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San Rogelio, mártir mozárabe

por Javier Iglesia Aparicio
1 comentario 538 visitas 9 min. de lectura
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San Rogelio

[Sierra de Parapanda, Íllora (Granada), f. s. VIII – Córdoba, 16 septiembre 852] Monje y mártir mozárabe.

San Eulogio narra en su Memoriale Sanctorum (851- 856), que Rogelio era un anciano monje mozárabe procedente de tierras granadinas. Ver cómo miembros de su comunidad se pasaban a profesar la fe musulmana tan sólo por los beneficios económicos que esto les generaba, provocaba en él un gran enfado. Por ello decidió hacerse ermitaño y dedicar su vida a la oración en una apartada cueva de la Sierra de Parapanda.

En el 852 recibió la visita de Servideo (o Abdalá), un joven monje llegado desde Siria. Juntos deciden ir a Córdoba para promulgar la fe cristiana. Pero ambos santos fueron demasiado osados: Juntos entraron un viernes en la mezquita mayor de la ciudad y comenzaron a predicar el Evangelio, y, lógicamente, fueron agredidos por la multitud y después encarcelados, aunque allí siguieron predicando el cristianismo.

Así, llegado el día del juicio, fueron condenados por injurias y profanación en un lugar sagrado. Su martirio fue lento. Les cortaron las manos y los pies y finalmente fueron decapitados y sus cuerpos mutilados colgados en el patíbulo junto con los de Jeremías y Emilia, ejecutados el día anterior. El hecho sucedió el 16 de septiembre del año 852 y fueron los dos últimos mártires del reinado de Abderramán II, cuya muerte, incluso, profetizaron los dos santos antes de morir.

La cueva de San Rogelio y sus reliquias en Íllora

Rogelio y Servideo aparecen en el Martirologio romano el día 16 de septiembre, la fecha en la que se celebra su fiesta. Desde principios del siglo XVII reciben culto en la diócesis de Córdoba y san Rogelio es patrón de la población granadina de Íllora. Se le representa con un crucifijo en una mano, unos Evangelios en la otra y un corte sangrante en el cuello.

San ROgelio
San Rogelio

En 1806 las reliquias de los dos mártires, que se conservaban en la iglesia de San Pedro de Córdoba, fueron donadas por Antonio Martín de Villodres a la villa de Íllora y colocadas en una urna en la parroquia.

En las cercanías de Íllora se encuentra la llamada Cueva de San Rogelio, donde según la tradición vivía el ermitaño antes de su martirió.

Descripción del martirio de Rogelio y Servodeo por Eulogio de Córdoba

Este es el texto en latín y en castellano en que Eulogio de Córdoba nos describe la suerte de Rogelio y Servodeo:

CAPUT XIII. De Rogelio et Servio-Deo martyribus.
1. Cum adhuc praefatos martyres ergastula haberent, ecce alii duo supervenerunt, eamdem quam caeteri professionem tenentes, eodemque voto hostem fidei expugnantes. Quorum unus Eliberi progenitus, ex vico qui dicitur Parapanda, monachus et eunuchus jam senex provectaeque aetatis, nomine Rogellius, advenit. Alter Servio-Deo vocatus, spado adhuc juvenis ante paucos annos ab Orientis partibus ultra maria in praedictam urbem habitaturus peregrinus accessit. Hi vero pari se foedere colligantes, unum propter justitiam Dei, usque ad mortem certandi votum gesserunt, nullo casu ab invicem recessuri, quousque coelestia sanguine mercarentur. Ideoque fanum illud sacrilegorum petentes, in quo exceptum vulgus abominabiles ritus saepius reddere convenit, transcendunt limina, turmis se ingerunt, praedicant Evangelium, sectam impietatis subsannant, arguunt coetum. Appropinquasse regnum coelorum fidelibus, infidelibus autem gehennae proponunt interitum, quem proculdubio ipsi incurrerent, nisi ad vitam recurrerent.
2. His et hujuscemodi verbis populum exhortantes, necdum ab ore eorum sermo recesserat, et ecce, quasi crepitans in sentibus rogus, cohors malignantium adversus Dei famulos exardescens, caedit, lacerat, percutit, obruit, nititurque perimere sanctos, qui delubrum suum intrare praesumpserant (quod apud illos quoque grande facinus reputant), et nisi judex adesset, qui quodam privilegio potestatis insanientis populi murmur compescuit, tunc jam vitae spiraminibus privarentur. Quos ereptos caedentium manibus, carceri deputans, astringi ferro gravius jubet, furibusque admiscet. Ibi etiam adhuc praedicant, prophetizant, instare mortem tyranno annuntiant, laudant religionem, vanitatem refellunt. Et cum penitus vigor membris deesset, qui ferret supplicium, non tamen destitit lingua usque ad mortem a praeconando veritatis oraculo. At vero pro eo quod templum suum evangelizando intrassent, dece nunt eos tyranni et consules, prius manibus pedibusque abscissis, decollari postremo. Gaudent tali decreto famuli Christi: exhilarantur oppido hujusce mortis sententiam excepturi. Instat ferocissimus carnifex, clamat, frendet, minatur, festinare ad poenam jubet electos, quos utique cernebat majorem migrandi habere affectum, quam idem inferendi interitum gerebat. Quis illius horae, fratres charissimi, crudelitatem exponat? quis referat clades? quis cruces aununtiet? quis denique admirabilem sanctorum enarret constantiam? Cum et ipsa gentilitas tali spectaculo stupefacta, nescio quid de Christianismo indulgentius sentiebat.
3. Igitur statuti in loco decollationis martyres sancti, antequam lictor admoneret, palmas extendunt, lacertos parant, injectumque jugulum ulnis excipientes, in diversa manus dissiliunt. Deinde cruribus amputatis, nulla compuncti tristitia, abscissis denuo collis corruerunt. Quorum cadavera, ut erant truncata, patibulis affigentes, ultra fluvium crucibus caeterorum adsciscunt, XVI Kalendas Octobris, aera qua supra.

CAPÍTULO XIII. Sobre los mártires Rogelio y Servodeo.

1. Cuando aún tenían las mazmorras a los antedichos mártires, he aquí que se presentaron otros dos más que mantuvieron la misma profesión que los demás y atacaron con la misma intención al enemigo de la Fe. Uno de ellos era un monje y eunuco ya anciano y de edad avanzada llamado Rogelio que, nacido en Granada, había venido de una aldea llamada Parapanda. El otro, un castrado aún joven de nombre Serviodeo, había llegado unos pocos años antes de Oriente, en ultramar, como peregrino a la mencionada ciudad para residir en ella. Éstos se unieron con idéntico pacto e hicieron un mismo voto de luchar hasta la muerte por la fe de Dios, dispuestos a no separarse el uno del otro en ningún caso hasta comprar con su sangre el cielo. Por ello se dirigieron a ese santuario de los impíos en que su plebe, una vez admitida, se reúne muy a menudo para cumplir con sus abominables ritos, traspasaron sus puertas, se mezclaron con el gentío, predicaron el Evangelio, hicieron burla de la impía secta y acusaron a su comunidad; les expusieron que para los fieles se acercaba el Reino de los cielos, mas para los infieles la muerte de la Gehena, que sin duda sufrirían ellos si no volvían corriendo a la salvación.

2. Cuando estaban exhortando al pueblo con estas palabras y otras del estilo, aún nos e habían alejado éstas de sus bocas y he aquí que la multitud de los malvados ardiendo contra los siervos de Dios como hoguera que cruje entre zarzas, golpeó, laceró, sacudió, abrumó y se afanó por matar a los santos que se habían atrevido a entrar en su templo, lo que entre ellos consideran también un enorme crimen; y si no hubiere estado allí el juez, que acalló el rumor de la enloquecida gente con una especie de prerrogativa de su autoridad, en ese momento se les hubiese privado del aliento de la vida. Tras arrebatarlos de las manos de quienes los golpeaban, los mandó a la cárcel, ordenó que los atenazaran pesadamente con hierros y los mezcló con ladrones. Incluso allí siguieron predicando, profetizando, anunciando que era inminente la muerte del tirano, alabando la propia religión y rechazando la falsa. Y, pese a faltar del todo a sus miembros el vigor para soportar el suplicio, no obstante su lengua no dejó de pregonar hasta la muerte la palabra de la Verdad. Por lo demás, por el hecho de haber entrado en su templo predicando el Evangelio, las autoridades y los notables decretaron que les cortaran primero manos y pies y por último los decapitaran. Se alegraron con semejante decreto los siervos de Cristo, se regocijaron totalmente dispuestos a recibir la sentencia de esta muerte. Apremió el ferocísimo verdugo, gritó, se encolerizó, amenazó e instó a apresurarse al castigo a los elegidos, en quienes observaba ciertamente un deseo mayor de morir que el que él mismo tenía de producirles la muerte. ¿Quién podría exponer, queridísimos hermanos, la crueldad de aquella hora?¿quién contar las calamidades, quién mostrar los suplicios, quién, en fin, narrar la admirable constancia de los santos, cuando los propios paganos, atónitos ante semejante espectáculo, sentían un no sé qué de indulgencia hacia el cristianismo?

3. Así pues, colocados los santos mártires en el lugar de su decapitación, antes de que el sayón lo ordenase extendieron sus palmas, dispusieron sus brazos y, tras recibir en ellos la descarga de la espada, sus manos saltaron en sentido opuesto. Luego les cercenaron las piernas y a continuación les cortaron el cuello, cayendo sin que pesar alguno los afligiera. Sus cadáveres, mutilados como estaban, los clavaron en patíbulos y los añadieron a las cruces de los demás al otro lado del río el 16 de septiembre del antedicho año.

Latín: Memorialis Sanctorum, Liber II, cap. XIII; castellano: Obras completas de San Eulogio de Córdoba, págs. 138-139

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1 comentario

Juan Blanco López 11/02/2024 - 09:59

Gracias por tu trabajo

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