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Las sierpes o culebres en la mitología castellana

por Javier Iglesia Aparicio
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Sierpe o dragón alado según la obra Serpentum, et draconum historiæ libri duo de Ulyssis Aldrovandi (1640)

Una sierpe o culebre, también llamada cuélebre o culebrón en Asturias y León, es una especie de enorme serpiente con alas de murciélago, ojos rojos y escamas. Es un tipo de dragón que es abundante en todo el norte de la península Ibérica y suele habitar en acantilados, cuevas, fuentes subterráneas, lagunas y otros lugares lúgubres donde guarda o custodia algún tipo de tesoro. Se dice también que, en algunos casos, las alas van creciendo con el tiempo y solo cuando han pasado varios siglos son capaces de remontar el vuelo. Aprovechan entonces para volar hacia el mar con sus tesoros.

Fragmento de un representación de una sierpe que se hallaba en una casa de la calle de la Sierpe (Valladolid) derribada en 1882. Actualmente en el Museo de Valladolid.

Dice la tradición que emiten fuertes silbidos así como fuego por sus fauces y, cuando están hambrientos, suelen atacar tanto a animales como a hombres, por lo que no es recomendable habitar en las proximidades de sus guaridas.

En la mágica noche de San Juan, las sierpes pierden sus poderes, lo que ofrece un buen momento para adentrarse en sus refugios y tratar de rescatar a prisioneros o robar sus tesoros. Sin embargo, en la noche de San Bartolomé (24 de agosto), sus poderes se acrecientan y salen dispuestas a sembrar el terror en sus cercanías. Son varias las cuevas y lagunas señaladas como guaridas de sierpes en la zona castellana. Veamos algunas de ellas.

La Cueva del Culebre (San Vicente de la Barquera, Cantabria)

Esta cueva, situada muy cerca de la costa, en el término de Santillán, ha sido tradicionalmente un lugar de habitación de este ser mitológico. En la década de los años 40 del siglo XX fue vaciada sistemáticamente por buscadores de tesoros que formaron un gran túmulo en su acceso con los materiales extraídos de su interior. Se han hallado restos arqueológicos del Paleolítico Inferior y del Mesolítico.

Cuenta una leyenda que los vecinos dejaban como tributo anual a una doncella para que fuera devorada por el cuélebre que habitaba en ella, y así evitar males mayores. Pero en una ocasión, la joven elegida para ser sacrificada invocó fervorosamente al apóstol Santiago para que la salvara. Al poco tiempo, la sierpe comenzó a sufrir la ira divina: sus escamas se gangrenaron y cayeron, dejándola desprotegida. Justo cuando iba a devorar a su presa, la sierpe fue fulminada por la intervención del apóstol. Derrotada, se refugió en su cubículo y no volvieron a reclamar ningún tributo más. Dicen los lugareños que aún se pueden ver las huellas del caballo de Santiago en las cercanías, que en realidad son fósiles de requenias.

Cueva del Culebre (San Vicente de la Barquera)
Cueva del Culebre (San Vicente de la Barquera)

La sierpe de Peñacastillo (Santander, Cantabria) y otras sierpes cántabras

Según la leyenda, un obispo granadino llegó a Peñacastillo escapando de la persecución musulmana allá por el siglo X. Llevaba consigo un suculento tesoro que escondió, con la ayuda de un esclavo, enterrándolo en una cueva para prevenir que fuera robado. Poco tiempo después, el obispo falleció. Un descendiente del esclavo, pasado el tiempo, se encontró en Sevilla con un hombre que venía de Santander, al que le ofreció información sobre el tesoro que se hallaba en una cueva si, a cambio, lo liberaba.

Alrededor del siglo XVI, la leyenda sobre el tesoro continúa, aunque esta vez describiendo a la sierpe mitad humana, mitad serpiente. Un italiano llamado Antonio María Romano llegó a Peñacastillo, quien realizó investigaciones en la zona. Al poco, se le apresó por espionaje, siendo encarcelado en San Sebastián. Felipe II, al conocer la leyenda, liberó al prisionero y financió una expedición para que el italiano invocara al monstruo y se hiciera con su tesoro. Sin embargo, se dice que cuando el reo entró en la cueva huyó aterrorizado, sin tesoro alguno y sin saberse más de él. Hoy en día, sobre ella se alza la Iglesia de San Lorenzo.

No parece que las sierpes hayan abandonado aún las oquedades cántabras pues existen noticias relativamente recientes de avistamiento en al menos cuatro cuevas. En la segunda mitad de los años 60 del siglo XX corrió el rumor de que en una zona cenagosa cercana al cruce de carreteras de Sarón se había avistado una enorme serpiente y que se podían ver lo movimientos de sus aguas provocados por la respiración de la sierpe.

En la cueva de Valdició lo que había era una sierpe voladora que fue avistada en la primavera de 1970. El monstruo tenía un cuerpo de serpiente de enormes dimensiones con alas y una cabeza similar a una vaca; emitía silbidos fríos y penetrantes y saltaba desde el pie de la Peña de las Espinas, donde se hallaba la cueva, hasta el río. Parece que todo fue un ardid de una pasiega para proteger un productivo setal.

También la localidad de Matienzo se contaba a los niños que en la cueva de Orilla Mijeo habitaba una gran serpiente con el objetivo de evitar se acercaran a la cavidad.

La última aparición conocida fue entre los años 1976 y 1982. La gran serpiente de Secadura fue avistada en un río acompañada de otras serpientes más pequeñas. Tenía con el grosor de un tronco y emitía unos ruidos espantosos mientas atacaba a las vacas que pastaban en los prados cercanos.1

La sierpe del Pozo Curavacas (Vidrieros, Palencia)

El pequeño lago del Pozo Curavacas se encuentra situado en el macizo de Fuentes Carrionas, a los pies del pico del mismo nombre que con 2.524 m se considera la mayor elevación de la montaña palentina. Y también el hogar de una monstruosa sierpe de la que se cuentan al menos dos leyendas distintas.

Pozo Curavacas (Vidrieros, Palencia)
Pozo Curavacas (Vidrieros, Palencia)

En la primera versión, recogida por Laurentino Ruesga Herreros,2 los protagonistas son una pareja de amantes. Él es un moro que, prófugo de las luchas de Reconquista, quiere volver a su tierra. Ella es una cristiana que le sigue ciegamente, renunciando a su casa y a su familia, y está dispuesta a renunciar también a su religión. Los dos amantes se dirigen hacia costa y deben atravesar las escarpadas cumbres del Curavacas. Antes de iniciar el ascenso ven el hermoso lago. La quietud de sus aguas y su transparencia cristalina les sorprenden y se detienen a descansar un instante.

La doncella se inclinó sobre las aguas para contemplar su belleza, ve reflejado su rostro y el del musulmán que la sigue. Entonces, de repente, una nube blanca parece salir del centro del pozo y se coloca sobre la superficie. Las aguas empiezan a oscurecerse y agitarse, el lago parece rugir embravecido. Paralizados por la sorpresa no son capaces de alejarse. Una colosal serpiente surge entonces de lo más profundo y amenaza con tragarlos; a la vez que un ruido como de oleaje de mar enfurecido rodea toda la escena,

EI agua empieza a crecer y se forma un barro cenagoso. La joven, inmóvil hasta entonces, resbala y las aguas la arrastran hacia dentro. De lo más profundo aparece la monstruosa serpiente saltando con furia. El ruido se hace ensordecedor a la vez que el moro intenta desesperadamente salvarla. En Vidrieros y en todo el valle de Pineda se oyen sus gritos. Pero sus esfuerzos son vanos. Las aguas engullen el cuerpo mientras la serpiente se sumerge en el abismo. Todo ha sucedido rápidamente.

El moro llora postrado a la orilla del lago y durante horas repasa su vida, El trágico suceso le hace comprender que todo ha sido un castigo a la fe de la doncella que estaba dispuesta a renunciar a sus creencias cristianas por seguirle. Inicia, entonces, un largo camino: el del arrepentimiento por sus pecados y el de la meditación interior sobre la fe cristiana que había empezado a conocer de boca de su amante. Poco tiempo después es bautizado y decide dedicar el resto de su vida a la penitencia, por lo que se retira a una cueva para vivir como anacoreta. No mucho después, muere sin dejar de pensar en el trágico fin de su compañera que reposa en el fondo del pozo.

Se dice que, desde entonces, en las más crudas noches de invierno se oye bramar al misterioso lago, a la vez que sus aguas se oscurecen, se agitan y el horrible abismo escupe las entrañas de los desgraciados allí ahogados. También se dice que está comunicado con el mar y que cuando hay allí tormenta, la horrible serpiente del fondo aparece nuevamente, como si desease capturar otra víctima y arrastrarla con ella a las profundidades marinas donde vive.

La segunda versión la transmite Juan Díaz Caneja en su obra Cumbres Palentinas (1915). En esta ocasión el protagonista es un carretero de la localidad leonesa de Llánaves de la Reina que fue sorprendido por una fuerte una cellisca cerca del lago Curavacas. Dejó a su hijo y a la yunta de bueyes bien protegidos y se fue a buscar ayuda al pueblo más cercano. Pero se perdió y acabó pasando la noche a la intemperie a orillas del lago Curavacas mientras se protegía de la nieve con su manto.

De repente del lago se alzó una altísima nube y comenzaron a agitarse su aguas formándose un profundo abismo del que emergió una monstruosa serpiente. El carretero, muerto de miedo, invocó entonces a San Lorenzo, ofreciéndole diez libras de cera si salía con vida de tal infernal situación. Gracias a ello la sierpe volvió a las profundidades de la laguna y el carretero logró llegar a la localidad leonesa de Cardaño de Arriba donde, para su sorpresa, se encontró también a su hijo quien juraba que una mano de un resplandeciente San lorenzo le había llevado hasta allí. El santo además le había encargado un recado: decir a los de Llánaves que cada año, para librarse de las almas en pena, debían dar a Cardaño diez libras de cera.

Otras lagunas como la laguna Grande Gredos (/Ávila) o la laguna Negra de Urbión (Soria) tienen leyendas de monstruos reptilianos de grandes dimensiones saliendo de sus profundidades.

Sierpes burgalesas: La épica castellana y algunos santos

La sierpe se puede asimilar como el aspecto que el dragón toma en la épica y las leyendas castellanas. El ejemplo más claro es el de la sierpe de la Cueva del Agua de Basconcillos del Tozo (Burgos) que fue derrotada nada más ni nada menos que por el Cid Campeador. Su iglesia conserva un dibujo del supuesto monstruo.

Cueva del Agua. Basconcillos del Tozo
Cueva del Agua. Basconcillos del Tozo
Mural de la iglesia de Basconcillos del Tozo
Mural de la iglesia de Basconcillos del Tozo

Y también son sierpes los infernales monstruos invocados (sierpes ensangrentadas) por oscuros hechiceros musulmanes en la fabulosa batalla de Hacinas protagonizada por el conde Fernán González y que nos ha transmitido el Poema de Fernán González. Posiblemente una representación suya sea la procedente del mural románico de San Pedro de Arlanza (Burgos).

Dragón. Pintura mural de San Pedro de Arlanza
Dragón. Pintura mural de San Pedro de Arlanza (Burgos)

Otra sierpe burgalesa está relacionada con el santo San Vitores o San Víctor de Cerezo de Río Tirón. Tras haber derrotado a los musulmanes, el Santo, llevando su cabeza decapitada en la mano, guiaba a los vecinos de Cerezo hacia Cubillas. Llegado un punto, San Vítores golpeó el suelo y surgió un manantial. Al poco apareció una sierpe a la que los soldados no quisieron enfrentarse. Tuvo que el ser el propio santo quien, con una voz portentosa, ordenó al monstruo que se retirase en el nombre de Dios. Al poco, los soldados excavaron un sepulcro para el santo en la cueva cercana a Cubillas.

Otro santo, San Íñigo, abad de Oña (1034 – 1068) también es famoso por haber enfrentado lucha mediante la oración y la hoguera para aniquilar un malvado serpentón.

Por último, como detalle singular, existe una hermosa y a la vez tosca representación de este combate épico entre caballero y sierpe o dragón que ha llegado a nosotros en el tímpano de la iglesia de Puentedey (Burgos) donde, a buen seguro, se trata de contar alguna tradición ya perdida de cómo se venció a una sierpe que seguramente vivía cobijada bajo el hermoso puente natural sobre el que está situado el pueblo.

Puentedey (Burgos)
Puentedey y su puente natural sobre el río Nela
Guerrero contra una sierpe. Puentedey
Guerrero contra una sierpe. Puentedey

Otras sierpes castellanas

Son muchas más las leyendas de sierpes en el ámbito castellano, como la que se recoge en la localidad abulense de Pedro Bernardo. Cuenta la historia de una enorme sierpe que acudía a beber las aguas del río Tiétar y se alimentaba del ganado que pastaba en las cercanías de la cueva donde custodiaba su tesoro. Los hábiles habitantes de este pueblo lograron deshacerse de ella al llenar un pellejo con yesca encendida en su interior. Cuando la sierpe se lo tragó, se incendiaron sus entrañas y murió mientras trataba de alcanzar las aguas del río.

En el pueblo soriano de Suellacabras, menciona que el diablo andaba por aquellos lares en forma de bicha o sierpe. Resulta que recorría el apóstol Santiago estas tierras en las cercanías de la Sierra del Almuerzo. Llegando a estos parajes le sale al paso una bicha, un horrible dragón que comenzó a perseguirle con malvadas intenciones. Por más que Santiago aguijoneaba su montura, la sierpe se acercaba cada vez más. Es entonces cuando Santiago divisa el cenobio de San Caprasio de Suellacabras recortándose en el horizonte. Se dirige hacia allí y golpea nerviosamente la puerta con las patas del caballo, dejando allí las huellas de los cascos. Fue el mismo Caprasio quien abrió la puerta dando refugió seguro a Santiago. Aun pueden buscar las huellas del caballo de Santiago o buscar en el suelo del atrio del templo, una piedra milagrosa la cual, una vez besada por la moza soltera, hacía el milagro de encontrarle novio, así por lo menos lo asegura la tradición.

  1. Fernández, Acebo, Virgilio: El monstruo de la cueva de Valdició y otras tres leyendas recientes sobre serpientes y dragones, 1987, Boletín Cántabro de Espeleología 8. ↩︎
  2. Ruesga Herreros, Larentino: Las leyendas del lago Curavacas, Publicaciones de la Institución Tello Téllez de Meneses, ISSN 0210-7317, Nº. 68, 1997, págs. 409-462 ↩︎

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