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El (incierto) número regnal en la tradición castellana y angevina

por Javier Iglesia Aparicio
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Colaboración de Raúl César Cancio Fernández

Huelga decir que ninguno de los condes de Castilla, ni de los otros condados controlados por los Téllez en Lantarón y Cerezo, los Fernández en Lara y Burgos, los Ansúrez en Monzón, los Gómez de Saldaña, o el tan vinculado condado de Álava de los Velaz, emplearon nunca el número regnal para identificarse, en primer lugar porque era innecesario dada la ausencia de reiteración nominal y, mucho más importante, porque hasta bien entrado el siglo XV, el uso de un ordinal romano para distinguir a los monarcas o magnates occidentales, era una práctica absolutamente desconocida y anacrónica, habiéndose aplicado por la historiografía un efecto retroactivo a una práctica que nunca usaron en vida, ni nadie usó con ellos de manera contemporánea.

Detalle del sepulcro del conde Sancho García de Castilla en Oña
Detalle del sepulcro del conde Sancho García de Castilla en Oña

Incluso en las monarquías asiáticas, el exotismo de los números regnales se mantiene actualmente, no en vano, tanto el emperador japonés como el príncipe heredero no tienen apellidos ni numeración alguna, solo un nombre propio que termina con el kanji 仁 (hito), de uso exclusivo en los varones de la familia imperial y que simboliza a un hombre conectando el cielo y la tierra, en alusión al origen divino de la familia imperial. En China, Corea o Vietnam, lo más común era referirse a los emperadores con sus nombres póstumos o de templo, empleándose después el nombre de era o reinado, pudiendo darse la circunstancia de que un mismo emperador sea conocido por dos o tres nombres diferentes, los cuales a su vez pueden ser repetidos por emperadores de distintas dinastías.

Pero volvamos a occidente. En el caso de que dos o más reyes hubieran compartido sucesivamente nombre, se les distinguía atendiendo al epíteto empleado por el cronista: Alfonso el Bravo frente al Emperador o al de Las Navas; Sancho el Fuerte frente al Deseado; Fernando el Santo y el Emplazado o Alfonso el Sabio y el Justiciero. Es más, si en verdad se quiere encontrar el origen de esta nomenclatura, debe acudirse a los obispos de Roma a partir de las renumeraciones de los Papas Juan XV-XIX y Esteban II-IX, en el siglo X. La numeración oficial y autoconfirmada de Juan XXI en 1215 descarta, por tanto, que el vigesimocuarto titular, Sixto Secundus, fuese el primero que añadió un número regnal a su nombre en el año 257.

En los reinos peninsulares, el primer soberano que se numeró fue Enrique de Trastámara, llamado el Impotente, mediante la acuñación a partir de 1460 de diferentes monedas de vellón (blanca, medio maravedí, cuartillo) donde podía leerse Enricvs Cartvs.

Maravedí de Enrique de Trastámara
Maravedí de Enrique de Trastámara

Esta convención retroactiva, en la monarquía castellana al menos, ha permitido ordenar históricamente con solvencia a los reyes y reinas, interiorizándose un nomen regis que, insistimos, era por completo desconocido en su momento y que sin embargo resulta hoy inalienable: Alfonso X, Fernando III, Enrique II, Pedro I o Juan II nos parecen hogaño nombres usados desde sus respectivos nacimientos.

Sin embargo, este orden lógico sobrevenido apreciable en la corona castellana no se ha producido en otras monarquías. Es de todos sabido la querencia de los Plantagenet por emparentarse con los distintos linajes hispánicos desde que Alfonso el de las Navas (VIII) contrajera en Tarazona matrimonio con Leonor de Plantagenet, hija del rey Enrique Court-manteau (II) de Inglaterra y Leonor de Aquitania.

Sepulcro de Alfonso VIII y Leonor de Plantagenet

Otro de sus hijos, Ricardo Corazón de León (I) de Inglaterra, receloso de los magnates gascones y tolosanos que dejaba atrás en su marcha a la Tercera Cruzada, pensó que un enlace con los Jimena navarros le sería de utilidad toda vez que su suegro Sancho VI podría mantener bajo vigilancia a los condados de Gascuña y Tolosa durante su estadía jerosolimitana. Así, en una pintoresca ceremonia celebrada en la capilla de San Jorge del castillo de Limasol el 12 de mayo de 1191, Ricardo Plantagenet desposó a Berenguela de Navarra bajo los oficios de un obispo normando y con el noble aquitano Guy de Lusignan como testigo. Una Berenguela, por cierto, depositaria de la estirpe condal castellana al ser descendiente directa de Muniadona de Castilla, hija del conde Sancho García y, como bien apunta DANIEL FERNÁNDEZ DE LIS en su imprescindible Los Plantagenet (2021), única reina en la historia de Inglaterra que no pisó suelo británico durante su reinado.

Escudos de las casas reales de Navarra y Plantagenet
Escudos de las casas reales Jimena y Plantagenet

Y aún restaría un tercer enlace castellano-angevino que, además, es el que nos permite advertir las singularidades ordinales de la corona inglesa en contraste con la nuestra. Juan Sin Tierra (I) de Inglaterra sucedió a su hermano Ricardo tras fallecer éste sin descendencia. Tras Juan llegó su primogénito Enrique (III) de Winchester a cuya muerte le sucedió también el primero de sus hijos varones, Eduardo Longshanks, siendo después identificado como el Primero de los eduardos ingleses. Un nombre, por cierto, que recuperaba para la corona inglesa los apelativos anglosajones en desuso desde la invasión normanda de 1066.

Si Corazón de León se casó con la infanta navarra para evitar una rebelión en la Gascuña, los temores ingleses en 1254 en esa región provenían de una posible invasión castellana, en litigio desde que Leonor de Plantagenet la llevó en dote al casarse con el de Las Navas. Esa inestabilidad en el flanco sur continental de la corona inglesa persuadió al padre de Eduardo para organizar un matrimonio políticamente conveniente entre su hijo de catorce años y la joven Leonor de trece, que era media hermana de Alfonso el Sabio (X) de Castilla por parte de padre, Fernando el Santo.​ De esta manera, la borgoña Leonor y y el angevino Eduardo se casaron el 1 de noviembre de 1254 en Las Huelgas. Al morir Enrique de Winchester el 16 de noviembre de 1272, Eduardo fue designado rey mientras participaba en la Novena Cruzada, no pudiendo ser coronado hasta el 19 de agosto de 1274 en la abadía de Westminster.

Vidriera con el escudo de Eduardo I de Inglaterra
Vidriera con el escudo de Eduardo I de Inglaterra

Y aquí es cuando surge la confusión. Como ya dijimos al inicio, Eduardo nunca fue conocido como el Primero. Los documentos oficiales se referían a él como Edwardus rex filius regis Henrici. El último de los hijos que tuvo con la infanta castellana, Eduardo de Carnarvon, fue quien finalmente heredó el trono, por lo que se le conoció no como Eduardo II sino como «Rey Eduardo, hijo del rey Eduardo». Para complicar el escenario, el siguiente rey también se llamó Eduardo, lo cual impedía usar la fórmula estándar de llamarse a sí mismo «Rey Eduardo, hijo del Rey Eduardo», porque eso ya lo era su padre. Así que los escribas y cronistas coetáneos se referían a él como «el rey Eduardo, el tercero de ese nombre que gobierna Inglaterra desde que se tenga memoria» [King Edward, the third king of that name to rule England for as long as anyone can remember].

Escudo de la casa de Wessex
Escudo de la casa de Wessex

Sin embargo, esta fórmula arrastraba un muy serio inconveniente: obviaba a los tres eduardos de la Casa Wessex que habían reinado en Inglaterra con antelación a la conquista normanda de 1066, verdadero parteaguas no ya de la monarquía inglesa, sino de la propia historia colectiva de esa nación. En todo caso, nótese que esta postergación no era, ni mucho menos, un rasgo de adanismo o desprecio a todo lo acaecido en Inglaterra antes del desembarco en Pevensy del Conquistador normando. Mas al contario, Enrique de Winchester bautizó deliberadamente a su primogénito -primer rey nacido en suelo inglés desde 1066- con el nombre sajón de Eduardo, en honor al rey San Eduardo el Confesor, uno de los santos patronos de Inglaterra y último rey sajón de su historia. Años después, cuando Eduardo Longshanks invadió Gales, su ejército marchó bajo el estandarte azul y dorado atribuido a su homónimo El Confesor.

Escudo de armas de Eduardo el Confesor de Inglaterra
Escudo de armas de Eduardo el Confesor de Inglaterra

Así pues, si Eduardo el Viejo, hijo de Alfredo el Grande, primer rey de los anglosajones a quien sucedió en el trono de Winchester en 899 hasta 924, siendo coetáneo del conde Gonzalo Fernández, fue el primer Eduardo. Si Eduardo el Mártir, hijo del monarca Edgar el Pacífico, fue el segundo de su nombre entre los años 975 y 978, en paralelo al poder condal de Garci Fernández. Y si, finalmente, Eduardo El Confesor, hijo de Etelredo el Indeciso y de Emma de Normandía y restaurador del gobierno de la Casa de Wessex después del período de dominio danés desde que Canuto conquistó Inglaterra en 1016, es el tercer Eduardo coronado, reinando entre 1042 y 1066, al tiempo que Fernando Sánchez gobernaba Castilla, ha de concluirse que el designado como Eduardo I de Inglaterra en 1272, era en realidad el Cuarto de su nombre.

En la monarquía castellana, como avanzamos, este problema de falta de concordancia ordinal se eludió al considerar la institución monárquica -dejando al margen los reinos de origen no visigodo sino carolingio de Navarra y Aragón- un continuum que, desde el germinal Pelayo asturiano hasta los Borbones actuales, pasando por el Ordoño leonés, el Sancho jimena-castellano, el Alfonso borgoño, el Enrique Trastámara, el Carlos Habsburgo, el Felipe Borbón y el Amadeo saboyano, permitió mantener una coherencia cronográfica sin Hastings disruptivos ni duplicidades territoriales. En este sentido, el problema en el Reino Unido volvió a surgir con la coronación de la reina Isabel II, ya que Escocia nunca antes había tenido una Isabel reinante. Se plantearon objeciones, y se mantuvo al uso del E II R en cualquier lugar de Escocia, lo que generó varios incidentes violentos. Desde entonces, el cifrado utilizado en Escocia en todas las propiedades del gobierno y de la Corona y en el mobiliario urbano no lleva letras, sino simplemente la Corona de Escocia. Para racionalizar este uso, Winston Churchill sugirió que en el futuro, debería utilizarse el más alto de los dos números de las secuencias inglesa y escocesa, lo que había sido el caso de facto desde las Actas de Unión de 1707: ocho de los doce monarcas desde la Ley tenían nombres nunca antes utilizados en Inglaterra o Escocia (Ana, seis Jorges y Victoria), eludiéndose el problema, y los números ingleses para los nombres de los cuatro monarcas restantes (Guillermo, dos Eduardos e Isabel) han sido consistentemente más altos y se usaron.

No hay duda pues que la heredera Leonor de Borbón deberá intitularse como la Primera de su nombre pues, en puridad, ni Leonor de Plantagenet reinó en Castilla, ni su hija Leonor casada con Jaime de Aragón, el Conquistador, o una segunda Leonor de Castilla, hija de Fernando el Emplazado, asesinada en Castrojeriz por orden de su sobrino Pedro el Cruel, ni tampoco Leonor de Trastámara, lo hicieron en los reinos carolingios de Aragón y Navarra, respectivamente. De Leonor de Guzmán, ni hablamos. Leonor de Aragón tampoco reinó en Castilla, siendo consorte del primer Juan castellano. La ya citada Leonor de Castilla enlazada con Eduardo de Inglaterra en Las Huelgas fue reina consorte de aquel país, mientras que su hermanastra asimismo llamada Leonor, hija de Beatriz de Suabia, falleció en la infancia, como lo hizo con apenas cuatro años la primogénita de la reina Berenguela y de Alfonso de León, a la que apeló Leonor como su madre. La cuarta hija de Alfonso el Sabio y Violante de Aragón, bautizada Leonor, falleció en Perpiñán a los diecinueve años. La hija mediana del segundo Juan de Castilla, y hermanastra por tanto de la que después fuera reina Isabel I, fue la primera Leonor princesa de Asturias, falleciendo apenas cumplió un año de vida. Y finalmente, la extraordinaria Leonor de Austria, primogénita de la muy cuerda Juana l de Castilla, quien se convirtió en reina consorte en las coronas de Portugal y Francia.

El Autor

RAÚL C. CANCIO FERNÁNDEZ (Madrid, 1970). Licenciado en Derecho por la Universidad Autónoma de Madrid y Doctor por la Universidad Rey Juan Carlos. Miembro por oposición del Cuerpo Superior Jurídico de Letrados de la Administración de Justicia, desde el año 2003 está adscrito al Gabinete Técnico del Tribunal Supremo como Letrado del mismo, destino que compatibiliza con las funciones de analista en el Equipo de Análisis Jurisprudencial del CGPJ, Relator de jurisprudencia en la delegación española de la Asociación de Consejos de Estado y Jurisdicciones Supremas Administrativas de la Unión Europea y Observador Independiente del European Law Institute.

En julio de 2013 fue nombrado Académico Correspondiente de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación. Miembro del Consejo de Redacción de la Revista Aranzadi Editorial, del panel de expertos de la Cátedra Paz, Seguridad y Defensa de la Universidad de Zaragoza y del portal divulgativo queaprendemoshoy.com, cuenta con una docena de libros editados como autor único, más veinte colectivos, y más de trescientos artículos publicados en revistas especializadas.

En cuanto a su labor docente, imparte anualmente el Practicum de la Facultad de Ciencias Jurídicas de la Universidad Carlos III, es Profesor Tutor del Máster de acceso a la Abogacía de la UNED, siendo ponente habitual en cursos y conferencias desarrolladas en el marco del Centro de Estudios Jurídicos de la Administración de Justicia.

Ha publicado también en este sitio web los artículos La behetría como negocio jurídico sinalagmáticoEl negocio jurídico diplomado y su relevancia en la historiografía condalEl siglo XII castellano: se cierra el círculo jurídicoDerecho fronterizo condal y crisis demográfica o cuando está ya todo inventadoA vueltas con la legitimación de los jueces: de Sepúlveda (1076) a Milledgeville (1812)Castilla: De condado a reino pero pasando por demarcación territorial de entidades localesLos buenos y los malos fueros castellanos. Del Conde Sancho García al Rey Fernando II de Aragón y Testamentarías envenenadas. Las extraordinarias identidades en los repartos hereditarios del último conde de Castilla y del primer normando en el trono de Inglaterra.

1 comentario

Medina Bendayán 26/01/2024 - 23:45

Por la misma regla de 3, el actual rey español debería llamarse Felipe V en Aragón, Valencia, Baleares y Catalunya, dado que Felipe el Hermoso (Felipe I) solo fue rey (y muy poco) en Castilla. Supongo (lo ignoro) que en Navarra tendrá otro numeral.

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