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854 – Batalla de Guadalacete o Guazalete

por Javier Iglesia Aparicio
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Puente de Villaverde, llamado Puente Romano, en Villaminaya (Toledo) sobre el arroyo Guadalacete o Guazalete

La batalla de Guadalacete, de Guadacelete o de Guazalete (Wādī Salīt en árabe) ocurrió un martes del mes de muharran del año 240H (junio del 854), y enfrentó una coalición de ejércitos de los reinos de Asturias y de Pamplona, que apoyaban a los sublevados en Toledo, contra las tropas del emir Muḥammad I de Córdoba.

Tras el fallecimiento del emir ʿAbd al-Raḥmān II (852), la población toledana se sublevó como ya lo había hecho en otras ocasiones anteriores. El nuevo emir decidió liderar él mismo en persona una acción militar contra los rebeldes, en la que sería su primera algazúa, acompañado de su hijo al-Munḏir. Ante la situación, los toledanos, donde los muladíes tenían una gran presencia, llamaron en su ayuda a los reyes Ordoño I de Asturias, que envío un ejército liderado por el conde Gatón del Bierzo y Astorga, y García Íñiguez de Pamplona. También estaba, según un poema de ‘Abbas ben Firnas, Mūsà II b. Mūsà b. Qasī, en esta ocasión apoyando a las tropas cordobesas.

El emir ideó una estratagema que resultó exitosa. Primero asedió la ciudad de Toledo con máquinas de guerra junto con un pequeño ejército. Al ver el reducido tamaño, los toledanos avisaron al resto de las tropas cristianas para que atacaran.

El primer enfrentamiento provocó un movimiento de retirada emiral hacia el sur, hasta algún punto del curso del arroyo Guadalacete, en los actuales términos de Almonacid de Toledo y Villaminaya. Parece que esto había sido previamente planeado pues, finalmente, las tropas asturianas, pamplonesas y toledanas fueron emboscadas y derrotadas por el grueso del ejército enemigo.

Las cifras de muertos varían según las fuentes: 8.000, 20.000, 30.000 o 45.000. Entre ellos se encontraría uno de los líderes de los rebeldes: el sacerdote Bermundo. Las cabezas de los muertos fueron apiladas en montones y el emir ordenó que el muecín convocara a la oración del mediodía subido en ellas. La rebelión de Toledo, sin embargo, no fue del todo sofocada hasta el 858.

A continuación las tropas cordobesas se dirigieron hacia las tierras de Alaba y al-Qilá (Castilla) en una expedición de saqueo.

Este es el breve relato de la batalla según Ibn Jaldún:

Los toledanos pidieron la ayuda del rey de Ŷillīqiya y del rey de los Bashkunish, que acudieron a liberarlos con la ayuda de la gente de la ciudad. El ejército de Toledo formado por la unión del pueblo toledano y los reinos cristianos, viendo al del emir (muy reducido), salieron a los márgenes del río Guadalacete y combatieron con fervor derrotando al emir. Éste se retrajo hasta tierras más al sur, siendo seguido por el ejército de Toledo que cayó en una emboscada, ya que el grueso del ejército árabe estaba esperando ese movimiento. Todo esto produjo una matanza de más de ocho mil almas, dando la victoria al imperio musulmán y aplastando así la rebelión de Toledo.

El famoso ‘Abbas ben Firnas compuso una qasida en honor a esta victoria1:

Distintas son las voces que se coaligan en el avance
y llenan el desierto de espesos escuadrones tupidos;
relucen en él las cortantes en sus vainas,
relámpagos que se muestran en las nubes secas, y responden
como si el ondear de las banderas en sus hojas
fuesen vasijas arrojadas al mar que no pueden remar,
y si se alzasen sus apoyos serían su pivote
la inteligencia de un dueño hábil cuyo norte es la virtud,
homónimo del sello de los profetas Muḥammad,
que cuando fueron descritos los reyes resultó superior a la descripción.
Por su causa, el martes por la mañana,
apenas el alba había descorrido el velo nocturno,
los dos montes del Wādī Salīt lloraron y gimieron
por una tropa numerosa de esclavos e incircuncisos;
les llamó el pregonero de la muerte y se unieron a él
como se unen los escarabajos a las boñigas secas.
Quieren estúpidamente atemorizar al Emir
con la furia de los perros de la guerra en un saco de paja.
Sólo les tiró un poco de ella,
y volvieron las espaldas, como hace una turba inerme.
Los mawālī [musulmanes no árabes] furiosos, cerrando contra ellos,
parecían halcones dispersando bandadas de grullas.
¡Por mi vida! Eran dragones guerreros, cuando cargaban
en filas cerradas contra un monte con fuertes defensas.
Decía Ibn Ballūs a Mūsà, mientras huía:
“Veo la muerte ante mí, debajo de mí, detrás de mí”.
Les hemos matado mil y mil hombres, más otros tantos,
y mil y mil después de mil y mil más,
además de los que se ahogaron, tragados por las aguas del río,
o se despeñaron en sus escarpadas orillas.


  1. Gaspariño García, S.: Historia de Al-Andalus según las crónicas medievales. Tomo VIII. El gobierno del emir Muhammad I, pp. 174-175.

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