Dentro de los seres fantásticos de la mitologías populares europeas existe un tipo de duendes llamado familiares porque no se vinculan a una casa en concreto sino a una persona la cual se puede servir de ellos utilizando sus poderes y además puede transaccionarlos: venderlos o donarlos a otra persona.
Dentro de este tipo existen en Castilla los conocidos como enemiguillos o diminutos. Son de apariencia humana pero de muy pequeño tamaño y asemejándose a diablillos, con cola y cuernos y, por lo general, vestidos con calzones rojos.
Existen hechizos y palabras mágicas para capturarlos, aunque pocos los conocen. Sus captores suelen ser magos o nigromantes que se quieren aprovechar de algunas aptitudes mágicas de los enemiguillos. Una vez que los han capturado, suelen ser fieles y sumamente obedientes: Los enemiguillos obedecerán a su dueño hasta que otro ser humano los libere.
Sin embargo, para que no se escapen, se les suele mantener guardados en alfileteros o en botes. Y es que, cuando están en libertad, suelen ser algo violentos provocando desde pinchazos hasta, dicen algunos, la posesión de algunos humanos. De ahí la expresión de “tener los enemigos” que en ocasiones se ha dado a los posesos.
En este estado asilvestrado, viven en huecos de los árboles o nidos de aves y se desplazan sigilosamente, normalmente en grupo, para no ser vistos. Además, se cree que tienen la habilidad de hablar con los animales.
Existe también la creencia de que hay ancianos asistidos por estos personajillos en momentos de debilidad de memoria.
Los enemiguillos de Cornejo de Sotoscueva
Existe una historia de enemiguillos, conservada por el folclorista José Francisco Blanco González, que cuenta un suceso ocurrido en Cornejo, en la comarca burgalesa de la Merindad de Sotoscueva.
Un matrimonio estaba una noche a punto de irse a la cama. La mujer se fue primero al dormitorio mientras que el marido remoloneaba al calor de la chimenea. Estando allí observó un bote tapado que cogía polvo sobre la tiznera. Se acercó a él, lo cogió, lo examinó y, finalmente, no pudo resistirse a abrirlo. De repente, el hombre empezó a sentir una serie de pinchazos insoportables que le hacían saltar y brincar sin control a causa del dolor y de la quemazón que sentía en piernas, brazos y en partes más pudendas.
Al oír el escándalo, la mujer se levantó y fue adonde estaba el marido preguntando que qué era lo que pasaba. Al contarle el hombre que había destapado el bote, la mujer comenzó a recriminar fuertemente al marido. Después, tomó el bote y pronunció el siguiente conjuro: “Capilla Santa, para mí sacrosanta. Enemiguillos salid, nunca volved allí”.
Y de este modo los enemiguillos dejaron de martirizar al marido y volvieron al bote.