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Testamentarías envenenadas. Las extraordinarias identidades en los repartos hereditarios del último conde de Castilla y del primer normando en el trono de Inglaterra

por Javier Iglesia Aparicio
3 comentarios 985 visitas 20 min. de lectura
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Testamentarías envenenadas. Las extraordinarias identidades en los repartos hereditarios del último conde de Castilla y del primer normando en el trono de Inglaterra

 

Colaboración de Raúl César Cancio Fernández

«El que deja herencia, deja pendencia», sagaz y ajustado refrán español que en inglés podría traducirse como Who leaves an inheritance leaves a quarrel y en francés, algo así como Qui laisse un héritage laisse une querelle.

Este afán plurilingüe no es un capricho cosmopolita, sino que pretende llamar la atención del lector acerca de los extraordinarios paralelismos -y sus no menos sensacionales consecuencias- que concurrieron en los legados testamentarios de las Casas Jimena y Normandía en un casi convergente periodo histórico. En una reducción tan tosca como gráfica, podría decirse que ni Fernando I de León el Magno, ni Guillermo I de Inglaterra el Conquistador, podían imaginar la que se les venía encima a sus respectivos reinos a raíz de la hijuela que dejaron redactada.

En el asombroso cúmulo de similitudes que vamos a abordar a continuación, hay que empezar subrayando que la llegada en el siglo XI de estos dos monarcas a los tronos leonés e inglés no respondió a la natural sucesión dinástica, sino a disruptivos cambios de linaje producidos sobre el campo de batalla. Y en los dos casos, estando además emparentado el titular que perdió la corona con el que le sucedió. En efecto, si entre finales de agosto y principios de septiembre de 1037 Bermudo III, rey de León, encontró la muerte a lomos de Pelayuelo en la campa de Tamarón, veintinueve años después, Harold II, por entonces rey de Inglaterra, murió asaeteado en el arroyo Caldbec durante la trascendental batalla de Hastings de 1066.

En ambos escenarios el contrincante era pariente del rey finado: Fernando Sánchez, conde Castilla y cuñado del último rey asturleonés que, tras su muerte en la citada batalla de Tamarón le sucedió en el trono de Santa María como Fernando I, primer Jimena en la corte leonesa. Y de igual manera Guillermo, duque de Normandía y emparentado políticamente con Harold II de Wessex, último sajón en la corte inglesa tras el flechazo en el ojo que recibió en la batalla de Hastings, al que sucedió como Guillermo I, primer Normandía en Westminster.

Pues bien, tras sus luctuosos accesos al trono, Fernando y Guillermo reinaron veintiocho y veintiún años respectivamente que, si bien estuvieron trufados de conflictos internos y fronterizos, no fueron nada si se compara con el sindios que vino tras sus respectivas muertes.

De su enlace con Sancha de León, hija, nieta y hermana de reyes, Fernando tuvo cinco hijos: Urraca, Sancho, Elvira, Alfonso y García. En la primavera de 1065 el monarca leonés inicia una nueva campaña en el levante peninsular tras reclamar en la taifa de Zaragoza las parias debidas, para lo que contó con la alianza de ʿAlī ben Muyahid, rey de Denia. Tras vencer a ʿAbd al-Malik al-Muẓaffar en Paterna, Fernando enfermó gravemente, regresando a uña de caballo a León a donde llega el día 24 de diciembre, dirigiéndose directamente a la iglesia de San Isidoro, donde se encomendó a las reliquias de san Isidoro y san Vicente, falleciendo el día 27 rodeado de obispos a la edad de cuarenta y nueve años. Su linaje navarro se impuso al ius solii y en vez de respetar el derecho visigodo que proscribía la división de las posesiones reales entre los herederos, optó por la naturaleza patrimonial del reino que el ius sanguinis contemplaba, repartiéndose entre sus tres varones tal y como dejó establecido en la curia regia celebrada en diciembre de 1063: el condado de Castilla, elevado a categoría de reino para su primogénito Sancho; el reino de León, con la dignidad de emperador y los derechos sobre el reino taifa de Toledo para su favorito Alfonso, y el nuevo  reino de Galicia y los derechos sobre los reinos taifas de Sevilla y de Badajoz para García, legando a sus hijas Urraca y  Elvira  el infantazgo y las rentas de todos los monasterios pertenecientes al patrimonio regio con la condición de que no contrajeran matrimonio.

Por su parte, del himeneo celebrado en Flandes en 1050 en el castillo normando de Eu entre Guillermo y Matilde de Flandes, nieta del rey Roberto II de Francia, prima por tanto de nuestra reina Constanza de Borgoña y sedicentemente autora del extraordinario Tapiz de Bayeux, nacieron al menos diez hijos: Roberto, Ricardo, Guillermo, Enrique, Águeda, Alicia, Cecilia, Matilde, Constanza y Adela. Muerto su hijo Ricardo en 1075 en un accidente de caza en New Forest (recuerden bien el nombre de este siniestro bosque), la parca alcanzó también al rey Guillermo en medio de una campaña militar. En el caluroso mes de julio de 1087 dirigía una expedición contra el Vexin francés. Mientras asediaba la ciudad ribereña de Mantes, a la que hizo quemar hasta los cimientos, Guillermo experimentó un repentino espasmo tan grave que se desplomó de su montura, no sin antes herirse con el pomo de su silla de montar. El rey, con evidente sobrepeso a sus cincuenta y nueve años y diversos problemas hepáticos fue trasladado a su castillo en Ruan y después al priorato de St-Gervais, donde el aire era más limpio al encontrarse sobre el valle del río. A pesar de recibir los mejores cuidados médicos, incluidos los del erudito obispo de Lisieux, Gilbert Maminot, languideció durante seis semanas falleciendo el 9 de septiembre de ese mismo año. Durante su convalecencia en el priorato dictó su testamento político, por el cual se disponía que su hijo Roberto recibiera Normandía; Guillermo heredaría la corona inglesa y el hijo menor, Enrique, a falta de territorios que obtener, debía ser compensado con una muy notable cantidad de dinero con la que posteriormente adquirió el condado de Cotentin.

Por lo tanto, vemos como de manera casi idéntica, Fernando y Guillermo desgajaron sus reinos en tres lotes en favor de sus hijos que, ya pueden imaginarse, no se conformaron de la misma manera con ese reparto hereditario.

Desde que Sancho II fuera proclamado primer rey de Castilla el 27 de diciembre de 1065, su única obsesión fue recuperar el patrimonio real que consideraba suyo como primogénito y que su padre había dividido entre él y sus hermanos Alfonso y García. Apenas hubo fallecido su madre, Sancho emplazó en julio de 1068 a su hermano Alfonso a un juicio de Dios celebrado en Llantada, por el que ambos hermanos se comprometieron a que quien resultase victorioso obtendría el reino del derrotado. A pesar de la victoria castellana, Alfonso no se avino al pacto lo cual, no obstante, no fue óbice para que los dos hermanos mayores se concertaran para arrebatarle al pequeño García su reino gallego. Así, Alfonso permitió a las mesnadas castellanas transitar y avituallarse por el territorio leonés para llegar a Galicia, donde García fue apresado por el primogénito en Santarém, encarcelado en el castillo de Burgos y extrañado finalmente a la taifa de Sevilla.

Eliminado García, Alfonso y Sancho se reparten los despojos, quedando el condado de Portucale para Alfonso y el norte, para Sancho. Tras la fraternal pitanza firman una tregua puramente estratégica, pues en 1072 el castellano, con Rodrigo Díaz de Vivar como portaestandarte, marcha contra el leonés en Golpejera, derrotándolo y haciéndolo preso. Sancho entra en León el 12 de enero de 1072 con el sentimiento del deber cumplido, al unificar en su cabeza las tres coronas que su padre repartió a su muerte. Urraca convenció al nuevo Emperador para que trasladara a Alfonso del castillo burgalés al monasterio benedictino de Sahagún, de cual huyó refugiándose en la corte de su vasallo el rey al-Mamún de Toledo. La nobleza leonesa, liderada por los Ansúrez nunca aceptó al rey castellano en la corte imperial y muestra de ese descontento fue la reunión que muchos de ellos organizaron en la Zamora gobernada por la citada Urraca. Consciente del peligro que esto suponía para su gobierno, Sancho reunió a su ejército y sitió la plaza. Dejando de un lado el romancero y los cantares de gesta, lo cierto es que el rey fue apuñalado durante aquel cerco de 1072, dejando el camino libre para que Alfonso volviera de su exilio a recuperar no sólo su trono leonés. García también aprovechó el regicidio para regresar de su extrañamiento y reclamar su reino gallego, pero su todopoderoso hermano Alfonso le apresó el 13 de febrero de 1073, encarcelándolo en el castillo de Luna donde permaneció recluido hasta su muerte diecisiete años después, el 22 de marzo de 1090.  Alfonso depuso también al obispo de Compostela, Diego Peláez, leal a García, que fue acusado de conspiración «por intentar entregar el Galleciae Regnu al rey de los ingleses y de los normandos Guillermo el Conquistador, quitándoselo a los reyes de los Hispanos».​

En síntesis, un caudal relicto, tres herederos, un magnicidio, una larga condena y un claro vencedor: Alfonso VI, Impetaror Totus Hispanie.

El reparto de la masa hereditaria del normando tampoco fue del agrado de sus tres beneficiarios. En otro trasunto familiar, aunque Roberto -igual que Sancho- era el primogénito de Guillermo y Matilda, lo cierto es que no era el favorito del Conquistador, no en vano durante su mocedad había protagonizado numerosos enfrentamientos con sus hermanos Guillermo y Enrique y contra su padre, siendo expulsado de la corte de Ruan, viajando por Flandes, Alemania e Italia y llegando a enfrentarse a su propio padre en el campo de batalla. No fue por lo tanto difícil para el testador tomar la decisión de entregar a Roberto el ancestral feudo familiar en Normandía al socaire de su primogenitura, para legar la verdadera joya de la corona, nunca mejor dicho, a Guillermo Rufo. Esta división presentó un dilema para aquellos nobles que poseían tierras a ambos lados del Canal de la Mancha. Dado que el joven Guillermo y su hermano Roberto eran rivales naturales, a estos magnates les inquietaba no poder complacer a sus dos señores y, consecuentemente, perder el favor de uno u otro o, aún peor, el de ambos. La única solución, tal como la veían, era unir Inglaterra y Normandía una vez más bajo un único gobernante como había ocurrido en el reinado del viejo Guillermo. Con este propósito, la nobleza anglonormanda de la isla, liderada por el poderoso obispo Odón de Bayeux, hermanastro del Conquistador, urdió la denominada Rebelión de 1088 contra el rey Guillermo II, que sin embargo fracasó al no comparecer en territorio inglés el haragán de Roberto, lo que además fortaleció exponencialmente a su hermano Guillermo que le devolvió el golpe invadiendo Normandía tres años después, aplastando a las fuerzas de Roberto y obligándole a ceder una parte de sus tierras. También en ese conflicto intervino el tercer hermano, Enrique, quien concentró sus fuerzas en el célebre Mont Saint-Michel, donde fue sitiado, probablemente en marzo de 1091.  Un lugar sin duda fácil de defender, pero que carecía de agua dulce, por lo que se rindió cuando empezaron a escasear los recursos.  Por añadidura, la convocatoria por el papa Urbano II de la Primera Cruzada en 1095 fue la excusa perfecta para disuadir a Roberto de veleidades legitimistas. Rufo le entregó 6.600 libras en oro para que se uniera a los cruzados camino de Jerusalén y así quitárselo de encima. Sin embargo, y como ocurriese en Zamora veintiocho años antes, la muerte se cruzó inesperadamente en la vida del soberano gobernante. El Vellido Dolfos del rey Guillermo II se llamó Walter Tyrrell, un noble a quien los cronistas atribuyen la autoría del regicidio, accidental o doloso, perpetrado de nuevo en el New Forest (¿se acuerdan?) el 2 de agosto de 1100, cuando le alcanzó una flecha en el pulmón mientras cazaba. En cuanto tuvo noticia de la muerte del rey, su hermano pequeño Enrique cabalgó hasta Winchester como alma que lleva el diablo para postularse como legítimo heredero del trono vacante frente a los partidarios que defendían el derecho de Roberto, aún en Tierra Santa. Enrique sostenía su derecho en la llamada porfiroginidad de la que gozaba sobre Roberto, pues a diferencia de éste, nacido en 1051, cuando él vino al mundo (1068) lo hizo de un rey y una reina reinantes. Con este argumento legal, y respaldado por Enrique de Beaumont y Roberto de Meulan convenció a la baronía de Wessex, ocupó el castillo de Winchester, se apoderó del tesoro real y picó espuela hasta la abadía de Westminster, donde el 5 de agosto fue coronado por el obispo de Londres. Una vez que Roberto regresó de Jerusalén, los magnates anglonormandos le animaron a reclamar la corona inglesa, sobre la base del acuerdo al que había llegado en 1087 con su hermano Guillermo, de modo que en 1101 dirigió un frustrado desembarco en Portsmouth para expulsar a su hermano, renunciando después a su derecho al trono mediante el Tratado de Alton. La palabra de un normando es lábil, de modo que Enrique I, además del documento de renuncia, optó por invadir Normandía en 1105, derrotando decisivamente a su hermano Roberto en la batalla de Tinchebray, incorporando así el territorio normado a la corona inglesa. El primogénito fue encarcelado en el castillo de Devizes en Wiltshire durante veinte años antes de ser trasladado al de Cardiff, donde falleció en 1134. Sí, en efecto, exactamente igual que el rey García.

Nuevamente y en apretada recapitulación, otro valioso caudal relicto, otros tres herederos, un nuevo y misterioso magnicidio, otra larga condena y un único claro vencedor: Enrique I, Rey de Inglaterra.

Nótese que, durante nueve años, los que transcurrieron entre 1100, coronación del normando y 1109, muerte del leonés, Alfonso VI y Enrique I, verdaderos supervivientes de las intrigas hereditarias en sus respectivas familias, gobernaron coetáneamente Castilla, León, Normandía e Inglaterra aunque sin ningún contacto político, militar y, casi milagrosamente, familiar. En efecto, Guillermo de Poitiers, capellán del Conquistador, en su monumental Gesta Willelmi ducis Normannorum et regis Anglorum que narra la conquista normanda de Inglaterra, relata que dos hermanos, reyes ibéricos, se disputaban la mano de una hija de Guillermo, lo que provocó una riña entre ellos. Esto ha llevado a conjeturar que ese rey ibérico era Alfonso y la hija del normado, la prematuramente fallecida Águeda ¡Alfonso y Enrique, los herederos victoriosos de los Jimena y los Normandía, podrían haber ido, además, cuñados!

Por prodigioso que pueda parecer, esta extraordinaria convergencia vital no ha acabado aún. Después de cinco matrimonios y dos concubinatos, el único hijo varón de Alfonso VI se lo dio la mora Zaida. Un heredero, Sancho Alfónsez, que al morir tempranamente en la batalla de Uclés, generó un severo problema sucesorio, pues al elegir a su hija Urraca como heredera provocó una interminable guerra civil entre los partidarios de la reina, su segundo esposo y al menos tres facciones que no sólo se oponían a que el trono fuese ocupado por una mujer, sino que además rechazaban ese segundo matrimonio con Alfonso el Batallador:  el clero francés, que se había visto muy reforzado gracias al origen borgoñón del primer marido de Urraca y que temía perder sus privilegios e influencia; la iglesia y los magnates gallegos, inquietos por la pérdida de los derechos al trono leonés del hijo de Urraca, Alfonso Raimúndez y, finalmente, desde la misma corte burgalesa, temerosa de perder influencia ante el nombramiento de nobles aragoneses y navarros para importantes cargos públicos y como alcaides de los castillos y enclaves leoneses y castellanos.

Si Uclés puso patas arriba los reinos hispánicos, la tragedia del Blanche Nef, el barco que la noche del 25 de noviembre de 1120 naufragó en la costa normanda de Barfleur arrastrando al fondo del Canal a Guillermo Adelin, único hijo del rey Enrique I, provocó un no menor problema sucesorio en la corte inglesa al encontrase viudo desde 1118 tras la muerte de su esposa Matilde de Escocia y sin un varón legítimo. Enrique anunció que tomaría una nueva esposa en 1121, Adeliza de Lovaina, que sin embargo no logró concebir un heredero. Y como ocurriera en Castilla con Alfonso, si bien Enrique carecía de un sucesor, sí tenía una hija legítima. Y no cualquiera, pues su hija Matilda era la emperatriz del Sacro Imperio Romano Germánico por su matrimonio con Enrique V de Franconia. Tras fallecer el emperador, Matilde fue llamada a Normandía por su padre, quien concertó un nuevo matrimonio con Godofredo de Anjou que reforzase sus fronteras meridionales en Francia. Tras certificar la imposibilidad de tener más hijos legítimos varones, nombró a Matilde como su heredera, designación muy mal recibida por la baronía anglonormanda quien, tras la muerte del rey Enrique en 1135, porfió por que el primo varón de Matilde, Esteban de Blois, hijo de la hermana del rey Enrique, Adela y del Segundo conde de Blois, ocupara el sitial real al gozar, además, del respaldo de la Iglesia inglesa. En 1139, Matilde desembarcó en Inglaterra para tomar el reino por la fuerza, apoyada por su hermanastro Roberto de Gloucester y su tío David I de Escocia, mientras que su esposo se centró en la conquista de Normandía. Las fuerzas de Matilde capturaron al rey Esteban en la batalla de Lincoln de 1141, pero el intento de la emperatriz de ser coronada en la Abadía de Westminster se fraguó ante el furioso rechazo de la muchedumbre londinense. Matilde regresó a Normandía en 1148, mientras su hijo mayor Enrique se casaba con Leonor de Aquitania y recorría Europa en loor de multitudes, siendo finalmente declarado heredero de Esteban, al que sucedió en el trono inglés en 1154 como Enrique II, el primer Plantagenet de la corona inglesa, como antes Alfonso VII, el hijo de Urraca y Raimundo, había sido en 1126 el primer Borgoña de Castilla y León. Con los años, su nieto Alfonso el de las Navas se convertiría en yerno de aquel primer Angevino.

En fin, dos testamentarías umbilicalmente unidas por la sangre, el poder y la ambición, que durante gran parte del siglo XI y XII, diseñaron los mapas políticos de media Europa.

El Autor

RAÚL C. CANCIO FERNÁNDEZ (Madrid, 1970). Licenciado en Derecho por la Universidad Autónoma de Madrid y Doctor por la Universidad Rey Juan Carlos. Miembro por oposición del Cuerpo Superior Jurídico de Letrados de la Administración de Justicia, desde el año 2003 está adscrito al Gabinete Técnico del Tribunal Supremo como Letrado del mismo, destino que compatibiliza con las funciones de analista en el Equipo de Análisis Jurisprudencial del CGPJ, Relator de jurisprudencia en la delegación española de la Asociación de Consejos de Estado y Jurisdicciones Supremas Administrativas de la Unión Europea y Observador Independiente del European Law Institute.

En julio de 2013 fue nombrado Académico Correspondiente de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación. Miembro del Consejo de Redacción de la Revista Aranzadi Editorial, del panel de expertos de la Cátedra Paz, Seguridad y Defensa de la Universidad de Zaragoza y del portal divulgativo queaprendemoshoy.com, cuenta con una docena de libros editados como autor único, más veinte colectivos, y más de trescientos artículos publicados en revistas especializadas.

En cuanto a su labor docente, imparte anualmente el Practicum de la Facultad de Ciencias Jurídicas de la Universidad Carlos III, es Profesor Tutor del Máster de acceso a la Abogacía de la UNED, siendo ponente habitual en cursos y conferencias desarrolladas en el marco del Centro de Estudios Jurídicos de la Administración de Justicia.

Ha publicado también en este sitio web los artículos La behetría como negocio jurídico sinalagmáticoEl negocio jurídico diplomado y su relevancia en la historiografía condalEl siglo XII castellano: se cierra el círculo jurídicoDerecho fronterizo condal y crisis demográfica o cuando está ya todo inventadoA vueltas con la legitimación de los jueces: de Sepúlveda (1076) a Milledgeville (1812)Castilla: De condado a reino pero pasando por demarcación territorial de entidades locales y Los buenos y los malos fueros castellanos. Del Conde Sancho García al Rey Fernando II de Aragón.

3 comentarios

Carlos Cabañas 25/10/2023 - 12:07

Me parece excelentemente expuesto. Esto es historia y no las propagandas interesadas que venden algunos. Gracias.

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GABRIEL 26/10/2023 - 11:01

MUY INTERESANTE

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iSantiago 03/11/2023 - 20:07

Genialmente contado,

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