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La batalla de Atapuerca fue un enfrentamiento acaecido el 1 de septiembre de 1054 en un campo a las afueras de la homónima localidad burgalesa. Combatieron las tropas de Fernando I de León y conde de Castilla contra las de su hermano García III Sánchez de Pamplona y Nájera, apoyado por las tropas de los reinos taifas tributarios.
Fernando I venció la batalla y el rey pamplonés falleció por las heridas recibidas durante el enfrentamiento.
Antecedentes y causas de la batalla de Atapuerca
Tras la muerte del conde García Sánchez de Castilla en León en 1028, Sancho III de Pamplona ocupó el condado de Castilla en nombre de su esposa. A su muerte, en 1035, Sancho dividió sus dominios entre sus hijos. García Sánchez III heredó el reino patrimonial de Pamplona, más el gran parte del condado de Castilla incluyendo Álava, y la parte más occidental de Castilla: Montes de Oca, La Bureba, Trasmiera y Las Merindades, entre otros territorios.
Fernando I gobernaba solo un condado castellano bastante mermado. Pero su suerte cambió cuando tras vencer a Bermudo III de León en la batalla de Tamarón (1037) se convirtió en rey de León. Aunque en principio las relaciones con su hermano fueron cordiales, parece que, tras varias décadas, se deterioraron y Fernando I buscaba recuperar la extensión original del condado de Castilla. Mientras tanto, García III había segregado Álava de Castilla y había realizado numerosas donaciones de territorios de sus dominios castellanos a monasterios de su órbita. También había creado una sede episcopal en Álava independiente de los obispados castellanos de Valpuesta y Oca.
Por lo tanto, la causa más probable del enfrentamiento fue la pretensión de Fernando de recuperar esos territorios que, anteriormente, habían pertenecido al reino de León, seguramente azuzado por las quejas de los nobles castellanos que veían como habían perdido algunas propiedades y disminuía su poder frente a los nobles pamploneses.
Sin embargo, las fuentes históricas más cercanas al conflicto justifican la batalla por razones, digamos, más emocionales. La Historia Silense, escrita unas décadas más tarde, se centra en la envidia que el rey García tenía hacia su hermano tras haber sido coronado rey de León. Debemos tener en cuenta que García era el primogénito y seguramente se sentía superior a su hermano. El hecho decisivo, siguiendo esa fuente, es que el rey García enemistó a su hermano Fernando cuando este le visitó en Nájera durante su enfermedad y los pamploneses trataron de aprehenderlo sin éxito. Tiempo después García visitó a su hermano en León, con intenciones poco claras y Fernando, iracundo, lo encerró en el castillo de Cea. A los pocos días, García pudo escapar y comenzó a preparar la guerra contra su hermano solicitando además la ayuda de los reinos taifas que le eran tributarios como Zaragoza.
Fuentes históricas
Son numerosas las fuentes históricas que nos han hecho llegar este hecho. Varios anales confirman la muerte del rey pamplonés en la batalla, aunque dan diferentes fechas: Los Anales Castellanos Segundos y los Anales Complutenses el jueves 1 de febrero del 1038 y del 940 respectivamente, obviamente errando en el año; los Anales Compostelanos (redactados en el siglo XIII) nos dan el 1 de septiembre de 1054, indicando que fue Sancho Fortuñones quien asesinó a García III, un soldado a cuya esposa había mancillado.
Un documento de Ramiro I de Aragón del 10 de octubre del 1054 confirma la fecha del 1 de septiembre del 1054 para la batalla:”[…] in Era TLXLII […]. In hoc anno occisus fuit rex Garsia in Ataporca die Kalendas Septembris”.
Pero es la Historia Silense o Legionense, escrita pocas décadas después de los hechos, la que más detalla tanto las causas como el desarrollo de la contienda:
[…] A más de esto, la amplitud de su reino había excitado el ánimo de su hermano García, y desde la fraternal unión le había llevado hasta el colmo de la envidia. Así, el rey Fernando, impelido por tales razones, nada llevó a cabo peleando fuera de sus lindes contra gentes extrañas, por espacio de dieciséis años. […] Luego, cuando la administración del reino de Fernando rey, acrecentada con hijos, leyes y milicias, parecía bastante próspera y bastante pudiente, según de ordinario se sufre por parte de los mortales, entre él y su hermano García nació, en razón de esta opulencia, la envidia.
Por lo demás, como Fernando se descubriese en todo manso y humano, aborreciendo desgarrarse por natural benignidad y acostumbrada piedad suya, se había propuesto en su interior conllevar a todo trance los fingimientos y envidia de su hermano, en forma que ni aun pudiera ser provocado a ira por él; o sea, tomando a gloria propia vencer siempre la envidia fraterna. Así, cuando García cae enfermo en Nájera, el rey Fernando, conmovidas sus entrañas fraternales, apresúrase a verlo; y había llegado hasta él, cuando, puestos de acuerdo para prender al rey, se arman asechanzas mutuamente; mas una vez que ello se frustró, impidiendo el temor tan gran cosa, Fernando rápidamente se retrajo a su país.
Mas ocurrió que, a la inversa, enfermando Fernando, el rey García se acercase a él humildemente, ya en demanda de gracia por tan gran crimen o con motivo de la enfermedad. A mí, sin embargo, me parece que antes bien por madurar la frustrada fechoría que por consolar al hermano en la enfermedad viniese García; como que, a fin de apoderarse él solo del reino, deseaba solamente que le hubiese dado una enfermedad, mas que saliera él en absoluto de este mundo: ¡Así juzgan dentro de sí las ávidas mentes de los reyes! A quien luego que vio el rey Fernando, impelido por la ira, manda encarcelarlo en Cea, de donde, evadiéndose con astucia pasados algunos días, volvió a su propia tierra con algunos militares prevenidos ocultamente. García, desde entonces agrio y furioso, empezó a buscar abiertamente ocasiones de guerra y, sediento de la sangre fraterna, a devastar hostilmente las fronteras del mismo a que podía llegar.
Oído lo cual, el rey Fernando, juntando inmenso ejército desde los confines de Galicia, avanza a vengar la injuria del reino. Mientras tanto, envía al rey García emisarios idóneos, a fin de que, dejados sus confines, gozase de paz y no presumiera de contender con él con espadas mortíferas, pues eran hermanos, y, por tanto, convendría vivir cada uno tranquilamente en su reino. Sobre esto le predice que no podría sostenerse contra tal multitud de soldados.
Finalmente, el rey García, feroz y animoso, oída la embajada y despreciando la clemencia de su hermano, manda salir del campamento a los emisarios; y al punto, añadiendo amenazas, díceles que, vencido su señor, tanto a ellos como a los compañeros que sobrevivieren a la pelea arrastraría a su país como rebaños. Así confiaba García en sus fuerzas; porque en aquel tiempo, aparte el poder real, era tenido como militar insigne entre todos sus militares: ciertamente, estaba hecho a desempeñar en toda guerra a la vez los oficios de militar valiente y de buen general. También había ligado a sí grandísima turba de moros, que por razón de alarma había reclutado para la batalla. Luego, por uno y otro se designan día y lugar para la desgraciada pelea.
Mas ya García tenía puesto su campamento en medio del valle de Atapuerca, cuando de noche los militares del rey Fernando se apoderan, a la parte de arriba, de un collado próximo. Por cierto que estos militares, siendo en su mayoría parentela del rey Bermudo, cuando se percatan del vivo deseo de su señor de coger vivo a su hermano más bien que muerto, según creo por instigación de la reina Sancha, anhelaban singularmente vengar por sí la común sangre. Llegada así la mañana y como asomase el primer rayo de sol entre las ondas, ordenados los batallones, fuerte clamor se alza por ambas partes; arrójanse de lejos los enemigos dardos, y de cerca se manejan las espadas mortíferas; por fin, la cohorte de fortísimos militares de que hablé antes, echándose encima desde lo alto a rienda suelta y cortando a través de las filas lanza en ristre, convergen todo su ímpetu contra el rey García, a quien traspasado precipitan exánime del caballo en tierra; en cuyo combate dos de los grandes militares de García son matados con él. Aún los moros que habían entrado en batalla, mientras intentaban ponerse en fuga, son cautivados en gran parte. Mas el cuerpo del rey García se entrega a la sepultura en la iglesia de la bienaventurada María, en Nájera, que él había construido devotamente desde sus cimientos y adornado pulcramente con plata, oro y vestiduras de seda: Era 1092 (Año 1054), en las calendas septiembre (1 de septiembre).
Sí tenemos noticias de la presencia de Fernando en la corte pamplonesa en el menos dos ocasiones: con motivo de la confirmación (1044) de la dotación del monasterio de San Julián de Sojuela, quizá en el curso de una entrevista para solventar sus posturas antagónicas en las guerras entre los régulos moros de Zaragoza y Toledo; y de nuevo coincidieron ambos reyes en la fundación de Santa María de Nájera (12 de diciembre de 1052). Por lo tanto es posible que fuera a partir de 1052 cuando comenzaron las enemistades entre sendos hermanos.
El desarrollo de la batalla de Atapuerca y la muerte del rey García III
Ambos ejércitos se encontraron en el campo de Atapuerca, a pocos kilómetros de Burgos, donde García III había asentado su campamento. Durante la noche, antes del inicio de la batalla un grupo de caballeros de Fernando se apoderaron de un collado próximo, ocultándose a las tropas pamplonesas y taifas. Y ya por la mañana, a la salida del sol, los ejércitos se dispusieron a enfrentarse.
La contienda fue dura, utilizándose dardos y espadas. En un determinado momento los caballeros antes citados acometieron, lanza en ristre, contra las tropas de García dividiendo sus haces. Su objetivo era el propio rey de Pamplona y su guardia de nobles. Los leoneses consiguen impactar al rey y derribarlo de su montura, matando además a algunos de sus más fieles caballeros. Vista la situación, las tropas taifas se retiran de la batalla aunque muchos fueron capturados.
Según la Historia legionense o silense, Fernando había dado orden de no matar a los nobles pamploneses, incluyendo el rey. Pero está orden, evidentemente, no se cumplió. García III falleció como consecuencia de las heridas así como dos importantes nobles pamploneses. Quizás uno de ellos fue Munio Muñoz, conde de Álava.
Crónicas posteriores como la Najerense o el Chronicum Mundi de Lucas de Tuy dicen que estos caballeros tenían lazos de sangre con el difunto Bermudo III y que habían sido arengados por Sancha, esposa de Fernando I y hermana de Bermudo. Sin embargo los ya tardíos Anales Compostelanos dicen que el autor del asesinato fue Sancho Fortún, un noble pamplonés que había sido ofendido por el rey al mancillar a su esposa. Su consejero San Íñigo, abad de Oña, puede que acompañaran en estos últimos momentos al rey.
Los restos mortales de García III fueron enterrados en la iglesia de Santa María de Nájera. Las tradiciones locales de Atapuerca aseguran que en la entrada de la sacristía de la cercana iglesia de Agés había una lápida que indicaban que allí habían sido enterrados las entrañas del rey muerto, quizás ante de trasladar el resto del cuerpo hasta Nájera.
Hoy en día se celebra anualmente una recreación histórica en la que participan los vecinos de Atapuerca.
Consecuencias de la batalla de Atapuerca
La principal consecuencia fue la proclamación de Sancho IV, hijo de García, como rey de Pamplona y Nájera en el mismo campo de batalla. Sancho IV era aún menor de edad y estuvo tutelado por su madre Estefanía. El reino de Pamplona evitó durante un tiempo nuevos enfrentamientos con el reino de León.
Fernando I recuperó algunos territorios del antiguo condado castellano, aunque no es posible determinar con exactitud cuales. No será hasta el gobierno de Sancho II cuando se recuperen los territorios castellanos perdidos.
Por otro lado, asegurada la frontera con Pamplona, Fernando I pudo dedicarse a extender su reino a costa de los reinos de taifas, atacando a las taifas de Badajoz y Zaragoza y ampliando hacia el sur los límites de su territorio.
El menhir de Fin de Rey
Existe un monumento conmemorativo de la batalla en Atapuerca en el lugar donde falleció García III. Se trata de un menhir megalítico con una inscripción añadida en 1954. Es el denominado Fin de Rey.