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1000 – Batalla de Cervera o de las Peñas de Cervera

por Javier Iglesia Aparicio
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Peñas de Cervera

La batalla de Cervera o Arrancada de Cervera ocurrió el 29 de julio del año 1000. En la primavera del año 1000, Almanzor preparó una campaña contra el condado castellano. El 21 de junio partió de Córdoba en lo que será su 52ª Campaña, llamada la de Cervera. Desde Medinaceli, rebasó el Duero, pasó por las fortalezas de Osma, San Esteban y Clunia (Coruña del Conde), en manos musulmanas, y se adentró en las tierras castellanas al norte de Clunia.

Al llegar a las Peñas de Cervera, Almanzor fue sorprendido pues encontró las tropas reunidas de todos los condes y gobernantes cristianos desde Pamplona hasta Astorga, comandadas por el conde Sancho García de Castilla y García Gómez de Saldaña.

El lugar donde se celebró el combate, las Peñas de Cervera, aísla la cuenca del río Arlanza al norte de Clunia y es atravesada por el desfiladero de la Yecla. En algún lugar elevado de esas montañas estaba instalado el campamento cristiano. Los cristianos sorprendieron a Almanzor e iniciaron el combate, tomando ventaja. Pero, según las fuentes musulmanas, a pesar del mal comienzo y de las pérdidas sufridas, al final, la batalla cambió de signo y fue una victoria musulmana.

Tras la victoria en la batalla de Cervera, las tropas de Almanzor persiguieron a los huidos en un radio de diez millas. Posteriormente se dirigieron hacia Zaragoza, pasando seguramente por La Rioja y, a continuación, saquearon el reino de Pamplona, conquistando posiblemente Carcastillo. Regresó victorioso a Córdoba el 7 de octubre.

Desfiladero de la Yecla
Desfiladero de la Yecla

Esta batalla es importante por dos razones. Es el fin de la sumisión de los distintos condes del reino de León a Almanzor y la primera vez que se unen en su contra. Además, a pesar de la victoria musulmana, fue la primera vez en que las tropas de Almanzor estuvieron a punto de ser derrotadas tras más de dos décadas de castigo militar.

La batalla de Cervera en las fuentes históricas musulmanas

De esta batalla tenemos numerosas referencias en las crónicas musulmanas y menos en las cristianas. Comenzando por las fuentes andalusíes, de esta campaña tenemos uno de los relatos más fieles. Se debe a Ibn Jatib, quien a su vez la recogió de Ibn Ḥayyān, que a su vez oyó el relato de su padre, Jalaf ben Ḥusayn ben Ḥayyān, uno de los combatientes en la batalla de Cervera. Este es el texto completo extraído del Kitab amal al-alam:

«Nunca afrontó al-Mansur una lucha más intensa ni en circunstancias más difíciles ni cruentas que en la batalla que libró al lanzar su campaña estival del año 390. El período de sosiego que le precedió había sido largo y, al entibiar el espíritu combativo de los hombres, éstos se habían tornado demasiado pacíficos. (Mientras tanto) los reyes de los cristianos se habían coaligado, reuniendo para la guerra las fuerzas que tenían en todas partes. al-Mansur los enfrentó en la acción conocida por la batalla de Yarbayra (Cervera).

Los hechos sucedieron así: Cuando al-Mansur irrumpió en Castilla por la zona de Madinat Salim (Medinaceli) se encontró con Sancho, que estaba al frente de una tropa muy numerosa y de incalculable magnitud. Ahí se hallaban los reyes galaicos, acompañados de sus generales, habiendo acudido desde el extremo de Pamplona al de Astorga. Con todos ellos había avanzado Sancho, emplazándolos finalmente en el peñón de Yarbayra, el cual se halla en la comarca central de su país y fue el lugar por él elegido para campamento. Este emplazamiento constituía el desideratum, tanto por inaccesible como por inexpugnable y, además, por tener detrás de sí vastos territorios provinciales con cercanas fuentes de abastecimiento.

Los cristianos habían encomendado a Sancho la organización de todo lo pertinente para el combate y se habían comprometido entre sí, de la manera más solemne, a no retroceder, declarando ilícito huir.

Ibn Abi Amir se quedó alarmado y sin saber qué decisión adoptar cuando divisó la enorme cantidad de guerreros con que contaban los adversarios, la inexpugnabilidad de su emplazamiento, el control visual que podían ejercer sobre los movimientos de quienes se dirigieran a atacarlos y el ímpetu con que podían descolgarse sobre los que a tal fin se les aproximaran, a lo que se agregaba el espacioso campo que su caballería tenía por delante para evolucionar. Todo ello fue comparado por Ibn Abi Amir con la desventajosa posición en que él se hallaba. Entonces recurrió al consejo de sus visires militares los cuales sostuvieron opiniones discordantes.

Pero Sancho engañó a los musulmanes por la inesperada precipitación con que se lanzó al ataque antes de planificar su descenso y de poner a punto las medidas estratégicas. La batalla se trabó por todos los frentes, encendiéndose así una contienda general.

Los enemigos de Allāh concentraron su caballería y atacaron simultáneamente las alas derecha e izquierda musulmanas, descargando sobre ellas todo el peso de sus escuadrones, con la consecuencia de que se desarticularon las líneas de los defensores islamitas y los cristianos se afianzaron, atacando con más brío. La lucha se prolongó bastante, tornándose cada vez más insostenible la posición crítica en que estaban los musulmanes, pues al ver, los que estaban atrás en la línea de los defensores, el aprieto en que los mismos se hallaban, se desorientaron y desanimaron. La mayoría aflojó y, a su vez, los más de éstos se dieron a la fuga. Los ataques menudeaban por todos los flancos, hasta el punto de que casi hicieron morder el ignominioso polvo de la derrota a los musulmanes.

La desbandada habría proseguido de no haber mediado la protección de Dios, la ponderable perseverancia de al-Mansur y la magnífica firmeza con que él mismo obró no obstante lo grande de su alarma y su íntimo desconcierto ante el desarrollo de los acontecimientos. Tal estado se reflejaban en la actitud imperatoria de sus manos, en sus gemidos de moribundo y en la vehemencia con que repetía la jaculatoria coránica del retorno a Dios.

La suerte cambió, pues, porque Dios ayudó a los musulmanes con su auxilio y con hombres que supieron resistir, prolongando fogosamente la lucha hasta repeler a sus contenedores, de modo que, ante su reacción, recuperaron su aplomo los combatientes que se hallaban detrás de ellos. Así, el grueso de las tropas musulmanas, después de haber estado batiéndose en retirada, contraatacó y, finalmente, Dios le otorgó la victoria.

Fue ʿAbd al-Malik, el hijo de al-Mansur, el combatiente más destacado de aquella hueste de defensores de la fe; y ello, por opinión unánime y sin  ningún espíritu de adulación, es decir, por justicia y no por favoritismo, estando con él una cantidad de campeones de los más brillantes que existían entre los musulmanes de al-Ándalus y de África, predominando en número los caballeros bereberes. De éstos el más reputado en ese día fue Kayaddayr al-Dammari al-Abra (El Leproso), quien era un príncipe de la tribu norteafricana de los Banu Dammar y, a la vez, uno de los jefes principales de los bereberes. Este hombre mostró una extraordinaria intrepidez, habiendo matado, en un furibundo arranque, a uno de los condes de Banu Gumis, cortándole la cabeza y trayéndola consigo.

La desbandada de los cristianos no se interrumpió ya. Por su parte ʿAbd al-Raḥmān ibn al-Mansur tampoco se quedó corto en su resistencia y bravo ímpetu. En fin, fue una batalla tremenda y difícil de describir.

Ḥayyān ibn Halaf ibn Ḥusayn ha contado lo siguiente, que le fue relatado por su padre, el secretario de al-Mansur: Cuando en esa jornada la situación comenzó a agravarse apareció al-Mansur, montado a caballo y acompañado de su escolta, en un montículo que se hallaba cerca del campo de batalla. Se puso ahí a contemplar el combate, estando atento a hacer prestar ayuda con los guerreros de su séquito a la gente en aprietos que estaba en las proximidades del lugar.

Así continuaron las cosas hasta que descalabró el ala derecha y se quebró, haciéndose muy grande el desconcierto. Tan malas se pusieron las circunstancias para los musulmanes que los hombres comenzaron a separarse sin atinar a adoptar una actitud común. Cada uno procedía a su arbitrio, buscando la oportunidad de huir, hasta el punto de que uno de los secretarios de al-Mansur llamado ʿAbd al-Malik ibn Idrīs al-Yaziri, púsose a decirle a Saʿīd Ibn Yūsuf , conocido por Ibn al-Qalina:«Ven a despedirte, oh mártir, pues con seguridad hoy has de morir». Y una vez finalizada la jornada resultó que el presagio se había cumplido.

Esto ha sido relatado por Jalaf ibn Ḥusayn:

Miró al-Mansur al grupo de hombres que estaban con él y me dijo: «Enumérame quiénes son los integrantes de mi séquito que han quedado». Contestele: «Os los voy a nombrar», y fui mencionándolos uno por uno hasta llegar a unas veinte personas. Entonces elevó las manos al cielo exclamando: «¡Oh, Dios! Ellos me dejaron: ¡Asístelos! Ellos me privaron de su compañía: ¡Acompáñalos tú»; y atrajo a su hijo ʿAbd al-Malik, que estaba a su vera observando la batalla porque su padre no le había permitido ir a combatir. Estrecholo contra si y lo despidió besándolo, mientras irrumpía en fuerte llanto. Mandolo a incorporarse al ala derecha, dándolo ya por perdido. Asimismo, envió detrás de ʿAbd al-Malik, en otra dirección al hermano de éste, ʿAbd al-Raḥmān.

Cuando la angustiante lid se intensificó, al-Mansur se pasó de su cabalgadura a la litera y al instalarse en la misma casi no podía controlar sus movimientos por lo afligido y trémulo que estaba. Si se subió a la litera sólo fue para tranquilizar a los que lo acompañaban acerca de su confianza en sí mismo. al-Mansur llevaba consigo un grupo de buenos caballos de silla lujosamente enjaezados y respecto de ellos me dijo: «Cuida que no se alejen de tu mano, pues es más propio que sean para ti que para el enemigo».

Y ahí quedó con sus hombres, implorando el socorro de Dios y conjurándolos en su nombre, mientras la batalla se ponía más bravía y la situación se volvía cada vez más ardua para los musulmanes. Hasta que al intensificarse el calamitoso desarrollo de los acontecimientos, se le ocurrió a al-Mansur una idea que fue la causa más eficiente de la victoria.

Ella consistió en esto: al-Mansur dispuso que se levantara el campamento de su ejército, sacándolo de la hondonada en que estaba -y de la que él mismo había tenido que apresurarse a salir por causa del enemigo- para instalarlo en el promontorio en que él se hallaba. Ordenó, pues, a gritos a los que le rodeaban que efectuaran el transporte de los efectos, con amenazas para los que se atrasaran en la operación. Además, llamó a los sirvientes que cuidaban de su tienda de campaña y les mandó que la condujeran a dicho promontorio con toda celeridad amenazándoles también a ellos con graves castigos por cualquier demora. Los sirvientes llevaron el pabellón de inmediato, cargándolo sobre sus espaldas, de modo que enseguida quedó debidamente instalado.

Cuando los enemigos vieron a al-Mansur se desmoralizaron, suponiendo que los musulmanes tenían detrás tropas de refuerzo, y desde ese momento comenzaron a replegarse. La huida no se interrumpió ya, siendo perseguidos por los musulmanes, que mataron cuantos quisieron, resultando, a la postre, que los cristianos, en su mayoría, se vieron atados con las mismas cuerdas que habían preparado para ligar a los cautivos islamitas. Además, se les secuestró cuanto había en su campamento, como armas, ganado y vasijas.

La caballería musulmana persiguió todavía a lo largo de varias parasangas a los cristianos que lograron huir, en cuya carrera muchos caballeros de éstos fueron alcanzados. Dios acordó así a los musulmanes un triunfo sobre los cristianos que fue mayor de cuanto se había sabido hasta entonces, habiendo perecido en esa acción como mártires, según resultancias de los padrones de familia y otros registros, más de setecientos hombres.

Esto sucedió en día lunes a seis faltantes para terminar el mes de saban del año 390 (29 de julio del 1000).»

Esta campaña también es reseñada por el Dikr bilad al-Ándalus como la 52ª de las campañas de Almanzor y la describe así:

«La quincuagésima segunda, la de Cervera, los cristianos de todas las regiones se aliaron contra él, reuniéndose un número incalculable de ellos. Al producirse el encuentro, los musulmanes resistieron peleando hasta que murieron setecientos de ellos, pero, en ese momento, se conjuraron unos a otros y Dios les concedió la victoria. Los cristianos fueron derrotados y perseguidos a lo largo de diez millas por los musulmanes, que saquearon su campamento y se apoderaron de riquezas y armas sin cuento.»

Por último, el poeta Ibn Darray, poeta oficial de Almanzor y sus hijos, dedica a esta batalla uno de los poemas de su Diwan, el número 105.

La batalla de Cervera en las fuentes históricas cristianas

La narración de la batalla de Cervera en las fuentes cristianas el hecho es casi ignorada. Sólo la mencionan los Anales Castellanos Segundos y los Anales Toledanos Primeros. Los Anales Castellanos Segundos dicen:

«In era MXXXVIII (año 1000) fuit arrancada de Cervera super conde Sancium Garcia et Garcia Gomez.»

Y los Anales Toledanos Primeros:

«Era MCCCVIII fue la arrancada de Cervera sobre el conde don Sancho García e García Gómez»

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