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Dos bodas y miles de funerales. Alianzas matrimoniales y génesis de los nuevos reinos en Inglaterra y Castilla durante el siglo XI

por Javier Iglesia Aparicio
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Diurnal de Fernando I y Sancha. fol. 6v

Colaboración de Raúl César Cancio Fernández

Dicen que el matrimonio te cambia la vida. En el diálogo entre Lotario y Anselmo de El curioso impertinente, la pieza intercalada en El Quijote, Lotario refiere que «el divino sacramento del matrimonio, con tales lazos, tiene tanta fuerza y virtud que hace que dos diferentes personas sean una mesma carne». Pues bien, en ocasiones, no sólo cambia la vida de los contrayentes, sino que también transforma la historia y la realidad.

El siglo XI fue escenario de dos enlaces que seguramente afectaron profundamente a los desposados, pero infinitamente más a la historia de dos instituciones tan estructurales en la Europa del año 1000 como eran el reino de Inglaterra y el que estaba por llegar en Castilla.

Es pacífico considerar que la corona inglesa fue por vez primera ceñida en la cabeza de Æþelstan de Wessex (c. 894-939), quien fuera capaz de someter a los cuatro reinos más importantes que se habían consolidado en Inglaterra tras la retirada de Roma de Britania, las invasiones de jutos, anglos y sajones y la llegada de los vikingos. Esos reinos eran Wessex, Mercia, Northumbria y Anglia Oriental, convirtiéndose en el primer soberano del sur en lograr el señorío sobre el norte de Britania, heredando además su autoridad sobre los reyes galeses gracias a su padre, Eduardo el Viejo.

Blasón de la Casa de Wessex

Blasón de la Casa de Wessex

Este monarca germinal falleció en el año 939 soltero y sin descendencia, por lo que la corona pasó a manos de su medio hermano Edmundo I (c. 920-946), que sólo pudo ocupar el trono inglés durante siete años, al ser asesinado en Pucklechurch el 26 de mayo de 946. Dada la corta edad de los hijos del rey finado, le heredó su hermano menor Eadred (c. 923-955) cuya mala salud le llevó a la tumba con poco más de treinta años y también sin descendencia, siendo sucedido por sus sobrinos, los hijos pequeños del referido Edmundo. Eadwig (c. 940-959) se coronó a los quince años, gobernando las tierras al sur del Támesis y su hermano Edgar (c. 944-975), las del norte. Cuando murió Eadwig en 959, Edgar asumió el poder sobre todo el territorio inglés durante dieciséis pacíficos años. El por ello llamado Pacificador engendró dos hijos con dos mujeres distintas: Eduardo (c. 962-978), hijo de Æthelflæd (c. 960), noble anglosajona y Æthelred (c. 966-1016), nacido de Ælfthryth (c. 945-1000), la hija del Ealdorman de Devon.

La muerte de Edgar en 975 desató una virulenta disputa entre los partidarios de sus dos hijos menores supérstites. Eduardo contaba con el estimable apoyo de Dunstan (c. 909-988), arzobispo de Canterbury y de Æthelwine (c. 992), Ealdorman de Anglia Oriental, mientras que Æthelred tenía el poderoso respaldo de la familia de magnates de su madre y del obispo de Winchester, Ethelwold (c. 904-984). Finalmente fue Eduardo el que accedió al trono en julio de 975 en medio de profundas tensiones dinásticas que culminaron con su asesinato en el castillo de Corfe el 18 de marzo de 978, fortaleza de su madrastra Ælfthryth, quien nunca aceptó que su hijo Æthelred no fuese el proclamado sucesor de Edgar. La vileza del magnicidio le granjeó la conización en 1008 como San Eduardo el Mártir.

San Eduardo mártir
San Eduardo mártir

De esta forma, y sin cumplir los doce años accedió al trono Æthelred, siendo tutelado en esos primeros años de reinado por su artera madre y el influente obispo de Winchester.

A mediados de la década de 980 contrajo matrimonio con Ælfgifu de York (c. 1001), una noble del norte con quien tuvo al menos diez hijos, entre ellos Edmundo Ironside (c. 990-1016), sobre el que más adelante nos detendremos.

A partir del año 1001 concurrieron dos circunstancias trascendentales para la historia de Inglaterra y Europa. De una parte, el fallecimiento de Ælfgifu de York y, de otra, las constantes y cada vez más violentas arremetidas vikingas que se sucedieron desde finales del siglo X. Su viudez y la insoportable amenaza escandinava orientaron su política de alianzas al otro lado del Canal de La Mancha, donde los normandos -descendientes de invasores escandinavos de las costas atlánticas francesas- habían creado un ducado que mantenía una relación simbiótica con las mesnadas vikingas de cuyos puertos zarpaban para sus incursiones sobre Inglaterra. Fracasadas las iniciativas bélicas y diplomáticas desplegadas por la corte de Wessex en Normandía, Æthelred optó por la vía parental, solicitando al duque Ricardo I (938-996) la mano de su hija Emma (987-1052), con quien contrajo matrimonio en 1002.

Una hibridación de linajes inicialmente proyectado para paliar la amenaza de una invasión vikinga y que, sin embargo, permitiría otra disruptiva y definitiva invasión que cambió para siempre la historia de Inglaterra.

La reina Emma recibiendo el Encomiun Emmae Reginae (British Library)

La reina Emma recibiendo el Encomiun Emmae Reginae
(British Library)

En ese primer tercio del siglo XI, como dijimos al inicio, otro casamiento celebrado más al sur iba a transformar también el mapa político de Hispania.

En efecto, circa 1027, puede inferirse de la diplomatura conservada en la abadía de Santillana del Mar que el joven conde García Sánchez (1008-1029) actuaba ya como gobernante autónomo del condado de Castilla sin la supervisión el obispo Pedro o de sus influentes y poderosas tías paternas (Urraca, Toda, Elvira, Mayor y Oneca). Hay que recordar que su padre, el conde Sancho García (c. 965-1017), se había emparentado con la nobleza de Saldaña, Carrión y Liébana al contraer matrimonio con Urraca Gómez (c. m. 1039). A su vez, su abuelo, Garci Fernández (c. 938-995) había estrechado vínculos políticos y familiares con los territorios del noreste peninsular de la mano de Ava de Ribagorza (c. 942-995), como una generación antes lo había hecho el conde Fernán González (c. 910-970) con Navarra a través de Sancha de Pamplona (c.m. 960) y Urraca Garcés (c.n. 940).

Examinadas las vinculaciones políticas y territoriales derivadas de esa estrategia de compromisos nupciales no es extraño que para el joven conde se diseñara un enlace matrimonial que acercara el condado de Castilla a la corona leonesa -ambas instituciones amenazadas por el expansionismo navarro- cuyo titular, Alfonso V (c. 994-1028), tenía una hija en edad de ese menester fruto de su matrimonio con Elvira Menéndez (c.m. 1022), miembro de la nobleza luso-galaica.

El año 1029 es posible que fuese el elegido para la ceremonia, que se celebraría en la iglesia de San Juan y San Pelayo (desde 1063 San Isidoro), con presencia de Sancho III de Navarra (c. 992-1035), cuñado del conde al estar casado con Muniadona de Castilla (995-1066) y cuya presencia en León reforzaba la legitimidad del enlace, mostrando el respaldo navarro a la unión entre el condado de Castilla y el reino de León.

Lo que pasó antes del desposorio es de todos sabido por lo que no nos detendremos en los detalles. Lo cierto y verdad es que, tras el condicidio, el rey navarro reclamó su derecho sobre el condado en nombre de su esposa Muniadona, hermana del difunto. Sancho III delegó nominalmente a su hijo Fernando la titularidad del condado, apareciendo como tal por vez primera en una donación diplomada el 7 de julio 1029, aunque casi siempre acompañado de la rúbrica de su padre.

Sepulcros del monasterio de Oña, entre los que se encuentra el del conde García Sánchez de Castilla
Sepulcros del monasterio de Oña, entre los que se encuentra el del conde García Sánchez de Castilla

Tres años después, seguramente en Burgos, se celebró, esta vez sí, la boda que, como ocurriese en la celebrada en Winchester en 1002, iba a suponer nada menos que el nacimiento de un nuevo reino hispano. En efecto, Sancha de León (c. 1018-1067), la frustrada novia que quedó viuda antes incluso de poder serlo, contrajo matrimonio con Fernando, engendrando a cinco hijos: Urraca, Elvira, Sancho, Alfonso y García, sucesores en una herencia que valía un reino.

Escudo de Castilla
Escudo de Castilla
Escudo de León
Escudo de León

Tenemos pues dos bodas prácticamente coetáneas y, en principio, inocuas más allá de los propósitos políticos coyunturales, en el caso del rey inglés, lograr una alianza con los normados ante el asedio vikingo de sus costas y, en el ámbito castellano, por el cálculo del monarca navarro en vincular Castilla con la casa real leonesa, reforzando el prestigio dinástico de su hijo al convertirse en cuñado de Bermudo III (1017-1037).

Sin embargo, las vicisitudes que sobrevinieron a estas dos alianzas matrimoniales las transformaron en dos hitos insoslayables y determinantes del devenir histórico de ambas naciones.

Volvamos a la Inglaterra de 1002, en la que se acababan de casar en segundas nupcias el rey Æthelred II con Emma de Normandía. De esta unión nacieron Eduardo, Alfredo (muerto con apenas un año) y Goda.

A pesar de la alianza matrimonial y política con Normandía, el hostigamiento de los daneses sobre Inglaterra no sólo no remitió, sino que se incrementó alcanzando su cénit en 1013, cuando el rey Svend I de Dinamarca (c. 963-1014) lanzó una invasión con la intención de coronarse rey de Inglaterra. A finales de ese año, la resistencia inglesa se había derrumbado y prácticamente la nación se hallaba sometida al invasor vikingo, lo que obligó a Æthelred a exiliarse en Normandía al cobijo de su familia política. Pero la situación cambió repentinamente al fallecer Svend el 3 de febrero de 1014, sucediéndole su hijo Canuto (994-1035). Los principales nobles ingleses que habían apoyado al invasor danés enviaron una delegación a Normandía para negociar la restauración del wessexiano en el trono, exigiéndole que declarara su lealtad hacia ellos, que introdujera reformas y que condonara las ofensas vertidas contra él en su reinado. Un acuerdo de extraordinaria importancia política pues era el primer pacto registrado entre un rey y sus súbditos.

Cuando el 23 de abril de 1016 falleció Æthelred II en Londres, Canuto dominaba casi todo el territorio inglés, confirmándose ese dominio con la victoria del danés en la batalla de Assandum en octubre siguiente, donde venció a Edmundo Ironside, como se recordará, el hijo habido de su primer matrimonio con Ælfgifu. No obstante, y a pesar de ese importante triunfo, Canuto prefirió dividir Inglaterra, entregado a Ironside Wessex y quedándose con el resto del territorio radicado al norte del Támesis. Una partición que duró sólo hasta el 30 de noviembre de 1016, fecha de la muerte de Edmundo, a partir de la cual reinó en Inglaterra la Casa Knýtlinga a través del propio Canuto, de su hijo Haroldo (c.m. 1040) y del medio hermano de éste, Harthacnut (c. 1018-1042), hijo de Canuto y de nuestra Emma de Normandía, quien tras el fallecimiento de Æthelred II, se había vuelto a casar con el rey danés de Inglaterra. Nótese pues que Emma era reina madre tanto de un monarca inglés de origen danés, Harthacnut, como del pretendiente anglosajón, Eduardo.

Blasón de la Casa Knýtlinga

Blasón de la Casa Knýtlinga

Los reyes Harthacnut I de Inglaterra y Magnus I de Noruega (1024-1047) habían alcanzado un acuerdo político que incluía el nombramiento de Magnus como heredero de Harthacnut, aunque circunscrito al trono danés. Sin embargo, a la muerte del rey inglés, Magnus extendió su reclamo también sobre la corona albión, para lo cual envió una misiva a quien figuraba como heredero, Eduardo de Wessex, el hermanastro de madre, sosteniendo su derecho y amenazando con una invasión.

Lo cierto es que la legitimación familiar de Eduardo era tan poderosa que las ambiciones legitimarias de Magnus decayeron pronto. Y es que Eduardo era hijo del rey Æthelred II; medio hermano del rey Harthacnut I; hermanastro del rey Harold Harefoot I e hijastro del rey Canuto I, por tanto, estrechamente ligado a múltiples linajes reales. Por todo ello, la nobleza inglesa lo apoyó indiscutiblemente, destacando entre ellos el conde Godwin de Wessex (c.m. 1053), primus inter pares entre los magnates ingleses y cuya hija Edith (c. 1025-1075), por añadidura, se convirtió en reina consorte. Eduardo fue coronado en la catedral de Winchester, la sede real de los sajones occidentales, el domingo de Pascua de 1043.

Sello de Eduardo el Confesor

Sello de Eduardo el Confesor


El 5 de enero de 1066 Eduardo El Confesor muere sin descendencia en su querido Westminster y desde ese mismo instante se abre una disputa sucesoria a la que concurren cuatro pretendientes, cada uno de ellos con su particular título de legitimación: Haroldo Godwinson, hijo del todopoderoso conde de Wessex, invocando un testamentum nuncupativum que presuntamente le transmitió Eduardo en sus últimos estertores. En segundo lugar estaría Edgar (1053-1126), el nieto de Edmund Ironside, medio hermano de Eduardo como se recordará, hijo de Eduardo el Exiliado, a quien se apodó de Ætheling, «digno del trono». Como tercer aspirante se postuló Harald III de Noruega (1015-1066), el temible Hardrada, quien argüía el ya comentado acuerdo sucesorio entre monarcas escandinavos. Y, naturalmente, Guillermo (1028-1087), séptimo duque de Normandía, quien blandía una doble legitimación: política, al sostener que Eduardo le había designado como heredero en vida y familiar, no en vano era primo segundo del Confesor, sobrino nieto de la reina Emma y bisnieto del duque Ricardo I de Normandía, abuelo del rey muerto.

Blasones de las Casas de Godwin, Wessex, Hardrada y Normandía

Blasones de las Casas de Godwin, Wessex, Hardrada y Normandía

Edgar Ætheling vagó con más pena que gloria entre conspiraciones y rebeliones bajo el marbete de último representante del linaje real sajón. Hardrada fue muerto en Stanford Bridge por Haroldo Godwinson, quien a su vez terminó sus días en la batalla de Hastings de 1066, convirtiendo a Guillermo no sólo en rey de Inglaterra, sino en el germen de un linaje que cambió radicalmente la historia de Inglaterra. Y todo, gracias a la boda de su tía abuela con el rey sajón en 1002.

Un año antes de la tectónica batalla de Hastings fallecía en León el rey Fernando I de León dejando un testamento que, para sorpresa de sus albaceas, abandonaba el derecho visigodo para abrazar la concepción patrimonial del reino aplicada por los reyes navarros.

Pero antes de eso, recuérdese, se había casado con Sancha de León en 1033, quien aportó como dote las tierras comprendidas entre los ríos Cea y Pisuerga que fueron, a la postre, el objeto de litigio entre el rey Bermudo III y el todavía conde de Castilla. Además, en 1037 el rey leonés tomó por mujer a Jimena Sánchez, hija de Sancho Garcés III de Pamplona y hermana por tanto del conde Fernando, con lo cual pasaron a ser cuñados por partida doble, sin que ese doble vínculo de familiar impidiera que la pendencia entre el leonés y el castellano-navarro acabara en batalla campal, concretamente en Tamarón el día 4 de septiembre de 1037. La muerte sin descendencia del impetuoso Bermudo en Tierra de Campos convertía a su hermana Sancha y esposa de Fernando, en la sucesora del trono que, como era tradición, pasó a manos de su marido, ungido rey de León el 22 de junio de 1038 en la Catedral de Santa María.

Bandera del reino de León
Bandera del reino de León

Como ocurriese en Inglaterra, la boda de Sancha y Fernando trascendió a los deseos y proyectos de Sancho III de Navarra, pues los ulteriores acontecimientos en Tamarón y Atapuerca convirtieron y consolidaron como rey de León a quien no estaba llamado a ello en absoluto. Y lo más importante aún, un rey leonés nupcialmente sobrevenido que, al someter su testamento al derecho navarro, acarreó que el reparto patrimonial de las hijuelas tras su muerte crease un nuevo reino, el de Castilla, coetáneo, casi exactamente, con el nuevo reino de Inglaterra que surgió tras la llegada de Guillermo el Conquistador a la Silla de San Eduardo.

En fin, dos bodas, decenas de miles de funerales y dos nuevos reinos.

El Autor

RAÚL C. CANCIO FERNÁNDEZ (Madrid, 1970). Licenciado en Derecho por la Universidad Autónoma de Madrid y Doctor por la Universidad Rey Juan Carlos. Miembro por oposición del Cuerpo Superior Jurídico de Letrados de la Administración de Justicia, desde el año 2003 está adscrito al Gabinete Técnico del Tribunal Supremo como Letrado del mismo, destino que compatibiliza con las funciones de analista en el Equipo de Análisis Jurisprudencial del CGPJ, Relator de jurisprudencia en la delegación española de la Asociación de Consejos de Estado y Jurisdicciones Supremas Administrativas de la Unión Europea y Observador Independiente del European Law Institute.

En julio de 2013 fue nombrado Académico Correspondiente de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación. Miembro del Consejo de Redacción de la Revista Aranzadi Editorial, del panel de expertos de la Cátedra Paz, Seguridad y Defensa de la Universidad de Zaragoza y del portal divulgativo queaprendemoshoy.com, cuenta con una docena de libros editados como autor único, más veinte colectivos, y más de trescientos artículos publicados en revistas especializadas.

En cuanto a su labor docente, imparte anualmente el Practicum de la Facultad de Ciencias Jurídicas de la Universidad Carlos III, es Profesor Tutor del Máster de acceso a la Abogacía de la UNED, siendo ponente habitual en cursos y conferencias desarrolladas en el marco del Centro de Estudios Jurídicos de la Administración de Justicia.

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