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Santa Leocricia o Lucrecia de Córdoba, mártir mozárabe

por Javier Iglesia Aparicio
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Santa Leocricia o Lucrecia de Córdoba

[Córdoba, ? – Córdoba, 15 marzo 859] Mártir y santa mozárabe

La principal fuente para conocer su biografía es la Vida de Eulogio (Vita Eulogii) escrita por Álvaro de Córdoba.

Nació dentro de una noble familia cordobesa cuyos padres eran de religión musulmana. Una monja pariente suya, de nombre Liliosa, la hizo bautizar en secreto y la adoctrinó en la fe católica. Con el paso de los años la joven empezó a practicar públicamente su fe a pesar de los castigos de sus padres. Finalmente, se decidió a consultar su caso a San Eulogio, quien le aconsejó abandonar el hogar paterno.

Durante unos días Leocricia disimuló su fe cristiana, pareciendo seguir el consejo de sus padres, y, aprovechando su salida de casa con motivo de unas bodas, se acogió a la protección de Eulogio y su hermana Anulón. Eulogio se encargó de buscarle varios domicilios cristianos para que no pudiera ser hallada por sus padres, que no cejaron en su empeño de buscarla en todas las casas de cristianos cordobeses y en las iglesias y monasterios de la ciudad.

Una noche Leocricia, deseosa de ver a Anulón, fue a casa de Eulogio, donde fueron sorprendidos por una delación. Eulogio, acusado de encubrir a la joven, fue condenado a muerte y ejecutado; cuatro días después Leocricia fue degollada, siendo su cadáver arrojado al Guadalquivir. Los restos de Leocricia fueron enterrados en la iglesia de San Ginés de Córdoba.

En diciembre de 883, Alfonso III de Asturias obtuvo del emir Muhammad I sus reliquias y las de San Eulogio. El encargado de la petición y del traslado fue el presbítero toledano Dulcidio. Fueron colocadas en la Cripta de Santa Leocadia de la catedral de Oviedo en enero de 884.

En 1300 los santos sanaron milagrosamente de perlesía a Rodrigo Gutiérrez, arcediano de la catedral, el cual en acción de gracias mandó hacer un arca de plata para depositar las reliquias. En 1303 fueron trasladadas a la Cámara Santa.

Martirio de San Eulogio y de Santa Leocricia de Córdoba. Josep Segrelles, c. 1910
Martirio de San Eulogio y de Santa Leocricia de Córdoba. Josep Segrelles, c. 1910

Vida de Santa Leocricia según Álvaro de Córdoba

Este es el relato de santa Leocricia y la muerte de San Eulogio que nos ha dejado Álvaro de Córdoba en su Vitae Eulogii1:

13. Por este tiempo se hizo célebre una joven llamada Leocricia, de estirpe noble, pero más noble de sentimientos, nacida de la hez de los gentiles y engendrada por entrañas de lobos, bautizada con el agua de la salvación e iniciada en secreto en los misterios de la fe en Cristo por una pariente suya consagrada al servicio de Cristo de nombre Liciosa, y la nectárea fragancia de su fama roció a todos. Como acostumbraba a frecuentar en los años de su niñez la compañía de esta religiosa en razón de su parentesco y ella diariamente la instruía en términos que pudiera entender, finalmente por la providencia de los cielos abrazó en su interior la fe de Cristo y conservó en su corazón la fe recibida con la llama del amor. Cuando alcanzó la edad del conocimiento y adquirió uso de razón, la fe que había aprendido en secreto gracias a las delicadas enseñanzas recibidas, fomentándola día a día con ejercicios espirituales, íbala alentándola más y más, primero en secreto, luego clara y abiertamente. Sus padres, amonestándola de buenas maneras, pero sin conseguir nada, empezaron a maltratarla a golpes y azotes, de forma que, como no eran capaces de disuadirla por las buenas, siquiera por las malas podrían obligarla. Pero el fuego que Cristo introduce en el corazón de sus fieles no sabe ceder ante coacción alguna. En este enfrentamiento, pues que día y noche era maltratada y se veía víctima de severos castigos y cargada de pesados grillos, temerosa de consumirse en el tizón de la apostasía sin haber hecho pública profesión de su fe, a través de unos propios, puso el caso en conocimiento de San Eulogio, hombre que gozaba ya de singular predicamento en muchas otras situaciones semejantes, y de su hermana Anulón, una virgen consagrada al servicio de Dios, y les refrió su propósito de dirigirse hacia lugares más seguros entre
practicantes, donde pudiera observar sus piadosas prácticas sin riesgos.

De seguida San Eulogio reconoció su acostumbrada labor y, como era ferviente alentador de los mártires, por intermedio de los mismos propios le aconsejó escapar a hurtadillas. Poniendo ella en práctica sin más rodeos una estratagema, como simulando estar de acuerdo con sus padres y blasfemando de nuestra fe de palabra y poniéndose para la ocasión todas las galas que antes le habían repugnado y aparentado como que quería complacerles según sus costumbres y contraer matrimonio según el siglo, logró doblegar sus ánimos e iniciar una reconciliación que personalmente detestaba. Cuando vio que ya todo estaba en orden, fingiendo arreglarse especialmente, como corresponde a un compromiso de esta clase, para asistir a la boda de unos parientes suyos que se celebraba por aquellos días, a toda prisa se presentó en casa de San Eulogio y de su hermana Anulón para ponerse bajo su amparo; y ellos, que la recibieron encantados, la encomendaron a unos amigos de absoluta confianza para que la ocultaran. Pero en cuanto el padre y la madre de la muchacha, que estaban esperándola, no vieron a su hija, lamentándose de haber sido burlados, atormentándose con furia inaudita y dolor indecible, lo perturban todo, arremeten contra todo, y, corriendo en su busca por casas de conocidos y desconocidos, tenían intención de aherrojar a todo el mundo en el ejercicio de su autoridad y con un mandamiento judicial y los abrumaban con detenciones y encarcelamientos masivos; a hombres, mujeres, confesores, sacerdotes, religiosas y, en general a todos los que podían, los amedrentaban con palizas y encarcelamientos, por si con estos procedimientos y con otros aún más expeditivos podían recuperar a su hija. Pero el santo, sin inmutarse, la trasladaba de lugar de refugio y, para no poner a la oveja en las garras de los lobos, cuidaba de ella con total solicitud. Y ella, perseverando en ayunos y vigilias y ciñendo su cuerpo con el cilicio y durmiendo sobre el duro
suelo, mortificaba rigurosamente sus carnes mortales. Pero también el santísimo Eulogio, cuyo nombre debe ser pronunciado con reverencia, practicando la vigilia durante la noche y rezando echado en el suelo de la basílica de San Zoilo pasaba las noches en vela, pidiendo para la muchacha el amparo y la fortaleza de Dios y dedicando siempre estas piadosas prácticas al Señor.

14. Mientras tanto esta serenísima doncella sintió deseo de ver a la hermana de San Eulogio, a la que amaba con sentido afecto, y se presentó una noche en su morada, excitada por una revelación divina y atraída por el deseo de charlar un rato, con el propósito de pasar con ellos tan solo un día y regresar nuevamente a sus acostumbrados escondites. Refirióles que, mientras estaba orando, se le llenó una y otra vez la boca con el líquido de la miel, que no se atrevió a escupir con temerario atrevimiento, sino que lo tragó, extrañada de la consistencia del viscoso elemento. El santo le explicó que esta visión había que interpretarla como un presagio de la dulzura del reino de los cielos. durante la noche.

15. Pero cuando se disponía a salir al día siguiente, sucedió que su acompañante no se presentó a la hora acostumbrada, sino al despuntar el alba, y no pudo marcharse, porque, para evitar desagradables encuentros, solía transitar durante la noche. Tomaron entonces la determinación de que ese día, hasta que el sol hurtase a la tierra su haz de luz y las sombras de la noche proporcionaran la ansiada paz, la doncella de Dios permaneciese en el sitio en que estaba; veíase retenida por humana decisión, sí , pero en realidad por designio divino , para que ella ganase la corona del martirio y San Eulogio la diadema de la gloria. Pues en ese preciso día, no sé si por figuración de quien fuera o por denuncia y traición de quienes fueran, se pone en conocimiento del juez el lugar donde se escondía, y un pelotón de hombres armados, enviados a tal menester, pone cerco en un santiamén a toda la vivienda de ellos.
Y sucedió que el mártir elegido y predestinado estaba también allí y, mientras e n presencia suya sacaban a la doncella y le detenían igualmente a él, tratándolos a empellones y colmándolos de tratos vejatorios, los llevaron a presencia del inicuo magistrado y sacrílego juez. El juez, que pensaba matarlo a golpes, con rostro fiero y natural colérico, atacado por furiosa ira, le interroga en términos agresivos y le pregunta en son de amenazas por qué ha retenido a la joven en su casa. Y él, de buenas maneras y con absoluta humildad, con su finos modales le reveló la verdad del asunto en estos términos: «Señor juez, se nos ha encomendado la misión de predicar la palabra de Dios y corresponde a nuestra fe el poner a disposición de los que nos lo soliciten la luz de la fe y no negársela a quien marcha por unos senderos de la vida que son santos. Esta es la misión de los sacerdotes, esto es lo que manda la religión verdadera, esto es también lo que nos enseñó nuestro Señor Jesucristo, que todo aquel que, sediento, quiera saciarse con el caudal de la fe, encuentre doble cantidad más de la que solicite. Y como esta
muchacha nos dio la impresión de que quería instruirse en el símbolo de nuestra santa fe, preciso fue que con tanta mayor predisposición se aplicara nuestro celo, cuanto que su amor a Dios se encendía más y más, y no me pareció correcto
rechazar a quien anhela semejantes cosas, sobre todo habiendo sido escogido para esta misión por un don de Cristo. De manera que la adoctriné en la fe, según mis cortos alcances, y la informé y le enseñé que la fe en Cristo es el camino del reino de los cielos, igual que con muchísimo gusto lo haría contigo, si tuvieses la intención de preguntarme sobre ello».
Entonces el juez, visiblemente soliviantado, ordenó que le trajeran unas varas, amenazándole con quitarle la vida a golpes. El santo le interpeló: «Qué pretendes hacer con esas varas?» Respondió el juez: «Lo que pretendo es arrancarte el alma con estas varas». Y el santo le dijo: «Afila y prepara la espada; a ver si así, liberando mi alma de las ataduras corporales, consigues devolvérsela a quien me la dio, porque no te pienses que vas a segar mi cuerpo con el látigo» . Y rebatiendo acto seguido en abierta invectiva y con bastante elocuencia la falsedad de su profeta y de su religión y redoblando su prédica, es escoltado a toda prisa hasta el palacio y arrastrado ante los consejeros del rey; uno de ellos, muy amigo suyo, compadeciéndose de él, le espetó: «Es así como los lunáticos y los idiotas se han labrado la triste ruina de la muerte. Pero tú, dotado de la aureola de sabio y respetado por tu forma de conducirte en la vida, ¿qué clase de locura te impulsó a sucumbir en tan mortal desvarío, haciendo caso omiso al natural amor a la vida? Escúchame, por favor, y no te expongas a una situación tan arriesgada. Te lo suplico, pronuncia una sola palabra en estos momentos apurados y luego podrás practicar tu fe donde quieras; que te juro que no te vamos a molestar más».
El santísimo mártir, dibujando una sonrisa, le contestó: «¡Ay , si pudieras saber lo que aguarda a los practicantes de nuestra fe, o si yo pudiera imbuir en tu corazón lo que guardo en el mío! Entonces ya no intentarías disuadirme de mi propósito, sino que más bien preferirías apartarte de los honores mundanos». Y empezó a citarles las palabras del santo Evangelio y a predicarles con entera libertad el reino de los cielos. Y, como ellos no querían escucharle, ordenan que lo traspasen con la espada. Y cuando era conducido al patíbulo, uno de los eunucos del rey le propinó una bofetada. Y él, poniéndole la otra mejilla, le dijo: «Por favor, empareja a esta otra, tratándola igual que a la primera». Y cuando le dio otra bofetada, él, humilde y paciente, de nuevo le presentó la primera mejilla. Pero entre empellones de la soldadesca es llevado al lugar de la ejecución; allí, hincándose de hinojos en actitud de oración y extendiendo su mano a los cielos, amparándose con la señal de la cruz y pronunciando unas breves palabras en voz queda, presentó su cuello al golpe de la espada y de un tajo, tras despreciar el
mundo, encontró la verdadera vida. Consumó su martirio el sábado 11 de marzo a las tres de la tarde. ¡Oh dichoso varón, digno ejemplo para nuestro siglo, que en numerosos mártires halló por adelantado el fruto de su labor y dejó en la joven un
ejemplo a seguir, tremolando con sus manos el estandarte de su victoria, dedicando al Señor el manojo de sus desvelos en favor de ella, ofreciendo una oblación pura y un sereno sacrificio y dando elocuente testimonio en sus propias cares de todo
cuanto a otros había predicado, por Cristo nuestro Señor.
Cuando su cadáver fe arrojado desde un promontorio al curso de las aguas, una nívea paloma de singular blancura, batiendo el aire con sus alas, se posó revoloteando sobre el cadáver del mártir. Todos trataban de espantarla arrojándole piedras, pero como no conseguían alejar a la paloma que seguía fija allí, intentaron ahuyentarla a palmetazos . Pero ella, que no volaba, sino que daba saltitos en derredor del cuerpo, se posó sobre un torreón próximo al cadáver, dirigiendo la mirada hacia los restos del santo varón. Y no debe pasarse en silencio el milagro que para alabanza de su santo nombre realizó Cristo con su cuerpo. Un vecino de la ciudad de Écija, mientras realizaba con otros el servicio de guardia del palacio una noche de luna llena y cumplía su ronda de vigilancia, sintiendo ardoroso deseo de beber agua, se levantó a altas horas de la noche y se fue derecho
a un caño de agua corriente que corre por el sitio en el que vio sobre el cadáver, que yacía debajo , unos sacerdotes de una reluciente blancura , portando unas deslumbrantes antorchas, que entonaban magistralmente armoniosos salmos. Aterrorizado por esta visión, regresó al puesto de guardia más propiamente huyendo despavorido que volviendo tranquilamente, y, tras contárselo todo a su compañero , pretendió volver nuevamente al lugar acompañado por él , pero esta vez ya no fe posible contemplar la escena. La cabeza del santo al otro día la recuperó la diligencia de unos devotos cristianos y sus restos mortales los reunieron al tercer día y les dieron sepultura bajo la sombra protectora del mártir San Zoilo.

16. Y la santísima virgen Leocricia, tras haber sido tratada con numerosos miramientos y tentada con numerosas promesas, fortalecida con el vigor de la fe por un don divino, cuatro días después del martirio de éste fue degollada y arrojados sus restos a la corriente del Betis. Pero su cadáver ni pudo hundirse ni desaparecer engullido por las aguas, sino que, flotando su cadáver rígido, ofreció un singular espectáculo a todo el mundo y, rescatada luego por unos devotos cristianos, fue enterrada en la basílica de San Ginés, que se encuentra emplazada en el barrio de Tercios. Este fue el final del santísimo doctor Eulogio, esta su admirable partida, este su definitivo tránsito, culminación de sus obras.

  1. Traducción tomada de Díaz Díaz, Pedro: Álvaro de Córdoba: “Vida de San Eulogio”: (traducción y notas), 1993, Florentia Iliberritana, 1993 ↩︎