra en la propia época de Argaiz fue controvertida. Pronto surgieron críticas desde sectores más escépticos (los “novatores” intelectuales del último XVII) que cuestionaron los métodos de Argaiz. Por ejemplo, el erudito José de Pellicer (1602-1679) –quien inicialmente también había usado fuentes dudosas– acabó publicando El cuchillo real que corta el cáncer de las historias verdaderas de España, introducido en ellas por las falsas que ha publicado… Fray Gregorio de Argaiz (ca. 1676), un panfleto denunciando las “falsas” crónicas empleadas por Argaiz.
Asimismo, fray Hermenegildo de San Pablo escribió una Instrucción previa advirtiendo a los lectores sobre los errores en la historia apologética de Argaiz (1676). Estas polémicas subrayan que, pese a la popularidad de la obra, ya en su tiempo se le achacó falta de crítica. No obstante, muchos eclesiásticos españoles defendieron la intención patriótica de Argaiz; veían lícito emplear incluso ficciones piadosas con tal de exaltar las “glorias nacionales” de la Iglesia española. En el siglo XVIII, con la Ilustración, La soledad laureada pasó a considerarse ejemplo de los excesos de la historiografía legendaria, siendo censurada por eruditos como Gregorio Mayans. Aun así, incluso estos críticos reconocían que la obra contenía “partículas de verdad” difíciles de hallar en otro lugar.
En suma, la importancia de Argaiz radica tanto en haber compilado ingente material histórico como en representar un punto de inflexión: tras él, la historiografía española se encaminó gradualmente hacia métodos más críticos, en reacción a obras como la suya.
Metodología de Gregorio de Argaiz
La metodología de Argaiz combina la investigación archivística con una credulidad notable hacia fuentes legendarias. Por un lado, Argaiz fue un diligente archivero: viajó por monasterios, catedrales y bibliotecas recopilando documentos, crónicas medievales, bulas papales, inscripciones y manuscritos. Muchas de sus descripciones de códices, listas de abades o transcripciones de privilegios son fruto de observación directa de fuentes primarias. Un ejemplo es su descripción de la Biblia manuscrita de Valeránica en Oña, donde copió literalmente acrósticos del monje copista Florencio. Esto demuestra un afán antiquario y una metodología empirista en cuanto al trabajo de archivo. Gracias a ello, su obra preserva datos históricos auténticos (nombres, fechas, documentos) que de otro modo podrían haberse perdido en destrucciones posteriores (muchos archivos monásticos desaparecieron con la Desamortización del siglo XIX).
Por otro lado –y aquí radica su faceta polémica–, Argaiz complementaba la información real con fuentes espurias o de dudosa autenticidad, especialmente para los periodos tardoantiguos y altomedievales. En pleno siglo XVII circulaban en España los llamados “falsos cronicones”: supuestas crónicas de la Iglesia primitiva hispana atribuidas a autores antiguos (como Flavio Lucio Dextro, Marcus Máximo, Beroso de Zaragoza, el Chronicon del monje Hauberto de Dumio, etc.), pero realmente fabricadas por eruditos de los siglos XVI-XVII (ej. Jerónimo Román de la Higuera y sus continuadores). Argaiz adoptó sin reparos muchos de estos textos en sus obras previas (Población eclesiástica de España, 1667-69) y también en La soledad laureada.
Su metodología era integrar estas narraciones legendarias dentro del relato histórico, otorgándoles plena credibilidad cuando servían para enaltecer la antigüedad de la fe en España. Lejos de disculparse por ello, Argaiz teorizó esta práctica: en el prólogo de una de sus obras, justificó su fe en los falsos cronicones diciendo que, primero, “son los que me dan noticia de la grandeza desta monarquía de España que los tiempos y la antigüedad tenían muy retirada”, es decir, revelan glorias ocultas del pasado hispano; y segundo, porque algunos críticos habían empezado a desacreditarlos, “han dado en desacreditar a los que han dado a la nación la gloria que veremos”, y por eso él los defendía. Estas palabras dejan ver su método: Argaiz conscientemente mezcla historia y mito como un acto patriótico. Para él, la misión del historiador eclesiástico en la Contrarreforma era “labrar con sus memorias y plumas esta corona real de España” en honor de la Iglesia y la patria (), incluso si las fuentes no eran rigurosamente ciertas.
En la práctica, su metodología consistió en recopilar todo lo disponible (documentos auténticos, crónicas medievales, tradiciones orales, leyendas de santos, falsos cronicones) y tejer con ello un relato unificado. No aplicó filtros críticos modernos; apenas distingue entre un diploma del siglo X y una fábula de la Edad Media tardía si ambos sirven a su propósito. Por eso un erudito moderno describió a Argaiz con severidad: “es bien conocida la credulidad de este historiador, que se abreva en los falsos cronicones y no extrema su crítica, siendo muy difícil separar las partículas de verdad contenidas en sus obras” (). Con todo, cabe matizar que Argaiz operaba según los estándares de muchos de sus contemporáneos: la crítica textual y diplomática apenas comenzaba a desarrollarse (de hecho, el benedictino Jean Mabillon publicó De re diplomatica en 1681, pocos años después de la muerte de Argaiz). Dentro de ese contexto, la obra de Argaiz es metodológicamente híbrida: combina un primitivo espíritu positivista (acumular fuentes, citarlas, incluso en sus idiomas originales a veces) con un espíritu medievalizante que acepta milagros, linajes míticos y crónicas apócrifas como material válido. En suma, su metodología refleja la transición entre la erudición tradicional acrítica y el amanecer de la crítica histórica.
Fiabilidad de sus fuentes y rigor histórico
Dada la metodología expuesta, la fiabilidad de La soledad laureada varía enormemente según la parte de la que hablemos. En lo concerniente a épocas recientes (baja Edad Media, siglos XVI-XVII) y a datos concretos de archivos, la obra puede considerarse relativamente fiable. Argaiz manejó archivos de su orden e incluso documentos notariales, por lo que cuando registra, por ejemplo, la lista de abades de un monasterio hasta su tiempo o resume el contenido de un privilegio real, suele estar transmitiendo información veraz. Numerosos historiadores posteriores han confirmado datos tomados de Argaiz al contrastarlos con archivos catedralicios o monásticos sobrevivientes. Incluso a día de hoy, los especialistas reconocen que en las “cosas más modernas” (es decir, eventos medievales tardíos y modernos) Argaiz “merece ser leído y estudiado”, pues aporta noticias válidas.
En cambio, para los períodos antiguos (siglos I-VIII) su fiabilidad es muy baja. Argaiz da por buenas fundaciones apostólicas legendarias, listas de obispos primitivos espurias y milagros de dudosa historicidad. Por ejemplo, puede afirmar la existencia de monasterios en tiempos de los apóstoles o visigodos basándose en los falsos cronicones de Higuera, error comprensible en su época pero insostenible según la crítica posterior. Cuando narra la “población eclesiástica” de España en los primeros siglos, mezcla datos genuinos (p. ej., menciones de obispos en concilios visigóticos) con invenciones. Su rigor histórico en este sentido es escaso: no contrasta versiones ni discute la autenticidad de los textos que cita, porque su objetivo no era la duda sino la afirmación glorificadora.
La carencia de rigor crítico llevó a Argaiz a propagar varios errores históricos. Por ejemplo, apoyó la creencia en santos legendarios locales cuyos cultos luego se descartaron, e incluso incorporó fraudes deliberados realizados por terceros: se sabe que el falso Chronicon de Hauberto, utilizado por él, fue en realidad una falsificación del s. XVII realizada por el anticuario Lucas de Ussá y el notario Lupián Zapata, quienes “colaron” dicho manuscrito en círculos eruditos. Argaiz incluyó a Hauberto en su narración sin detectar el engaño, difundiendo así esa ficción. Del mismo modo, defendió las genealogías míticas que hacían descender a los reyes asturianos de héroes troyanos o bíblicos, algo que hoy sabemos carente de base real. Estos ejemplos ilustran que en materia de fuentes, Argaiz no discriminaba entre auténticas y falsas, lo que compromete la confiabilidad de buena parte de su obra.
No obstante, en justicia, debe decirse que Argaiz no falsificó él mismo documentos (no hay indicios de que inventara fuentes de la nada); más bien actuó como compilador crédulo. Su falta de rigor obedece más a exceso de fe que a mala fe. Él estaba convencido de que esos cronicones y tradiciones transmitían verdades ocultas. Incluso llegó a lamentar que muchos obispados no le hubieran facilitado los “originales” de esos cronicones para acallar dudas, confiando ingenuamente en que tales originales existían en los archivos catedralicios.
Paradójicamente, en algunos pasajes donde realiza observaciones personales (como el análisis de la biblia de Oña), su rigor es mayor y la información es correcta, lo que demuestra que cuando operaba sobre evidencias tangibles era capaz de precisión. En resumen, desde un punto de vista moderno la obra de Argaiz debe manejarse con cautela extrema: es un valioso repertorio documental y anecdótico, pero hay que distinguir cuidadosamente qué elementos son históricos y cuáles son leyenda o error. Como sintetizó un historiador: las obras de Argaiz contienen verdades y falsedades entremezcladas de tal modo que “es muy difícil separar” unas de otras.
Impacto de la obra en la historia eclesiástica de España
La soledad laureada tuvo un impacto notable en la tradición historiográfica eclesiástica hispana. En el corto plazo (finales del XVII y siglo XVIII), la obra contribuyó a consolidar una cierta visión de la historia de la Iglesia española: una visión triunfalista, antigua y llena de episodios maravillosos. Muchos clérigos y cronistas diocesanos replicaron ese esquema en historias locales, citando a Argaiz como autoridad. Por ejemplo, en estudios de obispados o monasterios particulares, era común encontrar referencias tipo “según Argaiz, existió aquí un monasterio en el año 714 destruido por moros” –tal como Argaiz lo había narrado–. De este modo, sus relatos, incluso los menos verificados, se difundieron ampliamente, alimentando el imaginario religioso local. También reforzó el orgullo de la Orden Benedictina en España: sus hermanos de orden veían en Argaiz al cronista que había exaltado sus hazañas seculares. No es casualidad que la Congregación de San Benito de Valladolid (a la que él pertenecía) lo mantuviese como cronista oficial hasta su muerte y preservase sus manuscritos.
En el siglo XVIII, con el advenimiento de la crítica ilustrada, el impacto fue más bien reactivo: La soledad laureada se convirtió en ejemplo de los excesos a corregir. La monumental empresa España Sagrada de Enrique Flórez (a partir de 1747) buscó rehacer la historia eclesiástica diocesana con rigor crítico, corrigiendo muchos datos que Argaiz había dado por ciertos. Flórez y sus continuadores respetaron la diligencia de Argaiz en recopilar documentos, y de hecho aprovecharon algunos que él publicó (por ejemplo, inscripciones o catálogos monásticos), pero descartaron sus aspectos legendarios. Así, el impacto de Argaiz fue en parte servir de acicate para una historiografía más crítica: sus errores fueron diseccionados por autores posteriores, marcando un avance metodológico.
A largo plazo, la obra de Argaiz cayó en desuso como relato histórico fiable, pero su valor documental siguió reconocido. En el siglo XIX, la Historia crítica de los falsos cronicones (1868) de García de la Villa y otros estudios examinaron las aportaciones de Argaiz para entender la mentalidad barroca y las tradiciones inventadas que circularon en España. Ya en el siglo XX, historiadores de lo eclesiástico han revisitado La soledad laureada para rescatar informaciones de archivos desaparecidos. Por ejemplo, referencias que hace Argaiz a códices hoy perdidos, o a la existencia de ciertos monasterios menores, han sido valiosas pistas para investigadores modernos. El interés por la obra quedó patente cuando algunas instituciones realizaron ediciones facsímiles o transcripciones parciales en el siglo XX. Los monjes de Silos y historiadores benedictinos, por ejemplo, mantuvieron copias y estudios sobre Argaiz, considerándolo parte de su patrimonio historiográfico.
En la actualidad, La soledad laureada se estudia más como fuente historiográfica que como fuente histórica. Es decir, los especialistas la analizan para comprender cómo se escribía la historia en el Siglo de Oro, cómo se construyeron ciertos mitos de la iglesia española y cómo operaba la mente de un archivero del XVII. Su impacto en la historia eclesiástica de España, por tanto, es doble: positivo en cuanto a que preservó datos y motivó estudios ulteriores, y negativo en cuanto a que contribuyó a perpetuar algunas falsedades históricas hasta bien entrado el XVIII. No obstante, incluso sus errores tuvieron utilidad: obligaron a los eruditos posteriores a desarrollar herramientas críticas, elevando el nivel de la historiografía.