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La 48ª campaña de Almanzor: campaña contra Santiago de Compostela (997)

por Javier Iglesia Aparicio
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Santiago de Compostela

Es esta una de las campañas más conocidas de Almanzor pues se dirigió al centro espiritual no solo de los reinos cristianos hispanos sino del Occidente medieval. Fue también la más larga: partió de Córdoba el 3 de julio del 997 (23 yumada II 387H) y finalizó 90 días después, en octubre.

Almanzor tenía como propósito castigar al rey de León por no haberle pagado los tributos y tuvo como aliados a varios condes gallegos, encabezados por el conde Rodrigo Velázquez, padre del obispo Pelayo de Iria Flavia, que se oponían a Bermudo II y fueron los que guiaron a las tropas musulmanas.

Tras ir por tierra atravesando Coria y Viseo, se encontraron en Oporto con la flota que desde Alcacer do Sal había llevado hasta dicho puerto a la infantería y las provisiones. Allí también acudieron los condes cristianos aliados que le guiarían por el interior de Galicia. Cruzó el río Miño en las cercanías de Tuy, ciudad que fue asaltada y destruida; saqueó el entorno de Vigo; cruzó el río Ulla y saqueó Iria Flavia (Padrón)… El 10 de agosto llegó a Santiago. Entre los días 15 y 16 de agosto destruyó Santiago, aunque dejó indemne el sepulcro del apóstol.

Después se acercó a devastar la zona de La Coruña. A su vuelta paró seguramente en Lamego y repartió prebendas entre sus aliados cristianos para luego continuar su viaje a Córdoba.

Fuentes históricas sobre la campaña contra Santiago

Son numerosas las fuentes que citan esta campaña, sobre todo del lado musulmán. Quizás las más extensa y detallada es la descripción de Ibn ‘Iḏārī en su Kitāb al-bayān al-muġrib, que es repetida o resumida en otras fuentes. Del lado cristiano son más escasas y siempre apuntan al hecho de que, en castigo, el ejército musulmán sufrió una plaga de disentería (algo no atestiguado en la fuentes musulmanas) e incluso que provocó la muerte del propio Almanzor (algo falso pues murió en el 1002).

Por último, ninguna de la fuentes musulmanas habla del hecho de que Almanzor se llevara las campanas de Santiago a la mezquita de Córdoba. Este hecho, en mi opinión legendario, aparecerá casi dos siglos después en la Crónica Najerense.

Según el Dikr:

La cuadragésimoctava fue la campaña de Santiago, que es la ciudad de Jacob, el hijo de José el carpintero, del que dicen los cristianos que era el esposo de María la pura, en ella está su tumba. Arrasó la ciudad y destruyó el monasterio, pero no tocó su tumba.

Como ya hemos señalando, fortunadamente sobre esta importante campaña tenemos mucha más información que de otras. Por ejemplo en el Kitāb al-bayān al-muġrib de Ibn ‘Iḏārī:

Había llegado al-Manṣūr b. Abī ‘Amīr en esta época al más alto grado de poder. Socorrido por Dios, como lo era, en sus guerras con los reyes infieles, avanzó hacia la ciudad de Santiago, que está situada en Ŷillīqiya y es el más importante santuario cristiano de al-Andalus y de las regiones adyacentes de la Gran Tierra. La iglesia de esta ciudad es para ellos lo que la Ka’ba para nosotros; la invocan en sus juramentos y se dirigen a ella en peregrinación desde los países más alejados, desde Roma y más allá. La tumba que van a visitar es, según dicen, la de Santiago -Dios tenga misericordia de él-, el cual era, entre los doce Apóstoles, el más íntimo de Jesús y al que llamaban su hermano, porque siempre estaba cerca de él; algunos cristianos dicen que ra hijo de José, el carpintero. Fue enterrado en esta ciudad.
Fue su entrada hacia ella por Coria. Los cristianos le llaman hermano del Señor -¡la grandeza de Dios es, a pesar de sus palabras, la más alta grandeza!-. Santiago corresponde a nuestro Ya’qūb; era obispo en Jerusalén y se puso a recorrer el mundo para predicar su doctrina; pasó a al-Andalus y llegó hasta esta región. Después volvió a Siria, donde fue muerto a la edad de ciento veinte años solares; pero sus compañeros llevaron sus huesos para enterrarlos en esta iglesia, que era el punto extremo donde había llevado su actividad. Ningún emir musulmán había atacado todavía este lugar ni penetrado hasta aquí, a causa de las dificultades del acceso, de su emplazamiento penosos y de la gran distancia.

Salió al-Manṣūr hacia ella de Córdoba con la expedición de la aceifa el sábado, a seis por pasar de yumada final del año 387H. Fue su campaña número cuarenta y ocho. Entró en la ciudad de Coria, y cuando llegó al-Mansur a la ciudad de Ŷillīqiya (Viseu), se le unieron un gran número de condes que reconocieron su autoridad, y que se presentaron con sus guerreros y gran pompa para unirse a los musulmanes y embarcarse en la campaña con ellos. Había ordenado al-Manṣūr equipar una flota considerable en el lugar conocido por Qaṣr Abū Dānis (Alcacer do Sal), en el litoral occidental de al-Andalus, que dotó de marinos y utilizó para transportar a las tropas de a pie, los víveres, los aprovisionamientos y las armas. Estos preparativos le pusieron en situación de llevar las operaciones hasta el final.

Cuando llegó a un lugar llamado Portugal (Oporto), sobre el río Duero, la flota remontó este río hasta el lugar designado por al-Manṣūr para el paso del resto de las tropas, y sirvió también de puente para ello, cerca del castillo que se encontraba allí. Repartió al-Manṣūr los víveres que había en ella entre el yūnd, que quedó ampliamente aprovisionado, y entraron en la tierra del enemigo.

Tomando la dirección de Santiago, al-Manṣūr recorrió grandes extensiones del país, franqueó numerosos grandes ríos y diversos canales donde refluyen las aguas del Océano (las rías). Luego llegó el ejército a las grandes llanuras que pertenecen al país de F.l.ta.r.s (Valladares), Mabasīṭa, el Monasterio y las regiones vecinas. Luego avanzó hacia una montaña elevada, muy abrupta, sin vía ni camino, pero sin que los guías pudiesen indicar otra dirección. Por orden de al-Manṣūr, los obreros emplearon el hierro para agrandar las grietas y allanar los senderos, de manera que el ejército pudo pasar.

Cruzaron después el río Miño y desembocaron los musulmanes en las grandes llanuras y los campos fértiles; y sus exploradores llegaron hasta el monasterio de Qasṭān (San Cosme y San Damián entre Bayona y Tuy) y a la llanura de Balbanūṭ, sobre el Océano. Se apoderaron de la fortaleza de San Pelayo y la entregaron al saqueo, y después de haber franqueado una marisma llegaron a una isla del Océano en la que se habían refugiado gran número de habitantes de estos territorios. Hicieron prisioneros a los que allí estaban, y llegó el ejército a la montaña del Morrazo, que rodea el Océano por casi todos sus lados. Combatieron allí, se apoderaron de los que la ocupaban y pusieron la mano en el botín. Franquearon después los musulmanes el canal de Lūrqī por dos vados que les indicaron los guías, luego el río Ulla, y llegaron a las llanuras bien cultivadas y abundantemente provistas, las de Aunaba, Qarŷīṭa y del convento de Sontrebia. Después llegaron al canal de Ilyā (Iria Flavia o Padrón), donde se encontraba uno de los oratorios consagrados a Santiago y que, a los ojos de los cristianos, venía por mérito inmediatamente después del que contenía la tumba; los devotos se dirigían a él desde las comarcas más alejadas, desde el país de los coptos, de Nubia y de otros. Después de haberlo arrasado por completo fueron a acampar ante la orgullosa ciudad de Santiago el miércoles, a dos pasados de saban.

Todos los habitantes la habían abandonado y los musulmanes se apoderaron de todo el botín que encontraron y derribaron las construcciones, las murallas y la iglesia, hasta que no quedó ni rastro. Pero guardias situados por al-Manṣūr hicieron respetar la tumba del santo e impidieron que nadie le hiciese daño. Todos estos bellos palacios tan sólidamente construidos fueron reducidos a polvo, hasta que no se pudo sospechar que hubiesen existido alguna vez. Esta destrucción fue llevada a cabo el lunes y el martes que siguieron al miércoles 2 de saban. Las tropas conquistaron después todas las regiones vecinas y llegaron hasta la península de Šant Mankaš (San Cosme de Mayanca, cerca de La Coruña), que se interna en el Océano, punto extremo al que ningún musulmán había llegado antes y que no había sido hollado por otros pies que los de sus habitantes. Este fue el límite a partir del cual los jinetes no avanzaron más.

Al-Manṣūr se retiró desde la puerta de Santiago, después de haber avanzado más lejos que ningún musulmán antes que él. En su vuelta puso dirección a las tierras de Bermudo, hijo de Ordoño, para asolarlas y devastarlas de pasada. Pero cesó las hostilidades al llegar al país que obedecía a los condes confederados que servían en su ejército. Siguió así su camino hasta que llegó al castillo de Malīqa (¿Lamego?), que había conquistado, donde despidió a todos los condes, a los que hizo desfilar a cada uno según su rango, y a los que hizo, a ellos y a sus soldados, distribuirles ropas. Desde allí envió a Córdoba la relación de sus victorias. La distribución de las ropas que hizo Ibn Abī ‘Amīr en esta campaña, tanto a los príncipes cristianos como a los musulmanes que se habían distinguido, consistió en dos mil doscientas ochenta y cinco piezas de sedas diversas bordadas, veintiún trajes de lana marina, dos vestidos ‘anbari (¿de piel de cachalote?), once ciclaton (seda bordada en oro), quince murayyasat (rameados), siete alfombras de brocado, dos piezas de brocado rumi y pieles de fénec. Todo el ejército entró en Córdoba sano y salvo y cargado de botín, después de una campaña que había sido una gracia y un beneficio para los musulmanes; ¡alabado sea Dios!

En Santiago, al-Manṣūr no había encontrado más que un viejo monje sentado cerca de la tumba, y le preguntó por qué se había quedado allí. Le respondió: “Para honrar a Santiago”. Ordenó al-Manṣūr que le dejaran tranquilo.

Otras crónicas musulmanes se hicieron eco de esta incursión, incluyendo el poeta Ibn Darray en sus cantos 102, 120 y 128. El 102 está dedicado a Almanzor y a sus hijos ‘Abd al-Malik y ‘Abd al-Rahman Sanchuelo quienes le acompañaron y habla de los saqueos en el entorno de Lamego y en la costa entre la ría de Arosa y la desembocadura del río Vouga; el 120 está dedicado a Almanzor y su saqueo de Santiago; y el 128 está dedicado a su hijo Sanchuelo, quien conquistó la ciudad de Lanyus (¿Lanhoso, Portugal?).

También las fuentes cristianas se hicieron eco de este suceso. Así lo relata Sampiro en su crónica de inicios del siglo XI, es decir, una de las más cercanas a los hechos:

En los días de aquél (Bermudo II) por los pecados del pueblo cristiano, aumentó el número de los sarracenos, y su rey, que adoptó el falso nombre de Almanzor -como él no hubo ni habrá otro en el futuro-, tomando consejo de los musulmanes del otro lado del mar, y con todo el pueblo ismaelita, entró en los confines de los cristianos y comenzó a devastar muchos de sus reinos y a matar con la espada. Estos son los reinos de los francos, el reino de Pamplona, y también el reino leonés. Ciertamente devastó ciudades y castillos y despobló toda la tierra hasta que llegó a las zonas marítimas de la Hispania occidental y destruyó la ciudad de Galicia en la que está sepultado el cuerpo del beato Santiago apóstol. Pues había dispuesto ir al sepulcro del apóstol para destruirlo, pero aterrándose volvió. Destruyó iglesias, monasterios y palacios y los quemó con fuego en la era 1035 (año 997). El rey celeste acordándose de su misericordia, tomó venganza en su enemigo y comenzaron a perecer de muerte súbita. El rey Bermudo, ayudado por el Señor comenzó a restaurar en mejor sitio este lugar a Santiago.

Y en la Historia Compostelana tenemos algunos nombres de esos condes que se aliaron con Almanzor para saquear Santiago:

Entretanto Rodrigo Velasco, padre de este obispo (Pelayo I de Santiago) trajo a estas regiones con los otros señores de esta tierra a los sarracenos y a su jefe, Almanzor, los cuales al llegar a Compostela destruyeron totalmente la mayor parte de las paredes de la iglesia de Santiago excepto su santísimo altar. Así pues, el santísimo Santiago que no quería que escaparan impunemente de su iglesia, que ellos con tanta soberbia habían pisoteado, los castigó con una enfermedad tan grande de disentería que, muertos la mayoría, solo algunos pocos regresaron a sus casas. Y como su jefe Almanzor comprendió que los suyos habían sido castigados duramente con el escarmiento de tan gran venganza, se dice que preguntó a los que guiaban su camino, quién era aquel cuyo palacio casi había sido destruido por su ataque. Y al comprender por la respuesta de éstos que allí estaba enterrado con seguridad Santiago, uno de los discípulos del Hijo de la Virgen María, cuyo nombre entre ellos significa “He aquí, María”, arrepintiéndose de tan gran audacia, emprendió sin interrupción la huida y mientras huía fue atacado por una repentina enfermedad en Medinaceli, donde fue sepultado, y donde entregó su alma infelizmente al seno de Mahoma.

¿Se llevó Almanzor las campanas de la catedral de Santiago?

De forma extraña un hecho que habría de causar tanta humillación entre los cristianos y del cual se recrearían a buen seguro los cronistas musulmanes, no es reflejado en dichas historias. La primera mención a este hecho aparece en la Crónica Najerense, ya en la segunda mitad del siglo XII, es decir, dos siglos después de los hechos. Dice así:

La ciudad de Compostela y la iglesia de Santiago y otras iglesias, monasterios y palacios los destruyó, los derrumbó, los quemó; arrambló con los tesoros y los ornamentos de las iglesias. Las campanas de Santiago apóstol las envió a La Meca para deshonra de Cristo y de su apóstol Santiago, y las hizo poner ante la representación de su Dios a modo de lámparas.

Crónica Najerense, II, 36

Notemos que ni siquiera dice que se las llevara a Córdoba, sino a La Meca. Será Lucas de Tuy en su Chronicon Mundi (1236) quien nos cuenta que al entrar Fernando III en Córdoba (1236), ordenó devolver a la catedral compostelana, a hombros de musulmanes las campanas robadas: “…et rex catholicus Fernandus fecit eas Sarracenorum humeris ad ecclesiam sancti lacobi reportari”.

Lo mencionará también el obispo toledano Rodrigo Jiménez de Rada en su De Rebus Hispaniae (c. 1243): “rex Fernandus easdem campanas fecit ad ecclesiam beati lacobi reportari, et ecclesie beati Iacobi restitute sunt”.

Y esta versión ya quedará fijada en la Crónica General de Alfonso X, a mayor gloria de su padre, asegurando que Almanzor se había llevado las campanas menores de Santiago: “… por sennal del uencimiento que aui fecho, et pusolas por lampadas en la mezquita de Cordoua…”.


Bibliografía

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