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Dos rosas castellanas en la génesis y resolución de los conflictos dinásticos inglés y castellano durante el siglo XV

por Javier Iglesia Aparicio
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Colaboración de Raúl César Cancio Fernández

Es comúnmente aceptado que la denominada Guerra de las Dos Rosas concluye con la derrota y muerte de Ricardo III en el campo de Bosworth el 22 de agosto de 1485, cauterizándose finalmente las heridas entre los Lancaster y los York con la unión de Enrique VII, Lancaster por parte de madre, con Isabel de York, hija de Eduardo IV de Inglaterra, primer York en el trono de Westminster. Y resulta asimismo pacífico que el enquistado pleito dinástico entre las Casas de Borgoña (y York) y Trastámara en Castilla a raíz de la traumática sustitución de una por la otra merced al fratricidio montieleño en 1369, se resuelve con los esponsales celebrados en la catedral de San Antolín de Palencia, por los que se legitimó la rama Trastámara, enlazándola con los desreinantes borgoñas.

Pues bien, resulta sensacional advertir como en el origen, pero también en la solución de las disrupciones dinásticas más notables de las coronas inglesa y castellana de la Baja Edad Media, encontramos a dos infantas castellanas de cuestionada legitimdad como denominador común.

Se impone, no obstante, traer antes a colación a dos controvertidas mujeres sin las cuales, no puede entenderse cabalmente el nuclear papel de nuestras infantas castellanas. La primera, naturalmente, fue Leonor de Guzmán, segundogénita de Pedro Núñez de Guzmán y de Juana Ponce de León, familia por tanto de importantes ricohomes castellanos afincados en Andalucía, y favorita del rey Alfonso XI, cuya descendencia habida con el monarca, protagonizó la quiebra de la línea sucesoria legítima de Borgoña, cuando, como acabamos de recordar, su hijo Enrique, conde de Trastámara, apuñalara a su medio hermano Pedro en Montiel.

Si Leonor se convirtió, de facto, en la reina de la Castilla alfonsina, María de Padilla, noble de raíces castreñas, fue la turbadora mujer con quien se amancebó enloquecidamente Pedro I, dándole cuatro hijos a quienes el monarca, tras la prematura muerte de su amante, logró que fueran declarados herederos al trono por las cortes sevillanas de 1361, aun cuando se trataba de hijos no habidos en matrimonio: Alfonso, quien murió antes de cumplir un año; Beatriz, que ingresó en el convento de las clarisas de la localidad de Tordesillas y, finalmente, Constanza e Isabel, quienes se convirtieron, de una forma u otra, en protagonistas de los cismas dinásticos castellano e inglés.

Constanza de Castilla, duquesa de Lancaster
Constanza de Castilla, duquesa de Lancaster

En 1366, Pedro I, junto con sus hijas Beatriz, Constanza e Isabel, llega a la localidad de Bayona, donde pacta con Eduardo de Woodstock, el legendario Príncipe Negro, su auxilio en la lucha contra los bastardos de Leonor de Guzmán. Las tres hermanas permanecieron en la localidad aquitana como rehenes hasta la victoria en la batalla de Nájera, tras lo cual, al menos las dos menores regresaron a una Castilla momentáneamente pacificada, por lo que el monarca burgalés las instala en Carmona, junto a otros hijos ilegítimos de menor edad, las familias de sus principales privados y la mayor parte del tesoro real. Tras el magnicidio de Montiel, Martín López de Córdoba, camarero mayor del rey asesinado, acudió a Carmona en espera del respaldo portugués para destronar al espurio soberano y defender los derechos al trono de Constanza. Dos años más tarde, ya sin opción a suceder, Constanza e Isabel fueron trasladadas de nuevo a Bayona antes de que la villa se entregase, donde se pactó el enlace de Constanza con Juan de Gante, duque de Lancaster, hijo de Eduardo III de Inglaterra y hermano del Príncipe Negro, que se celebró en la villa occitana de Roquefort-sur-Soulzon a principios de septiembre de 1371. En febrero del año siguiente nació su hija y heredera Catalina, entrando solemnemente en Londres bajo el título de reina de Castilla.

El ascenso en 1377 al trono de San Jorge de Ricardo II, hijo del Príncipe Negro, por delante de los hermanos de éste, entre los que figuraba Juan de Gante, hizo que las ambiciones políticas del duque de Lancaster se redirigieran hacia la corona castellana habida cuenta del importante activo legitimador que constituía su esposa. En 1386, firmada con el rey avizense Juan I una alianza global, el Lancaster reunió una poderosa flota anglo-portuguesa para transportar un ejército de cinco mil hombres, con los que desembarcó en La Coruña el 29 de julio de ese mismo año, estableciendo una rudimentaria corte en Orense, donde recibió el sometimiento de la nobleza gallega. En noviembre se reunió con el citado rey Juan I de Portugal en Ponte do Mouro, acordando una invasión conjunta del interior de Castilla que, finalmente se convirtió en un fracaso ignominioso. Juan de Gante, ante el desastre de su pretendido acceso al trono castellano, concluyó con el rey epilense el tratado de Bayona de 8 de julio de 1388, por el que el Lancaster y su esposa renunciaban a los derechos sucesorios castellanos en favor del matrimonio de su hija Catalina con el primogénito de Juan I de Castilla, el futuro Enrique III, quedando así entreveradas las enfrentadas ramas sucesorias de Alfonso XI e instaurándose el título de Príncipe de Asturias, que desde entonces ostentará el heredero de la corona de Castilla y luego de España. Tras ello, a la pretendiente Constanza le fue permitido visitar Castilla y entrevistarse con su primo Juan I, regresando después al castillo de Leicester, donde murió en 1394, resignada a no reinar nunca en Castilla, aunque con la satisfacción de ver como una hija suya sí lo logró. Sus restos descansan en la iglesia de la Anunciación de Nuestra Señora de Newarke, en la citada Leicester.

Isabel de Castilla, duquesa de York
Isabel de Castilla, duquesa de York

Si, como acabamos de ver, Constanza de Castilla, duquesa de Lancaster, coadyuvó directamente en la solución del conflicto dinástico castellano, el rol de su hermana pequeña Isabel fue germinal en la porfía de las dos Rosas. Ésta acompañó en 1371 a su hermana mayor en su viaje a Londres para los esponsales con el duque de Lancaster. Nupcias que al final fueron dobles, pues se aprovechó el viaje para casar también a la hermana pequeña con el hermano menor de Juan de Gante, Edmundo de Langley, conde Cambridge y después, primer duque de York y fundador de esta rama dinástica de los Plantagenet. La boda se celebró en el castillo de Wallingford el 11 de julio de 1372.

Escudo de armas de los duques de York
Escudo de armas de los duques de York

De esta unión nacieron tres hijos: Eduardo de Norwich, segundo duque de York, fallecido en la batalla de Agincourt; Constanza de York, condesa de Gloucester y bisabuela de Ana Neville, la reina consorte de Ricardo III y, finalmente, Ricardo de Conisburgh, tercer conde de Cambridge, que fuere ejecutado acusado de traición por Enrique V. Debe señalarse que, según el cronista Thomas de Walsingham (contemporáneo de la pareja), Isabel tenía una «moral relajada», atribuyéndola un romance con John Holland, duque de Exeter (y hermanastro de Ricardo II), que al parecer se inició solo dos años después de la boda con Emundo, lo que cernió dudas sobre la paternidad de este tercer hijo de la pareja. Sea como fuere, este último contrajo matrimonio en 1408 con Anne de Mortimer, descendiente del segundo hijo sobreviviente de Eduardo III, Lionel de Amberes, con quien tuvo dos hijos y una hija: Isabel, Enrique y Ricardo, tercer duque de York, nieto por tanto de nuestra Isabel de Castilla, y figura absolutamente central en la disputa dinástica entre las rosas blanca y roja, no en vano, fue el primer York pretendiente al trono de su primo Enrique VI y padre de dos reyes, Enrique IV y Ricardo III, último York-Plantagenet en el trono inglés.

Como se señalaba al inicio, tras la muerte del rey tullido en la batalla de Bosworth, se produjo un nuevo cambio de linaje con la llegada de los Tudor, de la mano de Enrique VII, Lancaster por parte de madre quien, como hiciera Enrique III de Castilla, pretendió suturar treinta años de guerra civil contrayendo matrimonio con una York, Isabel, hija de Eduardo IV y, consecuentemente, tataranieta de Isabel de Castilla, la menor de las hijas de Pedro I de Castilla y su amada María de Padilla. La tordesillana duquesa York falleció el 3 de diciembre de 1392, a la edad de 37 años, siendo enterrada el 14 de enero de 1393 en Kings Langley.

Sepulcro de Isabel de Castilla, en All Saints Churchyard. Kings Langley, Dacorum Borough, Hertfordshire
Sepulcro de Isabel de Castilla, en All Saints Churchyard
Kings Langley, Dacorum Borough, Hertfordshire

En fin, la decisiva incidencia de dos de las tres hijas de Pedro I y María de Padilla en el devenir de las coronas castellana e inglesa bien merecía que la sincrética Rosa Tudor se hubiera integrado en el león güelfo borgoñés.

Rosa Tudor (Lancaster y York) integrada en el escudo de la Casa de Ivrea (Borgoña)
Rosa Tudor (Lancaster y York) integrada en el escudo de la Casa de Ivrea (Borgoña)

El Autor

RAÚL C. CANCIO FERNÁNDEZ (Madrid, 1970). Licenciado en Derecho por la Universidad Autónoma de Madrid y Doctor por la Universidad Rey Juan Carlos. Miembro por oposición del Cuerpo Superior Jurídico de Letrados de la Administración de Justicia, desde el año 2003 está adscrito al Gabinete Técnico del Tribunal Supremo como Letrado del mismo, destino que compatibiliza con las funciones de analista en el Equipo de Análisis Jurisprudencial del CGPJ, Relator de jurisprudencia en la delegación española de la Asociación de Consejos de Estado y Jurisdicciones Supremas Administrativas de la Unión Europea y Observador Independiente del European Law Institute.

En julio de 2013 fue nombrado Académico Correspondiente de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación. Miembro del Consejo de Redacción de la Revista Aranzadi Editorial, del panel de expertos de la Cátedra Paz, Seguridad y Defensa de la Universidad de Zaragoza y del portal divulgativo queaprendemoshoy.com, cuenta con una docena de libros editados como autor único, más veinte colectivos, y más de trescientos artículos publicados en revistas especializadas.

En cuanto a su labor docente, imparte anualmente el Practicum de la Facultad de Ciencias Jurídicas de la Universidad Carlos III, es Profesor Tutor del Máster de acceso a la Abogacía de la UNED, siendo ponente habitual en cursos y conferencias desarrolladas en el marco del Centro de Estudios Jurídicos de la Administración de Justicia.

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