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Nublaos, nublos, nubleros o nuberos: Tormentas y la defensa contra ellas en el folklore castellano

por Javier Iglesia Aparicio
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Nublao, nubero

En Castilla se conoce como nublaos, nublos, nubleros, nuberos o reñuberos a los seres elementales que manejan sobre todo, las nubes, las lluvias, granizadas, tormentas y pedriscos. En la tradición castellana, los nublaos han sido siempre los culpables de cualquier fenómeno atmosférico adverso que dañara las cosechas y otras propiedades. También se cree que las ánimas errantes tenían la facultad de usar las nubes a su antojo.

O que estos reñuberos eran genios que cabalgaban las nubes y las dirigían donde les placía. la tradición los describe como geniecillos traviesos y ladinos, de aspecto diminuto, cuerpo orondo y cara pérfida, montados siempre en plomizas nubes.

Contra los nublos: Conjuradores, conjuraderos y el toque de tentenublo

Contra cualquiera de estos tipos de nublaos existían varios métodos de protección, entre los que podemos citar dos principales: el toque de campanas y los conjuros.

Conjuradores

Uno de los métodos más utilizados para conjurar, es decir, para influir en los nublaos desde la más temprana Edad Media eran las personas (brujos, hechiceros) que podían conjurar a favor o en contra de las tormentas, similares a los tempestarios que nos relata Agobardo de Lyon, en el siglo IX, en su obra Sobre el granizo y los truenos.

Ahora bien, hemos visto y oído a muchos abrumados por tanta demencia, alienados por tanta estupidez, que creen y dicen que existe una determinada región, que llaman Magonia, de la que vienen naves sobre las nubes; los frutos que caen por el granizo y que se pierden por las tempestades son llevados en ellas a esta misma región; evidentemente, los navegantes aéreos dan regalos a los tempestarios y reciben a cambio los granos y el resto de frutos. Asimismo, se hallan cegados por tan profunda necedad, al creer que esto puede realizarse, que hemos visto a varios en una cierta asamblea de hombres exhibir a cuatro personas atadas, tres hombres y una mujer, como si hubieran caído de estas mismas naves. Por supuesto, tras estar detenidos con cadenas durante algunos días, finalmente, reunida la asamblea de hombres, los mostraron, como he dicho, ante nuestra presencia como para lapidarlos. Pero sin embargo, vencedora la verdad tras mucho razonamiento, estos mismos que los exhibían, según el texto profético, están confusos, como el ladrón se turba cuando es sorprendido

Agobardo de Lyon (2018). Sobre el granizo y los truenos. Edición y traducción Juan Antonio Jiménez Sánchez. Madrid: Ediciones Siruela.

Y es que estaba muy extendida la creencia de que había personas, llamadas conjuradores o nubleros, con poderes para conjurar las tormentas, es decir, invocar a los nublaos mediante la palabra, recitando determinadas oraciones y letanías. Este poder podía, como no, poder usado en sentido positivo o negativo. Si bien los conjuradores podían deshacer los nublaos, también otros podían generarlos y enviarlos hacia otros lugares. Por ello en el Liber Iudiciorum, ley visigoda, se estipulaban condenas para aquellos que mediante artes diabólicas hicieran caer piedras del cielo sobre viñas y mieses. Así dice el libro VI, Título II, IV:

De los encantadores, provizeros é de los que los conseian. Los provizeros, o los que fazen caer la piedra en las vinas o en las mieses, e los que fablan con los diablos, e les fazen turvar las voluntades a los omnes e a las mugeres, e aquellos que fazen circos de noche, e fazen sacrificio a los diablos, estos atales o que quier que el iuez o so merino les podiere fallar o provar, fáganles dar a cada uno CC azotes, e sennalelos na fronte layda mientre, e fágalos andar por diez villas en derredor de la cibdat, que los otros que los vieren sean espantados por la pena destos. E porque non ayan poder de lazer tal cosa dalí adelantre, el iuez los meta en algún logar o bivan, é que non puedan empezer á los otros omnes, ó los enbie ai rey. que faga dellos que quisiere. E los que tomaren conseio con ellos reciban CC azotes cada uno dellos; ca non deven
seer sin pena los que por semeiable culpa son culpados.

Nos han llegado sobre todo testimonios de la labor protectora y defensora de los conjuradores, quizás porque aunque en un principio eran laicos, a partir del siglo XVI llegó a ser función de muchos párrocos rezando a santos como San Bartolomé o Santa Bárbara y blandiendo reliquias hacia el cielo con oraciones como esta:

Oh San Bartolomé, protector de los navegantes y patrono de los afectados por tormentas y desastres naturales, te imploro tu ayuda y protección en este momento de necesidad.
Con tu poder divino, aleja de nosotros las tormentas y otros desastres naturales que puedan amenazar nuestras vidas y hogares. Protege a nuestros seres queridos y a nosotros mismos de cualquier peligro inminente, y otórganos la fortaleza y la sabiduría para enfrentar cualquier adversidad que pueda presentarse en nuestro camino.

Algunos ejemplos son el clérigo bachiller en Derecho Canónico, beneficiado en Villegas o en Villamorón, famoso por conjurar tormentas o espantarlas, llegando incluso a provocar un pedrisco en Burgos, como su colega el cura de Cogollos. Estos conjuros se realizaban con la principal misión de para proteger los campos y viñas desde la Cruz del tres de mayo -el de la Invención de la Santa Cruz (cruz primaveral o verde) – el 14 de septiembre, el día para de la Exaltación de la Santa Cruz (o cruz seca).

Pero también existen testimonios, incluso cercanos a nosotros en el tiempo, de la pervivencia de conjuradores laicos. En el siglo XVII tenemos al licenciado Velasco de Madrid quien llamaba a las tormentas con ayuda de un libro mágico o grimorio obtenido durante sus estudios en Salamanca, y que tuvo problemas con la Inquisición. Francisco Simón y Nieto en su obra Palencia en el siglo XV (1895) alude como en los trabajos auxiliares en la organización municipal de la ciudad palentina, se requería de «un nublero que conjuraba las tormentas en verano».

El escritor Jesús Callejo recoge en su libro Testigos del prodigio: Oficios ocultos y profesiones insólitas varios casos de conjuradores: «En el pueblo de Zamayón (Salamanca), existía hace años una mujer llamada La Pito, que tenía por costumbre subir a los tejados para espantar a su manera a los nublados. En otros pueblos de Burgos, se cuenta que en días de tormenta subía al pico de Kaite un brujo especialista con poderes para ahuyentarla. En Fuentes de Béjar (Salamanca), a estos especialistas en ahuyentar tormentas y con habilidades también para pronosticar el tiempo se les llamaba tío diablo o tía bruja».

Un testimonio recogido por nosotros de Lorenzo García Miguel en Pedrosa del Príncipe (Burgos) en 2023 nos dice que hasta la década de los 80 del siglo XX existía en el pueblo una persona encargada de conjurar a las tormentas y que iba recitando:

«Tente nublo, tente tú, que Dios puede más que tú».

Conjuraderos

Otra muestra de la importancia que la defensa contra los nublaos se daba en la sociedad castellana era la existencia de lugares especializados para que los conjuradores llevaran a cabo sus labores. Estamos hablando de los conjuraderos, conjuratorios o exconjuros, utilizados para conjurar a buenos temporales contra las tormentas que podían destruir los campos. Lo más habitual es que fueran pórticos o balcones situados en iglesias, ermitas o ayuntamientos o incluso desde las propias torres de los campanarios o en alguna cruz sobre algún montículo en el campo.

De entre los establecidos en la propia iglesia pero con espacio propio podemos citar el conjuradero de la iglesia de San Andrés de Elciego (Álava), formado por una galería de siete arcos rebajados que se hallan sobre el pórtico y entre las dos torres laterales del templo. Fue construido entre los años 1553-1564 por el cantero Domingo Emasabel. Otro ejemplo sería el la galería conjuradero de la iglesia de San Antón que estaba adosado al ayuntamiento de la ciudad de Bilbao. En la zona de Soria abundan las cruces usadas como conjuraderos como los de Morón de Almazán y Caltojar.1

Pero, son mucho más llamativos los edificios que fueron construidos ad hoc para servir de conjuraderos. No han llegado muchos hasta nuestros días pero vamos a mencionar aquí algunos de ellos.

Conjuradero de Morón de Almazán (Soria)
Conjuradero de Morón de Almazán (Soria)

El primero es el Arco de la Concepción o Puerta del Conjuradero que se abre en la muralla de Poza de la Sal (Burgos).

Puerta del Conjuradero de Poza de la Sal (Burgos)

Se conserva también la Torre del Conjuradero de Cuenca de Campos (Valladolid), una torre en un montículo cercano al pueblo, aunque la construcción actual es moderna pues la anterior se derrumbó.

Torre del Conjuradero de Cuenca de Campos (Valladolid)
Torre del Conjuradero de Cuenca de Campos (Valladolid)

Más llamativo es el Conjuradero de Nublos de Cozuelos de Ojeda (Palencia). Se encuentra junto a la iglesia de Nuestra Señora de la Asunción en el recinto exterior y no está en muy buen estado. Es una estructura cuadrada de unos 20 metros cuadrados aproximadamente y se compone de cuatro columnas de dos metros y medio de alto, falta la cubierta, una sola entrada y un poyete en todo el diámetro interior para sentarse, está abierta a cada punto cardinal.

Conjuradero de nublos en Cozuelos de Ojeda (Palencia)
Conjuradero de nublos en Cozuelos de Ojeda (Palencia)

Pero quizás el ejemplo más llamativo es el arco-conjuradero de Villegas (Burgos)., al que no vamos a detener con más detalle más adelante.

El arco conjuradero de Villegas (Burgos) y su libro de conjuros

Esta curiosa edificación, adherida al actual ayuntamiento, se encuentra en la plaza mayor de Villegas, cerca de la iglesia de Santa Eugenia. Es una construcción de sillería y mampuesto de piedra caliza. En su fachada principal (orientada al sur) tiene un gran arco de medio punto, con dovelas bien trazadas, sobre el que se alza una única planta, en cuya parte superior destaca una hornacina central, que contiene una imagen exenta de Santa Bárbara, flanqueada por dos ventanas rectangulares. La piedra caliza es la predominante, combinando mampuesto con sillería.

Si atravesamos el arco veremos la escalera que asciende hasta su planta, la cual exhibe un paramento de ladrillo, dividido en tres cuerpos por dos vigas de madera.

En el interior hay una pequeña habitación, iluminada por la ventana desde donde el sacerdote solía conjurar las tormentas. En su interior se conserva una vela, dentro de una urna hexagonal de cristal, y un armario tallado que guarda dos cruces, una especie de custodia y un libro de conjuros del siglo XVII.

Se trata de un libro de conjuros contra tempestades, truenos, granizo, rayos y langostas, escrito por el doctor Pedro Ximenez, beneficiado de las iglesias de Navarrete y Fuenmayor (Zaragoza. 1738). Se puede consultar digitalizado en la Biblioteca Digital de Castilla y León.

Libro de Conjuros de Ximenez
Libro de Conjuros de Ximenez

El tentenublo

La costumbre más extendida para alejar a los nublos era la de tañer las campanas con toque específico llamado tentenublo (de detente nublo). El campanero del pueblo era el encargado de tañer este ritmo frenético y estruendoso para espantar a los nublos.

En Puentedey (Burgos) se mantiene esta costumbre con una pequeña variante: en vez de tentenublo, el toque se conoce como tentenube. Al tocar el repique, se dice la siguiente letanía: “tente nube, tente tú, que Dios puede más que tú. Si eres agua, vente acá. Si eres piedra, vete allá”.

En el siguiente vídeo puede verse el toque de tentenublo desde el campanario de la iglesia parroquial de Santibáñez Zarzaguda (Burgos):

Algunas tradiciones sobre los nublaos

Los nubleros de Melgar de Fernamental: con este nombre se conoce en el pueblo burgalés a unos diablillos de la nubes con muy mal genio. Cuentan que son ellos los que provocan las tormentas, el granizo e incluso los días nublados. La única forma de luchar contra su mal humor es tañendo las campanas con el conocido como “toque a tente nublo”, el sahumerio u otros rituales como el del lance de zapato contra la nube, por parte de un cura-exorcista, para que la tormenta descargue solo donde caiga el zapato.

En Osorno (Palencia) se les creían que iban volando por encima de las nubes, arrastrándolas. Así los llaman (o llamaban) también en Carrión de los Condes (Palencia), donde trataban de conjurarlos mediante santos y todo tipo de reliquias.

En Cantabria, al contrario que a los ventolines, los pescadores temen a los nuberos porque les culpan de las terribles galernas del Cantábrico, que les hacen regresar apresuradamente a puerto.

  1. Estos son solo algunos de los elementos relacionados con la religiosidad del campo soriano que aparecen en el estudio Bendecir los campos, desvanecer las tormentas. religiosidad campesina en la provincia de Soria de Pedro Javier Cruz Sánchez y Marisol Encinas manchado, Junta de Castilla y León, 2022. ↩︎

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